16.12.16

La religión y la ciencia

Yo no tengo una formación científica, en el campo de las ciencias naturales. No. Yo he estudiado el BUP de mi época y, tras dos años en que todas las asignaturas eran comunes, escogí letras puras.

Luego, al licenciarme en Filosofía, me he acercado indirectamente a las ciencias naturales, básicamente a través de tres vías: La Lógica, la Historia de la Ciencia y la Filosofía de la Ciencia. De estas tres disciplinas me ha gustado más la Filosofía de la Ciencia.

En el ámbito teológico y, en concreto, en la Teología Fundamental – que se ocupa de los pilares de la fe - , surgen preguntas sobre los milagros, sobre cómo actúa Dios en el mundo, etc. Y, en general, la Teología se ve interesada por las ciencias naturales cuando hablan del origen del mundo y del hombre, de lo específico de la naturaleza humana y de tantas otras cosas.

Me parece que las ciencias empíricas y la fe -  y el saber de la fe, que es la Teología – son heterogéneas. No hablan, aparentemente, de lo mismo del mismo modo. Aunque en realidad sí hablan de lo mismo, ya que versan sobre la realidad.

Pero entre ambas orillas, que parecen muy lejanas una de otra, puede aparecer un puente filosófico. La Filosofía busca entender la realidad, yendo un poco más allá de los datos de la experiencia. La Teología pretende el mismo fin, entender lo que hay, contando con Dios.

Hay un puente. Y eso es lo que, principalmente, valoro del libro que comento en este blog: Brendan Sweetman, La religión y la ciencia. Una introducción, Santander-Madrid 2016, 239 páginas.

El autor es catedrático de Filosofía de una Universidad de Kansas. Me parece que escribe muy bien, con enorme claridad, y que tiene el don de explicar de un modo asequible los temas que trata.

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12.12.16

Mi felicitación de Navidad a mi Parroquia real y a mis lectores (también reales)

He pedido a una imprenta que preparase unas postales para felicitar a los feligreses de la Parroquia que tengo encomendada. Y ha llevado a cabo ese encargo, la imprenta, con gran profesionalidad.

Ha elaborado una postal que tiene, en el anverso, una imagen de la Sagrada Familia, una reproducción de un óleo sobre lienzo, del siglo XVIII, de la Escuela Cuzqueña.

En el reverso aparece un texto, que copio aquí:

“El párroco de la Parroquia de San Pablo, de Vigo, los sacerdotes y la comunidad parroquial, les desean una Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo.

Recordemos las palabras de nuestro Sr. Obispo: ‘La caridad es el camino que permite superar el egoísmo y abrirse a la misericordia y a la comunión’ (Carta Pastoral Bienaventurados los misericordiosos, p. 51)”.

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8.12.16

Novena a la Inmaculada: La segunda edición

Esto decía hace unos años:

La editorial CCS, de Madrid, en su colección “Mesa y Palabra” me acaba de publicar una “Novena a la Inmaculada” (ISBN 978-84-9842-2566; Madrid 2008, 84 páginas).

En la solemnidad del 8 de Diciembre “se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de María, la preparación radical (cf Isaías 11,1.10) a la venida del Salvador y el feliz exordio de la Iglesia sin mancha ni arruga”, escribía el Papa Pablo VI en la exhortación apostólica Marialis cultus. Todo el tiempo de Adviento se caracteriza por la impronta mariana. La Iglesia, con María, espera a Cristo; aguarda la celebración de su Nacimiento en la Navidad y se prepara para su segunda venida en gloria al fin de los tiempos.

El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece una síntesis precisa del significado de la “Inmaculada Concepción”: “Dios eligió gratuitamente a María desde toda la eternidad para que fuese la Madre de su Hijo; para cumplir esta misión fue concebida inmaculada. Esto significa que, por la gracia de Dios y en previsión de los méritos de Jesucristo, María fue preservada del pecado original desde el primer instante de su concepción”.

