Consideraciones al lenguaje iconográfico

La celebración litúrgica acoge y expresa, en torno al misterio pascual, la fe y la gracia que, como dones divinos de salvación, están aconteciendo en el mundo real. Al celebrar esos hechos en forma visible, la litúrgica proclama la vitalidad y los rasgos esenciales del ser mismo de la Iglesia y su función glorificadora: la glorificación de Dios y, mediante ella, la salvación de los hombres.

 I

 

Las imágenes cristianas, con su carga de sacralidad, llevan el sello inconfundible de referencia al misterio pascual que incesantemente se celebra en la Iglesia. Los cristianos reciben y transmiten de generación en generación, el «depósito» que constituye su vida de fe. En esa tradición se encuentra el fundamento del culto iconográfico referido la celebración litúrgica de la Iglesia universal. El culto en general responde al reconocimiento del Dios creador y del hombre como criatura de Dios. El ser humano quiere conocer las razones de su existencia. En esta búsqueda todos tienen derecho a conocer la verdad, la bondad y la belleza de la revelación. La verdad sobre nuestra identidad y destino, la bondad del Dios que se revela, y la belleza que ―en frase de Hegel― «interviene en todas las circunstancias de nuestra vida».

La relación de la belleza con la creatividad artística como reflejo de la infinita belleza divina, arranca de los primeros siglos del cristianismo. El Corpus Dionisianum, la famosa obra del Seudo-Dionisio Areopagita, había realizado una peculiar fusión del pensamiento cristiano con el idealismo neoplatónico. Desde entonces Dios, como ser supremo, no solo se consideró causa metafísica de toda la belleza del mundo, sino que la belleza se convirtió en atributo absoluto de la divinidad. Utilizando las propias palabras del Areopagita digamos que «lo bello es el principio de todas las cosas, su causa eficiente, su motor y lo que las contiene por amor de su propia belleza» (De divinis nominibus IV,7). Las bellas artes, en la mentalidad patrística, representan el esfuerzo por expresar la infinita belleza de Dios mediante el esfuerzo de las obras humanas.

Pues bien, si el arte es el lenguaje humano de la belleza divina, queremos adentrarnos en su sentido simbólico intramundano para descubrir el contenido trascendente de las imágenes cristianas. Desde que, en 1916, Ferdinand de Saussure estudió el comportamiento de los signos en el sistema lingüístico, el arte ya no prescindió del análisis semiológico en su dimensión comunicativa. De entrada, la comunicación se considera un hecho biológico en cuanto que todos los organismos emiten señales de identificación y de reacción. En este comportamiento, las experiencias humanas, en especial, forman un código primario de sensaciones, analogías y contrastes cuya comprobación podría enriquecer el conocimiento simbólico del lenguaje artístico.

Algunas investigaciones ya han dado su fruto. En la explicación de la teoría del conocimiento, el acto por el cual se inicia la comprensión de las cosas es la percepción que, en la comunicación entre personas, incluye al emisor de un mensaje y al receptor del mismo. En el mundo de la creatividad, el artista es el emisor que, a través de la forma (elemento vital en la obra de arte), presenta un mensaje cuya percepción exige un código común al artista y a sus destinatarios. De este modo la imagen (representación objetiva) se convierte en signo, por el que el artista transmite un significado. El significado del signo es el contenido concreto de la obra de arte. 

Sobre estos presupuestos, los iconógrafos cristianos han buscado, elegido y formado las sagradas imágenes para acomodar la predicación del acontecimiento salvador a la comprensión de los fieles. Dichas imágenes, en cuanto vehículos de sacralidad, «tienen en sí mismas la evidencia de su autenticidad, como acontece en todo arte auténtico» (Von Balthasar). Frente a la linealidad de la palabra, las imágenes constituyen un medio de comunicación más directo, instantáneo y universal. Siguiendo la regla general del lenguaje, la iconografía ha de estar sometida a las leyes de la expresividad, de la técnica y de las formas artísticas.

