9.03.24

(365) Santidad-8. Conversión: propósito y expiación

Joven orante

–Total, uno lo intenta y no lo consigue… Casi no merece la pena ni intentarlo.

–Ándese con ojo, que Jesús nos avisó: «si no os convertís, todos moriréis igualmente» (Lc 13,3). Cada uno, pues, ha de decirse: sin Cristo no puedo nada (Jn 15,5), pero «todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4,13).

Examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de la enmienda y expiación de obra. Conversión completa.

* * *

–Propósito de enmienda

El propósito penitencial es un acto de esperanza, que se hace mirando a Dios. El es quien te dice: «vete y no peques más» (Jn 8,11). Él es quien nos levanta de nuestra postración, y quien nos da su gracia para emprender una vida nueva con fuerza y esperanza.

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4.03.24

(364) Santidad-7. Conversión: dolor de corazón

Rembrandt

–«Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa».

–«Lávame: quedaré más blanco que la nieve… Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» (Sal 50). [Nota.-Por esta vez no hay discusión en este inicio; pero conste que no sienta precedente).

Examen de conciencia (fe), dolor de corazón (caridad), propósito de la enmienda (esperanza), expiación por el pecado (caridad/justicia), son los actos fundamentales que integran la virtud de la penitencia (conversión, metanoia). 

–El examen de conciencia, del que ya traté (363), realizado a la luz de la fe y con la ayuda de la gracia, nos da a conocer y a reconocer la realidad de nuestros pecados, tantas veces ignorada. Es el acto primero de la conversión, el que nos muestra con una lucidez sobrenatural, que «nos viene de arriba, desciende del Padre de las luces» (Sant 1,17), la verdad –la mentira– de nuestros pecados. Mientras una persona no conoce y reconoce sus culpas, no es posible que se duela del pecado y que procure la enmienda. No puede ni siquiera iniciar el proceso de la conversión.

Por eso uno de los principales términos griegos que en el NT expresan la conversión y la penitencia es precisamente la palabra metanoia (metanoéo, convertirse, hacer penitencia), que en primer lugar significa un primer cambio de mente: meta-nous, que hace posible en el hombre una verdadera conversión de la voluntad y de la vida personal.

Para esta transformación radical del pensamiento, tanto San Juan como San Pablo emplean simplemente el término fe: «el justo vive de la fe» (Rm 1,17). Es ella la que nos permite no «conformarnos a este siglo», y nos mueve en cambio  a «transformarnos por la renovación de la mente, procurando conocer cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta» (12,2). La fe, pues, significa participar en modo nuevo del pensamiento de Dios, verlo todo por los ojos de Cristo, asimilar los pensamientos y caminos de Dios, que se elevan tan por encima de los pensamientos y caminos de los hombres «cuanto son los cielos más altos que la tierra» (Is 55,8-9). Ella es el principio absoluto de la conversión.

En este sentido conviene señalar que la conversión es en el sentido pelagiano o semipelagiano algo que se centra casi exclusivamente en la voluntad; y que, por el contrario, en la visón bíblica y católica se vincula en modo muy principal al entendimiento. Sólo si la persona cambia, bajo la acción de la gracia, su modo de pensar, podrá cambiar su modo de querer, de actuar y de vivir: es decir, podrá convertirse.

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22.02.24

(363) Santidad-6. Conversión: examen de conciencia

Muchacha rezando

–Ya veo que en este tiempo de Cuaresma está usted decidido a procurar nuestra conversión.

–Bueno, en realidad el más decidido es Dios: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y la Iglesia.

–La virtud de la penitencia

Como ya vimos (362), existe la virtud específica de la penitencia, que como dice San Alfonso Mª de Ligorio, «tiende a destruir el pecado, en cuanto es ofensa de Dios, por medio del dolor y de la satisfacción» (Theologia moralis VI,434; cf, STh III,85). Y esta virtud implica varios actos distintos: –el reconocimiento del propio pecado, mediante el examen de conciencia (fe); –el dolor de corazón, en la contrición y la atrición (caridad); el propósito de la enmienda (esperanza); –la confesión oral de las propias culpas (cuando la penitencia es sacramental); y –la expiación por el pecado, también llamada reparación o satisfacción (justicia-caridad). Los iremos iremos estudiando uno a uno.

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14.02.24

(362) Santidad-5. La conversión en la Biblia

Pompeo Batoni

–Algunos dicen que la salvación es gratuita y que por eso no exige la conversión como condición.

–Craso error. Eso lo habrá leído usted en Pagola o en algún otro de su estilo.

Hoy comenzamos la Cuaresma, tiempo de gracia y de conversión. Sobre este tema el más perfecto documento del Magisterio de la Iglesia es la constitución apostólica Poenitemini de Pablo VI (17-II-1966). Es una maravilla… Ya desde el inicio advierto dos cosas: –que metanoia, penitencia y conversión vienen a ser términos equivalentes (Catecismo 1422-1460, 1471-1479): y –que hoy gran parte del pueblo cristiano tiene muy escaso conocimiento del pecado, de la necesidad de la conversión, de la expiación, de los actos propios de la virtud de la penitencia, así como de la misma posibilidad eterna de salvación o condenación.

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26.12.23

(526) Navidad. Nació Jesús, el Salvador del mundo

La Tour, 1640 -Jesús recién nacido

–Estamos en Navidad: paz, alegría, solidaridad, ayuda a los pobres, presos, inmigrantes…

–Todo eso es digno, equitativo y saludable. Y oración, Eucaristía, perdón de ofensas, reconciliación sacramental con Dios, y sobre todo anuncio de Jesús, único Salvador del mundo pecador, gratitud a la Santísima Trinidad y a la Santísima Virgen María…

* * *

¿Hay en la raza humana un pecado original que la enferma en su propia naturaleza, es decir, a todos? Quedan no muchos que lo crean

–Los judíos del Antiguo Testamento se sabían pecadores: «mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (Sal 50,7). Lo sabían desde el principio, desde el Génesis. Creían en el pecado original. El pecado de los protoparentes, porque degrada profundamente la misma naturaleza del hombre –mente, voluntad, sentidos y sentimientos–, se transmite por generación a toda la humanidad. Todos los nacidos del hombre y de la mujer han de reconocer ante el Señor: «contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces» (ib. 8).

Los paganos antiguos y modernos, en todas sus religiones, han conocido y reconocido su condición de pecadores, practicando oraciones y ritos de expiación por el pecado. Y no sólo los pueblos más incultos y primitivos; también los cultos y pensantes conocían su condición de pecadores. El poeta romano Ovidio (43 a. C.–17 d. C.) declara: «Video meliora, proboque, deteriora sequor»: veo lo mejor, lo aprecio, y hago lo peor.

Los cristianos mantienen la convicción de los judíos: «por la desobediencia de uno [Adán] muchos fueron hechos pecadores, y así también por la obediencia de uno [Jesús, nuevo Adán] muchos serán hechos justos» (Rm 5,19; muchos que significa todos, 5,18). Y coinciden también con los paganos:

«El querer el bien está en mí, pero el hacerlo no. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace: es el pecado que habita en mí» (Rm 7,18-19; como Ovidio).

«Me deleito en la Ley de Dios, según el hombre interior; pero siento otra ley en mis miembros, que repugna a la ley de mi mente y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios, [que nos libra] por la gracia de Dios» (Rm 7,22-25).

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