En el plan divino de la salvación, la Virgen ocupa un papel singular: es la Madre de Cristo. Asociada a su Hijo, María es la “Toda Santa”, la Mujer en la que se manifiesta de modo más nítido el triunfo del Redentor. La Iglesia, leyendo la Sagrada Escritura a la luz de la fe, ha visto en María a la nueva Eva, cuyo Hijo aplastará la cabeza de la serpiente (cf Génesis 3,15). El ángel Gabriel la saludó como “llena de gracia” (Lucas 1,28) y Santa Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (Lucas 1,42).

Pero todo el Antiguo Testamento prefigura, de algún modo, el misterio de la Virgen al referirse a la renovación de Sión, o a la nueva creación, o a la morada de Dios en el templo, o al de Israel en el Sinaí, que anticipa a la esposa inmaculada que habría de dar el definitivo a la eterna alianza.  “Dios, que no derrocha sus prodigios, en la Inmaculada abre la puerta a la esperanza. En efecto, la ‘Toda Santa’ aparece al término de una larga historia de gracia y de pecado, cuyo director es Dios […]. La Inmaculada es el comienzo que tiene en sí el anticipo del fin” (A. Serra).

El sentido sobrenatural de la fe del pueblo cristiano supo reconocer en este privilegio de María una verdad revelada por Dios. El Papa Pío IX proclamó solemnemente esta verdad, definiendo el dogma de la Inmaculada Concepción el día 8 de Diciembre de 1854, mediante la bula Ineffabilis Deus.

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25.11.16

¿Es normal aspirar a lo perfecto? Sí, pero…

A todos nos gusta, creo, lo perfecto. Pero lo “perfecto” es escaso. Es muy difícil que alguien, o algo, tenga el mayor grado posible de bondad o excelencia. Habitualmente no es así. La experiencia nos dice que no conocemos, apenas, nada perfecto. Nuestra vida no es “perfecta”. Ni nuestros amigos lo son, porque, entre otras cosas, a nuestro juicio, “pasan”, más de la cuenta, de nosotros.

Ni nada, en realidad, lo es. Salvo Dios. Dios sí es perfecto y, en la medida en que pueden serlo, lo son, perfectos, aquellos que se han dejado modelar por Dios. En primer lugar, y en único lugar, en muchos sentidos, la Virgen, la Madre de Jesús.

Que deseemos lo perfecto testimonia la huella que Dios ha dejado en nuestro ser. Nos han creado, eso podemos constatarlo cada uno de nosotros, con unas enormes aspiraciones. Nos han creado con el deseo de lo perfecto. Pero la realidad es que solo Dios puede colmar ese deseo. Solo Dios. Nadie más.

Pero constatar que lo que no es Dios no es perfecto es, también, al menos hasta cierto punto, liberador. Yo aprendo mucho cuando constato que las personas más cercanas, a mi juicio, a la perfección no lo están tanto. Yo he pensado, pongamos por caso, que algunas personas respondían a un ideal mío de amistad o así. Y no se corresponden, de hecho, con ese ideal.

No debo enfadarme. Debo ser, a la vez, más humilde y más indulgente. Más humilde, porque es evidente que yo no merezco ser amado o apreciado incondicionalmente, salvo por el amor y el aprecio incondicional de Dios.

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19.11.16

Hay que invertir en seguridad

No cabe duda. Es una exigencia que se impone en todos los ámbitos. También en el de la vida parroquial. Es una pena que sea así, pero la realidad es como es, no como nos gustaría que fuese.

El domingo pasado, en la Santa Misa celebrada a las 11.00 h. en mi parroquia, he pasado un mal momento. Ya desde el principio noté que algo no iba bien. Había un hombre, de entre 30 y 40 años, que mantenía una actitud extraña, fuera de lo común. Ni lo suficientemente discreta para pasar desapercibida ni, tampoco, lo suficientemente osada para que el feligrés medio despierte de su letargo y llame, por primera vez en su vida, a la policía.

El “feligrés medio” no reacciona nunca. Es como si estuviese anestesiado. La sociología y la psicología social sabrán explicarlo. Es una actitud pasiva, que solo tiende a protestar si, por ejemplo, el sacerdote para, por el tiempo necesario, la celebración de la Misa. Y, en ese caso, protesta, el “feligrés medio”, en contra del sacerdote. De lo demás, el “feligrés medio”, ni se entera ni quiere enterarse.

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