Dios ha querido regalarnos, al comenzar julio, temperaturas bajo cero en La Plata. A primerísima hora de este martes, cuando salí al patio de la parroquia tuve la sensación de entrar en una cámara frigorífica. Fríos y heladas, bendecid al Señor (Dn 3, 67), repetí en alta voz, para calentar también las cuerdas vocales. Y, tras vencer el temblor de las manos y lograr abrir la puerta de la sacristía, el ingreso al templo –como siempre ocurre- me trajo el alivio aguardado. Sagrado Corazón, eterna Alianza, en donde escribe Dios la Ley de Gracia, entoné, bien fuerte, con la Iglesia aun totalmente a oscuras. La lámpara del Sagrario me recordaba la presencia del Horno ardiente de caridad. Genuflexión, palabras de agradecimiento por la bienvenida y zambullida en la oración. Todo lo podemos en Cristo que nos conforta (cf. Flp 4, 13).
Celebré la Santa Misa votiva de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Y me dije: Qué sabia es la Iglesia que, luego de dedicar junio al Sagrado Corazón de Jesús, en julio hace lo propio con la Sangre del Señor. Allí, navegando en esas arterias divinas, llegamos al centro del Amor; donde todo es Fuego. Y, así, con renovado ímpetu para atravesar por otra heladera, me alenté: ¡Vamos, padre Christian! ¡A encender las almas que el Señor ponga en tu camino! Y como Él siempre nos gana en generosidad, una a otra fueron llegando…
Apenas arribé a Neonatología, en el Hospital, conmovido, saqué la cámara, para tomar una foto. El diálogo entre una piadosa y sencilla enfermera, y un servidor, sirvió, también, para ir elevando la temperatura:
- ¡Padre, no sabía que también es fotógrafo!
- Sólo aficionado, hija. Tengo mucho respeto por los reporteros gráficos; que tanto me han enseñado en el periodismo.
- ¿Le impresiona ver juntos al Rosario y al estetoscopio, en la incubadora? ¡“Una imagen vale más que mil palabras”!
- Sí, realmente me impactó. De cualquier modo, imagen y palabra vienen juntas: La Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su Gloria (Jn 1, 14).
A borbotones, la joven me contó que ese estetoscopio pertenece a una médica que, luego de haberse alejado durante mucho tiempo de la Iglesia, “ha regresado, felizmente a Casa. Y, ahora, lleva sobre su cuello, sus dos instrumentos de trabajo”.
Allí, ambos, en la incubadora, nos regalan su elocuencia. Allí donde está batallando por su vida Ignacio José, nacido con síndrome de Down y múltiples complicaciones; y que, por eso, recibió el “agua del Socorro”, inmediatamente, de manos de su partera. Me quedé rezando junto al pequeño guerrero, tan bien acompañado por Fe y ciencia; y, de pronto, apareció la doctora. “Sí, padre, aquí estamos. Todo es regalo de Dios. Años de rebeldía contra el Señor, montada en la soberbia de mis pretendidos insuperables conocimientos médicos, creí que Dios no me aportaba nada e, incluso, que era un estorbo. Y aquí me ve. Feliz de haber vuelto a la Iglesia. Y de comprobar, todo el tiempo, que cuanto más estudiamos, más se nos manifiesta el Misterio”. Felicitaciones, fuerte apretón de manos, y otro Rosario de obsequio.
A pocos metros, un grupo de estudiantes de enfermería, aguardaba mi presencia. “Vamos, con todo, hijos. En Argentina enfaticé- hay un déficit de casi cien mil enfermeros. Prepárense del mejor modo. Y cuiden muchísimo lo más importante: su relación personal con Jesús; médico de los cuerpos y de las almas”. Abrí mi bolsa de estampas y medallitas. Y, una vez más, providencialmente, salieron las del Niño Jesús de Praga, y la Virgen del Carmen. ¡Julio vino con todo!, me dije. Oración, bendición de los jóvenes y a seguir la marcha.
Continué mi recorrida y, al llegar a Cuidados paliativos, me encontré con Rodrigo; otro inteligentísimo médico que, espontáneamente, todo el tiempo, da muestras de su catolicismo militante:
- Padre, qué alegría verlo. ¿Qué nos trajo de regalo?
- El anuncio de Cristo, como siempre. Y, también, medallas y estampas. Eso sí: ¡acá no se elige, y se recibe con gratitud la que salga de la bolsa!...
Y el joven profesional, devotísimo de Nuestra Señora de Lourdes, recibió, providencialmente, una medalla de dicha advocación francesa. “Hoy el Señor –medité- nos muestra, especialmente, cómo está en todos los detalles. En Él no hay ‘coincidencia’, como dice el mundo”.
- Y aquí tengo, además, a la Virgen de Guadalupe; que me trajo mi hermano de Méjico, donde vivió un tiempo-, me dijo eufórico, mientras me mostraba su llavero.
Fuerte apretón de manos, bendición final y a seguir por el camino. Ingresé a una habitación donde está un muchacho, recién casado, con su joven esposa. Apenas entré vi que la puerta se abrió y se cerró, rápidamente. Ocurre, con frecuencia, que médicos y enfermeros, al ver al sacerdote, no quieren interrumpir. Fui a franquear el acceso para invitar a que se sumaran a la oración. Del otro lado, ¡oh, sorpresa! –mejor dicho, una vez más Providencia- estaba Guadalupe; médica clínica, muy creyente, que ingresó con gusto. “¡Hoy la Virgen de Guadalupe nos está dando, a manos llenas, sus regalos!”, exclamé. Sonrisa agradecida; Padre Nuestro, Ave María y Gloria de todos los presentes, y a seguir la marcha.
Al salir del hospital, en los umbrales del mediodía, el Cielo estaba totalmente claro. Ni una sola nube opacaba su esplendor. El sol, “el poncho del pobre”, como lo llamamos en Argentina, se abría camino a paso firme. Y nos volvía a advertir que, lejos de cualquier catolicismo climático, lo nuestro es proclamar la Palabra de Dios, e insistir, con ocasión o sin ella, con paciencia incansable y con afán de enseñar (cf. 2 Tm 4, 2). Con la mirada fija en el Sol que nace de lo alto (Lc 1, 78). Que, con la fuerza y el calor de los Sacramentos, nos da todo lo necesario para que podamos llegar un día -como la define un querido hermano Sacerdote, también poeta- a su “heredad de fuego”.
P. Christian Viña