Los elementos formales, excepto en una mínima parte de aportación personal, pertenecen al vocabulario normal de las artes visuales. La mayoría de las veces, existe un lenguaje técnico ya constituido que responde a una estructura convencional con su propia gramática y estilo. En la antigüedad cristiana, por ejemplo, se crearon fórmulas específicas de ciertos pseudorretratos inspirados en imágenes de venerables paganos. En esta génesis se incluyeron los nobles rostros de los profetas y de los apóstoles cuya configuración tradicional llegó hasta nuestros días.

La figura es el componente esencial del arte figurativo. Su identificación concreta, dentro de la figuración convencional, se hace a través de atributos, signos referidos a elementos reales o legendarios de sus biografías. La utilización de estos elementos en el arte iconográfico, enriquece el lenguaje visual para la transmisión del mensaje, y su interpretación en las expresiones de la piedad popular.

Los recursos de que disponemos para interpretar las diversas formas de las imágenes son su insistencia reiterativa. La repetición de un signo, en determinados contextos, permite abreviaciones que, fuera del contexto, harían ininteligible la imagen. Sin embargo, en algunos casos prácticos, aun dentro de un mismo contexto, los signos pueden mostrar ciertas ambigüedades que es necesario clarificar con nuevos elementos referenciales. La imagen de Santiago caminante y la de S. Roque peregrino, por ejemplo, podrían prestarse a cierta confusión; pero el añadido del perro disipa cualquier ambigüedad interpretativa.

A través de este significado nuevo y trascendente, el arte tiene la noble tarea de orientar a los hombres hacia Dios y contribuir a la alabanza y gloria del Creador. Y «por esta razón, la santa madre Iglesia fue siempre amiga de las bellas artes, buscó constantemente su noble servicio y apoyó a los artistas, principalmente para que las cosas destinadas al culto sagrado fueran en verdad dignas, decorosas y bellas, signos y símbolos de las realidades celestiales. Más aún, la Iglesia se consideró siempre, con razón, como árbitro de las mismas, discerniendo, entre las obras de los artistas, aquellas que estaban de acuerdo con la fe, la piedad y las leyes religiosas tradicionales y que eran consideradas aptas para el uso sagrado» (SC VII,122).

Atendiendo al sentido de sacralidad, las imágenes de culto muestran un acercamiento efectivo entre la vida de fe y el signo de presencia relacionado con la manifestación de la gloria bíblica. Y esta aproximación ha sido interpretada como analogía para aclarar el sentido de la imagen y su significado: el mensaje de salvación en Cristo. Las imágenes cristianas interpretan ese mismo acontecimiento por medio de procedimientos esencialmente artísticos. Y esta correspondencia de la forma artística con el gran acontecimiento es lo que establece la analogía de la belleza intramundana con la revelación sobrenatural.

II

 El Concilio Vaticano II establece la distinción entre el arte en general o «las bellas artes», «el arte religioso» y su cota más alta, que es «el arte sacro». El rasgo específico de la religiosidad cristiana es la relación personal con lo sagrado. No basta con una referencia generalizada a una fuerza o ser superior, sino que se requiere una experiencia propia con un Dios personal y dialogante.

El acercamiento a esta reflexión teológica supone un doble movimiento metodológico: de divergencia y de convergencia. De divergencia en cuanto que se considera por separado la vertiente artística y la referencia a la sacralidad; y, de convergencia en cuanto que ambas se reducen a una única realidad que se denomina obra de arte sacro. Esto quiere decir que, al analizar los valores propios de la creatividad artística, tendremos en cuenta la plusvalía religiosa característica de lo sagrado. En esta consideración se encuentran las imágenes de culto.

La celebración litúrgica acoge y expresa, en torno al misterio pascual, la fe y la gracia que, como dones divinos de salvación, están aconteciendo en el mundo real. Al celebrar esos hechos en forma visible, la litúrgica proclama la vitalidad y los rasgos esenciales del ser mismo de la Iglesia y su función glorificadora: la glorificación de Dios y, mediante ella, la salvación de los hombres. Pero el pensamiento teológico no sólo se despliega en la acción litúrgica, sino también en el arte cristiano y en el culto iconográfico. Si las formas artísticas son derivaciones de la única fuente de toda expresión estética, el arte religioso nos proporcionará la belleza de la acción ritual del culto religioso y del pensamiento teológico que lo domina.

