–Enseña usted sobre las Horas muchas cosas que yo no conocía.
–Esto me confirma en que… No sigo.
Al principio de la Iglesia
Ya vimos que la Traditio apostolica, hacia el 200 en Roma, recomienda que «todos los fieles, hombres y mujeres» oren por la mañana temprano y marchen luego a sus trabajos, acudiendo antes a la instrucción de la Palabra, si es que la hubiere. Durante el día, deben alabar a Dios a la hora de tercia, a la sexta y a la nona. También antes de reposar los cuerpos en la noche, y al canto del gallo. De este modo, concluye la exhortación, «todos vosotros que sois fieles, haciendo esto y acordándoos de ello, instruyéndoos mutuamente y dando buen ejemplo a los catecúmenos, no podréis ser tentados y no os perderéis, pues constantemente os acordáis de Cristo». Precioso texto.
A partir del siglo IV, en el régimen favorable al cristianismo instaurado por Constantino, se van desarrollando en las diversas Iglesias oraciones comunitarias públicas y solemnes. Y la liturgia de las Horas va configurando su estructura propia de modo cada vez más perfecto. Según lugares y tiempos, se organizan también vigilias pascuales, dominicales, estacionales, cementeriales, que reúnen en oración a la comunidad cristiana.
El Oficio catedralicio y el monástico (ss. IV-V)
–La oración litúrgica comunitaria en catedrales y basílicas es sencilla y centrada en la santificación de la mañana (laudes) y de la tarde (vísperas). Viene referida por San Hilario (+367), San Ambrosio (+397), San Agustín (+430) y otros autores de la época. Se trata de Oficios litúrgicos de oración, que se componen de los elementos tradicionales, «salmos, himnos y cánticos inspirados» (Ef 5,19), y que están presididos por el Obispo o el presbítero, con asistencia del pueblo,
–El Oficio divino monástico, en cambio, teniendo los monjes una especial vocación y misión de oración, va multiplicando lógicamente las Horas litúrgicas a lo largo de todo el día en los diversos Oficios propios de cada Regla. A las horas legítimas (laudes y vísperas) añade las de tercia, sexta y nona, y pronto establece también el rezo de prima, completas y vigilia nocturna.
En este desarrollo de las Horas, la elaboración del cursus de los salmos es quizá una de las contribuciones monásticas más valiosas. Según monasterios y Reglas, el salterio completo se rezaba en dos semanas, en una o incluso en un día. San Benito, con cierto temor («nos tepidi», Regla, 18), introduce el rezo semanal del salterio, costumbre que se extiende a todo Occidente. En general, el influjo del Oficio divino monástico fue muy grande en todas las Iglesias, pero especialmente en la de Roma.
La oración continua
Desde un principio, existe entre los monjes una fuerte tendencia a la oración continua, tan recomendada ya en Israel: «bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca» (Sal 33,1); «a Ti te estoy llamando todo el día» (85,3), «siete veces al día te alabo» (118,164), y «tengo siempre presente al Señor» (15,8). Se esfuerzan los monjes en unirse a la salmodia de los ángeles, que glorifican y alaban a Dios «sine fine dicentes» (Prefacios). Quieren cumplir el mandato que Cristo da a todos los cristianos: «orar siempre», en todo momento (Lc 18,1; 21,36; 24,53), un glorioso deber muchas veces inculcado por los Apóstoles a todos los cristianos, no a los monjes, que en su tiempo no existían (Hch 1,14; 2,42; Rm 1,9ss; 1Cor 1,14; Ef 1,16; etc.).
Para los monjes el Opus Dei era un deber personal, que cumplían en privado en caso de faltar al coro. En cambio, para los clérigos seculares y para los fieles laicos la oración común no era tanto una obligación personal, como una misión que había de ser permanentemente cumplida por la comunidad cristiana.
En las diversas Horas que se celebran en iglesias y monasterios hay en ese tiempo notas comunes : libertad en la elección de textos escriturísticos; teocentrismo pleno y dimensión trinitaria de la oración común, en la que Cristo es el Mediador; sentido general de una Iglesia orante, como nota suya fundamental; tendencia al simbolismo, de inspiración bíblica y patrística; alternancia armoniosa entre himnos y cantos, salmodia, lecturas, preces variadas y silencios para la oración privada. Bajo el pontificado de San Gregorio Magno (590-604), se va configurando más el Oficio romano, destinado a difundirse a toda la Iglesia de Occidente.
La forma plena de las Horas litúrgicas (ss. VI-IX)
El esplendor formal del Oficio monástico se aplica en ese tiempo, aunque atenuado, en las iglesias seculares. Cuando todavía no se ha generalizado la celebración diaria de la Eucaristía, la liturgia de las Horas es la oración de la comunidad cristiana, clero y pueblo. Aún no se practica el rezo privado del Oficio. Y su celebración en iglesias y monasterios alcanza una notable perfección en la salmodia y el canto litúrgico. El Oficio romano, enriquecido ya en himnos, antífonas, responsorios, colectas, se va extendiendo por toda Europa. Y es el clero quien tiene la obligación de celebrarlo en las iglesias. Ya apenas quedan aquellos Oficios simples, de mañana y de tarde, que podían ser participados por los fieles piadosos. Este Oficio romano-benedictino, muy perfecto, dura con algunos retoques hasta la reforma de San Pío X.
