“El Miércoles de Ceniza no es un día de precepto”, pero sí marca de forma visible el comienzo de la Cuaresma, un período de conversión de corazón en preparación para la Semana Santa y, sobre todo, nuestro encuentro con el Señor en la eternidad.
Desde tiempos bíblicos, las cenizas simbolizan que no somos nada ante Dios, que le dijo a Adán al expulsarle del Paraíso: “polvo eres, y al polvo volverás” (Gen. 3, 19). Abrahám usó así ese símbolo cuando afirmó ante el Señor: “soy polvo y ceniza” (Gen. 18, 27) mientras le rogaba por Sodoma. Más aún, indican un cambio de vida debido a un profundo arrepentimiento de haber pecado. Así el rey de Nínive oyó que en 40 días Nínive sería destruída [Ver “El significado bíblico del número 40”]:
“levantándose de su trono, se desnudó de sus vestiduras, se vistió de saco y se sentó sobre el polvo, e hizo pregonar en Nínive una orden del rey y de sus príncipes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no probarán bocado, no comerán nada ni beberán agua. Cúbranse de saco hombres y animales y clamen a Dios fuertemente, y conviértase cada uno de su mal camino y de la violencia de sus manos. ¡Quién sabe si se apiadará Dios y se volverá del furor de su ira y no pereceremos!” (Jonás 5-9)
Viendo esas muestras de arrepentimiento, el Señor les perdonó. Por eso los penitentes públicos solían cubrirse de cenizas desde el primer día de la Cuaresma y hasta el Jueves Santo, cuando se reconciliaban con Dios y la Iglesia. En el s. VIII se abandonó esa práctica, pero se comenzó a imponer las cenizas sobre todos.
Los ninivenses se dieron cuenta de que tenían que dejar las riquezas de este mundo para volverse hacia el Señor y ganar Su favor y misericordia, y eso sin haber oído las palabras de Jesucristo en el Evangelio del VI Domingo de Tiempo Ordinario: “¡Ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo.” (Lc. 6, 24).
¿Y nosotros que sí hemos recibido esa advertencia del Señor? ¿Somos como el recluta insensato en este vídeo?
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