En esta unidad litúrgica, la iconografía se convierte en un medio sensible para dirigir el pensamiento hacia el ser espiritual al que se dirige la acción. La Iglesia ortodoxa, al enfrentarse con la herejía iconoclasta, se vio en la necesidad de fundamentar teológicamente el sentido del icono y del culto iconográfico. La imagen al mismo tiempo que alude a la semejanza, subraya la diferencia esencial con su prototipo. Y en esta referencia y diferencia esencial, radica la base de la discusión iconoclasta de todos los tiempos sobre lo que la imagen representa en relación con su prototipo y con la humanidad-divinidad de Cristo.

 Sin embargo, a pesar de las controversias, siempre existió un auténtico arte cristiano que ha ido brotando de las experiencias vividas en el seno de la comunidad. Y, en cuanto cristiano y eclesial, este arte se desarrolla especialmente en el culto comunitario con el simbolismo de las imágenes, de las palabras y de otros elementos estéticos que contribuyen a resaltar la belleza litúrgica. En otros tiempos, impregnados de religiosidad, surgían los artistas inspirados en las ideas de la vida cotidiana. Pero en la actual situación el arte tiene que conciliar la vivencia del mundo y del hombre con la experiencia cristiana de salvación.

La misma dificultad surge en el campo de la iconografía: la dificultad está en representar, de forma asumible, esa imagen sagrada cuya contemplación posibilite la experiencia de la fe que se vive y se profesa en el seno de la comunidad. La imagen ha de expresar la función indicativa de la presencia de lo divino; cuya plenitud y total transparencia se da en Cristo como imagen del Padre (Jn 14,9). Todo en la Iglesia es símbolo de la presencia de Cristo, porque «él es la imagen del Dios invisible» (Col 1,15). También lo es su iconografía que, a través de la forma artística, ha de transparentar la suma belleza de Dios.

El iconógrafo es un hagiógrafo, su arte es el de la Iglesia. Lo fundamental no es que la imagen sea el producto de la genialidad personal, sino de la fe de la comunidad, y que la comunidad la reconozca como expresión de su fe: «Cualquiera que sea el estilo que adopte ―en palabras del papa Juan Pablo II―, todo arte sacro debe expresar la fe y la esperanza de la Iglesia». No importa que estemos ante un estilo tradicional o no. Lo importante es que nos abra a la trascendencia, porque la experiencia de Dios es siempre sacramental. El camino del culto a las imágenes se inicia cuando la comunidad ve en la imagen reflejadas sus creencias. Y estas creencias han de coincidir con la fe que vive y profesa la Iglesia Universal: «Ya que de esta manera se mantiene la enseñanza de nuestros santos Padres, o sea, la tradición de la Iglesia Católica» (Concilio II de Nicea).

Las directrices de la Iglesia sugieren a este respecto que «a la piedad popular le agradan las imágenes que llevan las huellas de la propia cultura; las representaciones realistas, los personajes fácilmente identificables» (Directorio 243). Tal vez no estén todavía agotadas las posibilidades del arte moderno en este campo. La Iglesia es una realidad viva y en continuo trance de renovarse. Las imágenes de culto no pueden olvidar el lenguaje tradicional, pero siempre existe la posibilidad de encontrar semillas de renovación.

Jesús Casás Otero, sacerdote

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5 comentarios

Articulos como este se echan en falta dentro de nuestra Iglesia.

El concepto de arte sagrado se ha perdido y cada vez menos personas son capaces de "leer" lo que el iconógrafo "escribió" en la obra realizada.

Enhorabuena, D. Jesús. Ha sido un placer leerle.
6/07/09 4:24 PM
Diaconus
Es una alegría el poder leer tus escritos en Internet. Creo que se debería incluir un apartado en el que se incluya la biografía de la que eres autor.
Ánimo y un abrazo.
7/07/09 10:26 AM
Guillermo
Me alegro de estas colaboraciones.
7/07/09 12:30 PM
Padre Jesús, ha sido un tesoro lo que he hallado en sus textos, muchas gracias.
21/01/10 3:26 AM
Margarita Elespp
D. Jesús, muchísimas gracias por compartir su saber y facilitarnos el acercamiento a la iconografía cristina.
Un saludo
M. Elespp
10/05/10 10:15 AM

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