El peligro de la incertidumbre
En tiempos del Señor no había coches, ni faros de coches, o sea que mucho menos existía la expresión tan común en inglés que compara a los indecisos a un ciervo ante los faros de un coche (que acaba atropellado porque le paraliza la sorpresa del momento). No es precisamente una imagen grata ni linda de esa mansa creatura, pero en la vida espiritual se corre el riesgo de asemejarnos más a ese ciervo que al ciervo tan estimado en los salmos bíblicos.
Y no es que la indecisión sea en sí algo malo, como explica S. Antonio María Zaccaria en una carta a dos compañeros (4 de enero, 1931) [de donde son el resto de las citas del santo en este post]:
“Bien es verdad, queridos, que Dios ha creado el espíritu del hombre voluble e inconstante para que no se mantenga en el mal; y también, para que una vez alcanzado un bien, no se detenga en él, sino que pase a uno más grande, y de éste a otro mayor; de manera que, pasando progresivamente de una a otra virtud, logre alcanzar la cumbre de la perfección.”
Éste, según el santo, es el gran problema de la indecisión: