–¿Terminamos con la oración en la política o no? Ya está bien.
–Terminamos. Pero me temo que aunque escribiera diez artículos más sobre el tema, tal como está el patio, no sería bastante.
La oración de la Iglesia es, por el favor de Dios, la causa principal de la salud política de un pueblo. Consiguientemente, la causa principal de las enfermedades sociales públicas es la falta de oración. Como hemos comprobado con varios ejemplos, la oración de la Iglesia no sólo abre a los dones espirituales de Dios, sino también a sus bendiciones temporales. «Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor» (Sal 143,15). «Dichoso el pueblo que sabe aclamarte [y clamar a ti]: caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro» (88,16).
Quiso Dios que los Sacramentarios fundamentales de la Liturgia latina se formaran precisamente cuando los Concilios declararon la doctrina católica de la gracia; por ejemplo, en el concilio de Orange (529). Por eso las oraciones litúrgicas tienen hasta hoy la humildad y la confianza, la audacia y la alegría que nacen de la verdadera teología de la gracia. Transcribo del Liber Ordinum –el que se usaba en la España visigótica, en tiempos de San Leandro (+600), San Isidoro (+636) o San Ildefonso (+667)–, la oración de una misa sobre los enemigos (Missa de hostibus):
«Oh Señor, Dios del cielo y de la tierra, observa, te lo pedimos, la soberbia de nuestros enemigos y mira nuestra humildad. Contempla el rostro de tus santos y muestra que Tú no abandonas a los que en ti confían y que humillas en cambio a los que presumen de sí mismos y se glorían de su propia fuerza. Tú eres el Señor Dios nuestro, que desde el principio disipas las guerras, y el Señor es tu nombre. Extiende tu brazo, como en otro tiempo, y destruye con tu fuerza la fuerza de nuestros enemigos. Que en tu cólera se desvanezca la fuerza de ellos, para que tu casa permanezca en la santidad y todos los pueblos reconozcan que Tú eres Dios y que no hay otros dioses fuera de ti. Amén».
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