1.07.20

LXXXV. La presencia del Espíritu Santo

990. –Además de la procesión del Verbo, hay en Dios otra, que da origen al Espíritu Santo ¿Cómo explica el Aquinate que deba afirmarse su existencia?

–En el capítulo siguiente, el quince de esta cuarta y última parte de la Suma contra los gentiles, Santo Tomás indica que: «La autoridad de las divinas Escrituras no sólo nos declara la existencia del Padre y del Hijo en la Divinidad, sino que enumera con estos dos al Espíritu Santo».

Son muchos los pasajes de la Escritura en los que se afirma la existencia del Espíritu Santo. En este capítulo, Santo Tomás, cita dos, al escribir: «Dice el Señor: «Id, pues, enseñad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19); y dice San Juan: «tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo» (1 Jn 5, 7)».

Añade además: «La Sagrada Escritura hace también mención de cierta procedencia del Espíritu Santo, porque dice en el Evangelio de San Juan: «cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de parte del Padre, él dará testimonio de mí» (Jn 15, 26)»[1]. Queda asimismo afirmado, por tanto, en este texto, que el Paráclito, el abogado y consolador, al que se invoca, por proceder de las otras dos Personas es distinto de Ellas.

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15.06.20

LXXXIV. Las relaciones de Dios

973. –¿Examinada la escala de los entes según su generación, cómo hay que entender la generación divina?

–La exposición de la escala de los entes según la intimidad de lo emanado le permite a Santo Tomás sobre la generación divina, concluir en primer lugar, que: «No es posible concebirla al igual que la generación que se da en las cosas inanimadas, en las cuales el engendrante imprime su especie en la materia exterior». En los seres inertes, por su acción en una cantidad de materia, se actualiza la forma del agente en ella.

No es posible este tipo de generación con una completa extroversión en Dios: «porque es preciso, según enseña la fe, que el Hijo, engendrado por Dios, tenga verdadera deidad y sea verdadero Dios. Mas tal deidad no es una forma inherente a la materia, ni Dios proviene de la materia, como ya se probó (I, cc. 17, 27)». En Dios no hay materia, ni es forma de una materia.

En segundo lugar: «tampoco podemos concebir la generación divina como la generación que se da en las plantas, e incluso en los animales, los cuales tienen de común con ellas la virtud de nutrirse y de reproducirse. Porque en ellos, cuando engendran un semejante en especie, se desprende algo que estaba en la planta o en el animal, lo cual queda totalmente fuera del engendrante al terminar la generación».

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1.06.20

LXXXIII. El misterio de la generación en Dios

958. Según el arrianismo el Logos, o Verbo de Dios, no tenía naturaleza divina, ni era eterno. Había sido creado con una participación en la divinidad, pero superior a la de los ángeles. Se encarnó como alma de un cuerpo, para constituir a Cristo, que no es así ni verdadero Dios ni verdadero hombre. ¿Cuál es la crítica del Aquinate?

–La refutación del arrianismo la comienza Santo Tomás desde los textos de la Sagrada Escritura, que utilizaban para confirmar su posición. Precisa que si en ella se «llama hijo de Dios a Cristo e hijos de Dios a los ángeles, lo hace por distinta razón. Por lo cual dice el Apóstol: «¿A quién de los ángeles dijo jamás: ‘Tú eres mi Hijo, yo hoy te he engendrado’? (Heb 1, 5). Cosa que afirma fue dicha a Cristo». Si la interpretación arriana fuese acertada: «por la misma razón se dirían hijos los ángeles y Cristo ya que a ambos competiría el título de filiación conforme a la sublimidad de naturaleza en que fueron creados por Dios».

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15.05.20

LXXXII. El misterio de laTrinidad y el misterio de Jesús

946. –¿Por qué el Aquinate, en el siguiente capítulo, continua con la reflexión sobre el Hijo de Dios?

–En los primeros capítulos de su exposición del misterio de la Santísima Trinidad, Santo Tomás lo hace desde el misterio de Jesucristo, porque considera que están directamente conexionados. Como ha subrayado Francisco Canals: «El problema esencial de nuestra fe es quién nuestro Salvador. La fe cristiana consiste en profesar que Jesús es el Ungido, el Cristo, el Salvador, porque es el Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre enviada al mundo para salvarnos. La predicación de Cristo Salvador es, por tanto, la predicación de que Jesús es el Hijo de Dios»[1].

Se quiere decir con ello que: «Jesús, nuestro Salvador, es el Hijo de Dios, esto es, que Dios mismo ha venido a salvarnos. El Padre ha enviado a su Hijo para salvarnos, y para restaurar en nosotros la vida divina a la que había sido destinada la humanidad», y que quedó truncada por el pecado de nuestros primeros padres.

De manera que, por una parte: «reconocer que Jesús es Dios es reconocer que la salvación que nos trae Jesús es la restauración de la imagen y semejanza de Dios en nosotros, es la divinización del hombre». Por otra que: «Es preciso reconocer que sólo de Dios puede venir nuestra divinización, pues el hombre no puede autodivinizarse y el hombre en pecado no tiene fuerzas para autorredimirse, y si somos verdaderamente hijos de Dios por la gracia de adopción, es porque Dios ha enviado a su Hijo para que tengamos vida»[2].

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4.05.20

LXXXI. La revelación del misterio trinitario

934. –¿Por qué el Aquinate trata, en la parte teológica de la «Suma contra los gentiles, en primer lugar, el misterio trinitario?

–Tal como ha indicado al final del capítulo anterior, Santo Tomás comienza con el estudio de Dios, pero según lo que es objeto de fe, por trascender la razón humana, y que nos ha sido revelado. La Iglesia ha enseñado siempre que en Dios, en una sola esencia o naturaleza, hay trinidad de personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el más antiguo y breve «símbolo de la fe» o «credo», recopilación de las principales verdades de la fe, se profesa: «(Creo) en el Padre omnipotente, –y en Jesucristo, Salvador nuestro,– y en el Espíritu Santo Paráclito, en la Santa Iglesia, y en el perdón de los pecados»[1].

La enseñanza de la Santísima Trinidad se fundamenta en la revelación expresa, clara y plena, de Dios por medio de Cristo. No se basa en la razón humana, porque es un misterio estrictamente sobrenatural. Sin la divina revelación, la razón del hombre no lo hubiera descubierto por sí mismo.

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