1.04.19

LV. Los milagros

610. ––El Aquinate ha concebido la providencia divina como «la razón del orden de las cosas al fin»[1]. Dios quiere los fines de las cosas y establece con su entendimiento la ordenación de las cosas para la consecución de su fin. Esta concepción y planificación eterna es la providencia divina. Ha explicado también que su ejecución en el tiempo, porque es una aplicación a la criatura, es el gobierno divino[2]. ¿Puede Dios obrar fuera del orden establecido por su razón?

––A esta cuestión responde Santo Tomás en el capítulo 98 de la tercera parte de la Suma contra los gentiles. Establece dos distinciones con respecto a la providencia. La primera es entre el orden universal y el orden particular. La providencia u orden universal: «depende, sin duda, de la primera causa universal y por eso abarca todas las cosas». La providencia u orden particular: «depende de alguna causa creada y contiene cuanto está sometido a ella». Hay que hablar de órdenes particulares, porque: «este orden es múltiple en conformidad con la diversidad de causas que se dan en las criaturas».

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18.03.19

LIV. El bien de la desigualdad universal

595. ––Los capítulos anteriores dedicados a la providencia divina manifiestan que: «todo cuanto ha sido dispuesto por la divina providencia obedece a un plan». ¿Por qué este proyecto incluye tantas criaturas?

–– Lo explicado en tales capítulos también revela que: «Dios ordena por su providencia todas las cosas a la bondad divina como a su fin, y no con objeto de acrecentar de este modo su bondad con las cosas creadas, sino para que ella quede impresa, en cuanto cabe en las cosas». Difunde y comunica así su propia bondad.

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28.02.19

LIII. La seguridad de la propia salvación

Garrigou Lagrange581. ––¿La bondad de la providencia divina garantiza invariablemente la eficacia de la oración?

––La providencia de Dios es infinitamente buena, pero advierte Santo Tomás que: «Esto no impide, sin embargo, que algunas veces no admita Dios las peticiones de los que oran». Se puede probar que ello es comprensible con el argumento siguiente: «ya se ha demostrado que Dios cumple los deseos de la criatura racional por la exclusiva razón de que ésta desea el bien. Y a veces sucede que lo que se pide no es un bien verdadero, sino aparente y en realidad un mal. Por tanto, Dios no puede escuchar semejante oración. De ahí que Santiago diga: «Pedís y no recibís, porque pedís mal» (San 4, 3)»[1]. También dice San Juan: «Ésta es la confianza que tenemos con Él: que Él nos escucha si pedimos algo conforme a su voluntad»[2]. Cuando pedimos algo a Dios, que no nos conviene, su amor es el que hace que no nos lo conceda.

Explica más adelante que: «A veces sucede que alguien niega por amistad a su amigo lo que éste le pide, pues sabe que le es nocivo, o que lo contrario le librará mejor; como cuando el médico no accede a la petición del enfermo, porque sabe que no le facilitará la consecución de la salud corporal; de donde, habiéndose demostrado ya que Dios cumple, por el amor que tiene a la criatura racional, los deseos que ésta le propone mediante la oración, no hay que admirarse, porque alguna vez no cumpla la petición de aquellos que principalmente ama, porque obra así para cumplir lo que más conviene a la salvación de quien pide».

Todo ello también es manifiesto en la Escritura. Así, por ejemplo: «cuando Pablo le pidió por tres veces que le librase del aguijón de la carne, no se lo quitó, pues sabía que le convenía para conservar la humildad»[3]. Además, el Señor le contestó: «Te basta mi gracia»[4]. Añade Santo Tomás: «A propósito dice el Señor a algunos: «No sabéis lo que pedís» (Mt 20, 22). Y San Pablo: «Pues no sabemos lo que nos conviene pedir» (Rm 8, 26). Y, en conformidad con esto, dice San Agustín: «Bueno es el Señor, que muchas veces no nos da lo que queremos, para concedernos lo que más queremos» (Epíst. 31, 1)».

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15.02.19

LII. La gracia de la oración

569. ––Si, como se ha probado: «todo cuanto se realiza aquí abajo, incluso lo contingente, cae bajo la divina providencia», parece que se plantea la siguiente alternativa: «o que la providencia no sea cierta o que todo suceda necesariamente». Las dos opciones son contrarias a lo expuesto hasta este nuevo capítulo, dedicado a la certidumbre de la providencia divina. ¿Cómo resuelve el Aquinate esta dificultad que plantea?

––La dificultad la presenta Santo Tomás en cinco objeciones distintas. Para resolverlas, presenta una síntesis de lo ya ha expuesto y probado. Para hacer frente a estas objeciones, recuerda estas tres tesis. Primera: «nada escapa a la divina providencia». Segunda: «el orden de la misma es inmutable». Tercera: «todo lo provisto por ella tiene que acontecer necesariamente».

La primera queda probada si: «se tiene en cuenta que, como Dios es la causa universal de todo cuanto existe y a todo da el ser, es preciso que el orden de su providencia lo abarque todo; pues a las cosas a las que dio el ser es preciso que les dé la conservación, y que, además, les confiera la perfección en su último fin (III, c. 64 y ss.)».

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31.01.19

LI. La buena suerte y la fatalidad

559. ––En capítulos anteriores, se ha probado que: «las elecciones y los movimientos de la voluntad son inmediatamente dispuestos por Dios», porque los causa. «Por el contrario, el conocimiento humano, o sea, el intelectual, es regulado por Dios mediante los ángeles», en el sentido de ayudado para que se perfeccione; «y en cuanto atañe al cuerpo, sean cosas interiores o exteriores, destinados al uso, es gobernado por Dios mediante los ángeles y los cuerpos celestes», en cuanto causas ocasionales indirectas. ¿Hay un motivo por el que el Aquinate afirme que «las cosas humanas se reducen a las causas superiores»?

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