El Breviario (ss. X-XV)
La formación del Breviario en el siglo XI restringe la libertad de elegir textos de Escritura y de Santos Padres. La Curia romana, en el pontificado de Inocencio III (1198-1216) codifica en un solo libro los siete que se empleaban en el Oficio divino: Biblia, antifonario, himnario, leccíonarios, hagiografías, etc. La Liturgia de las Horas, un tanto reducida, queda así cristalizada en el modelo romano-benedictino.
El uso del Breviario se difunde rápidamente, especialmente por los franciscanos, dada la movilidad de sus apostolados. Se va afirmando la práctica de sustituir la obligación del rezo coral por la recitación privada, y lo que era excepción, va haciéndose normal. Y en esta época disminuye la participación del pueblo en las Horas litúrgicas, que quedan a cargo de sacerdotes y religiosos. Han nacido las lenguas romances, ya el pueblo no entiende el latín, y las recientes Ordenes religiosas traen una nueva espiritualidad popular, muy centrada en el Evangelio, pero a veces más sensible y devocional, que se vuelve hacia las reliquias, los sepulcros de los santos, las leyendas de milagros, las peregrinaciones a lugares santos.
Las Horas litúrgicas se celebran fielmente en los monasterios, pero la celebración del Oficio en las iglesias seculares va disminuyendo con la dispersión del clero en parroquias pequeñas, la asistencia a las Universídades, la atención espiritual a los gremios, en los que se viven devociones populares distintas de la devoción litúrgica… El Oficio ya no es obligación de las comunidades cristianas seculares.
Desde Trento hasta hoy (ss. XVI-XXI)
Antes de Trento, en el pontificado de Paulo III (1534-1549), el Cardenal Francisco de Quiñones (1480-1540), que fue ministro general de los franciscanos, con la ayuda de expertos, elaboró al final de su vida un nuevo Breviario (1535), acentuando la presencia de las Sagradas Escrituras, distribuyendo el salterio en una semana, y reduciendo los extensión de lo maitines. Un centenar de ediciones muestran la aceptación que alcanzó. San Pío V, por diversas razones, prohibió su uso en 1568; pero este Breviario anticipó la reforma postridentina.
En la época de Trento aún se emplean varios oficios, algunos muy deficientes, pues el Breviario romano no se ha impuesto plenamente. El Concilio impulsa decisivamente la reforma del Oficio, que culmina en el Breviario promulgado por San Pío V (1568), que fue propagado gracias a la imprenta con facilidad y exactitud.
Aunque este Breviario procura mantener el teocentrismo, el carácter central del misterio de Cristo, y las grandes riquezas bíblicas y litúrgicas, ya por ese tiempo la devoción del pueblo cristiano se ha distanciado de la espiritualidad predominantemente litúrgica. Es frecuente la agregación de fiestas, que descentran la atención de los misterios de Cristo. En ocasiones impiden incluso la celebración de la liturgia propia del domingo. En el Breviario universal se celebran 130 santos en 1568, 186 en 1676, 220 en 1738, 235 en 1846, 266 en 1911, aparte de las fiestas propias de cada diócesis y congregación.
Se mantienen los usos corales y las oraciones en plural, pero ya tanto las normas de Roma como la enseñanza de los teólogos insisten sobre todo en la obligación individual de aquellos que han sido «deputados» para el rezo del oficio divino, sacerdotes y religiosos. Y la supresión del coro en la Compañía de Jesús influye mucho en el ambiente general. Su pauta es seguida por muchas congregaciones religiosas.
Es tiempo en que sacerdotes y fieles inspiran su espiritualidad orante en modelos jesuíticos, sulpicianos, etc. Prevalece la práctica de la oración mental. Y tanto el género de vida activa, como el alejamiento de la piedad bíblico-litúrgica, dificultan rezar con devoción y provecho un Oficio divino estructurado en múltiples horas, según módulos corales, más aún, monásticos. En general, puede decirse que ya el Breviario es una carga, una obligación que se cumple por evitar el pecado, más que una oración gozosa, consagradora del tiempo y santificadora de los hombres. El Oficio divino no es ya tanto Opus Dei, sino más bien Pensum servitutis.
En lo que se refiere al pueblo, su alejamiento de la Oración litúrgica de la Iglesia es ya total. Aún perduran, sin embargo, en algunos lugares las vísperas dominicales en las parroquias, pero se pierde en gran medida el sentido de la oración litúrgica que debiera ofrecer a Dios día a día la comunidad cristiana.
La Iglesia contemporánea
El Breviario de San Pío V, con algunas modificaciones posteriores, llega prácticamente hasta el Concilio Vaticano II. El movimiento litúrgico, iniciado en el XIX, crea el ambiente propicio para una reforma más profunda del Oficio, iniciada por San Pío X en la Bula Divino Aflante (1911). Pío XII, continuando ese impulso, suprime del Oficio divino muchos elementos secundarios y simplifica las rúbricas, al mismo tiempo que logra una más fácil versión latina del salterio. A este gran Papa le debemos sobre todo una excelente teología del Oficio divino.
EI Concilio Vaticano II, en la constitución Sacrosanctum Concilium (1963, 83-101), impulsa una profunda reforma de la Liturgia de las Horas, que es una de las realizaciones postconciliares más perfectas. Reconoce de nuevo la primacía de la hora de Laudes para la mañana, y la hora de Vísperas para la tarde. Pero su mayor mérito reside en devolver al Oficio divino el carácter de oración común del pueblo de Dios.
El sagrado Concilio «recomienda que los clérigos no obligados a coro, y principalmente los sacerdotes que viven en comunidad o se hallan reunidos, recen en común al menos una parte del oficio divino», y «recomienda asimismo que los laicos recen el oficio divino o con los sacerdotes o reunidos entre sí, e incluso en particular» (99-100).
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Tres orientaciones eclesiológicas aparecen, se entrecruzan, coexisten, e incluso pelean entre sí, a lo largo de la historia de la Iglesia.
El fin único de la Iglesia, la glorificación del Padre en Jesucristo, incluye una serie de fines intermedios, vinculados entre sí, y que, en principio, no se oponen, sino que se exigen mutuamente: la santificación de la humanidad, su liberación del pecado, y el progreso natural del hombre, su liberación de las miserias temporales. Según que la Iglesia se oriente con más interés a uno o a otro de estos fines resultan imágenes distintas de la Iglesia:
1. Iglesia litúrgica. En esta concepción eclesiológica la glorificación Dios ocupa un lugar absolutamente central y prevalente, tanto en la vida ascética, como en la vida apostólica o en la litúrgica. Hay un impulso fundamental: «¡Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos!» (Sal 117).
Para obtener esta alabanza inmensa en Jesucristo se realiza la evangelización, la beneficencia, la ascética, la liturgia. El Verbo encarnado es el salmo eterno que se introduce en el tiempo para asociar a los hombres en su canto al Padre (SC 83). Soteriología y beneficencia están claramente ordenadas a la liturgia. La Iglesia es, pues, en medio de las naciones antes que nada la congregación de los hombres que en Jesucristo glorifican al Padre celestial.
2. Iglesia soteriológica. En esta orientación eclesiológica, la santificación del hombre –el negocio de la salvación– va ocupando cada vez más un lugar central. La Iglesia es ante todo una barca en la que los hombres se perfeccionan espiritualmente, y se salvan del pecado de! mundo y de la condenación eterna.
La liturgia se ordena a la soteriología. La Misa, por ejemplo, aparece más como santificación de los fieles que como glorificación de Dios. Pero eso sí, la ascética y la pastoral pretenden la promoción sobrenatural del hombre y su liberación del pecado, consiguiendo de este modo la glorificación de Dios.
3. Iglesia temporalista. Pretende principalmente, y a veces casi exclusivamente, liberar al hombre de las miserias que lo afligen y humillan en este mundo, promoviéndolo hacia una mayor perfección humana natural.
En esta «Iglesia» no se predica el Evangelio, ni la divinidad de Jesucristo, ni la absoluta necesidad de la gracia para la salvación. No se vive ni el impulso doxológico de glorificación de Dios, ni la pretensión soteriológica de salvar eternamente a los hombres, que más que pecadores, son considerados enfermos. Esta Iglesia viene a ser una ONG (organización no gubernamental) que, si conserva alguna raíz o apariencia cristiana, será en clave arriana y pelagiana. Está próxima a su extinción, porque sus «cristianos» están mundanizados, ya no tienen fe, ni oran, ni van a Misa, ni se confiesan. Tiene muy pocos hijos, por la anticoncepción, tampoco tiene vocaciones, ni suscita conversiones.
La Iglesia litúrgica vive de la gracia, es creativa y por eso vence al mundo. La soteriológica es una Iglesia semipelagiana, que resiste al mundo como puede, malamente. Y la temporalista es apóstata y claudicante: ya no es Iglesia, es mundo.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
Post post.- Uno de los aspectos más fascinantes en la visita de un monasterio es presenciar la celebración de las Horas litúrgicas en el coro monástico. Ver que cada día la glorificación de Dios tan frecuente, durante tantos años, en la salmodia, las antífonas y responsorios, la lecturas, en la iglesia… y la continua intercesión por los hombres son la forma vital determinante de estos hombres o de estas mujeres, es algo conmovedor. Da mucho que pensar sobre lo que debe ser la oración en la vida de todos los cristianos, en su familia y su casa, en medio de sus trabajos. Y también sobre lo que la oración común debería ser en las parroquias.
Señor, abre mis labios. Y mi boca proclamará tu alabanza.