No es bueno ceder a la tentación: “Si no es perfecto, ¡qué desaparezca!”
Perfecto, lo que se dice “perfecto”, solo es Dios. Solo Él tiene el mayor grado de bondad. Solo Él es “Aquel mayor del cual nada puede ser pensado” y, a la vez, solo Él es “lo mayor, lo más grande, que puede ser pensado”.
Solo Dios. San Benito captó muy bien esta grandeza, esta perfección. Dios lo es todo. Si se deja “el mundo”, es para agradar a Dios. El monasterio ha de ser una escuela del divino servicio, dedicado, preferentemente, al “Opus Dei”, a la Liturgia, a la alabanza divina. Los que desean ser novicios han de buscar a Dios sinceramente. Los monjes han de actuar para gloria de Dios…
Dios lo es todo. Pero lo que no es Dios no lo es todo. Ni es perfecto, en el mismo sentido en que Dios lo es. Eso no quiere decir que no sea valioso. Porque todo lo que es, en mayor o menor medida, refleja en cuanto que “es” la perfección divina.
Hasta la humanidad tiene esta valencia sacramental, esta capacidad de ser asumida por Dios para mostrar su grandeza – la de Dios - . Es el caso de la humanidad de Jesucristo. O, incluso, de otro modo, el de la humanidad de la Virgen María, limpia del pecado.
Jesús nos pide ser perfectos, pero no desespera si no lo somos aún. Se compadece y perdona. Espera y da fuerza para tratar de mejorar. La Iglesia, en su vertiente humana, nunca ha sido perfecta, más que en la humanidad de nuestro Salvador y en la de su Madre Santa. La Iglesia abraza en su seno a los pecadores, que son imperfectos. No tienen, obviamente, la perfección de Dios, pero tampoco la perfección que Dios desea para los hombres.

Lo he escuchado, hace poco, en un programa de radio. Decía una profesora de Matemáticas que para prestigiar su asignatura había que hablar mucho de esa materia y hablar bien. Y ponía un ejemplo: Uno de sus hijos comía sin problemas verduras hasta que fue a la escuela. En el comedor escolar, el niño oyó que las verduras sabían mal y, en consecuencia, dejó de comerlas. No es que no le gustasen las verduras, sino que, a base de oír lo malas que eran, terminó haciendo propio ese diagnóstico generalizado.
La afirmación: “La clase de Religión no puede tener valor académico y contar para la nota media” se la atribuyen a una ministra del Gobierno. Si no ha proferido esa sentencia, le sobrarán medios para desmentirlo. Pero todo apunta a que resulta creíble que lo haya dicho.
Fue popular en vida, San Antonio, y lo es tras su muerte. Es, sin duda, uno de los santos más venerados en todo el mundo. Se recurre a él en busca de objetos perdidos, recitando su famoso responsorio: “Si buscas milagros, mira: muerte y error desterrados, miseria y demonio huidos, leprosos y enfermos sanos”…, “miembros y bienes perdidos recobran mozos y ancianos”. El responsorio, en latín, ha dado nombre a una plegaria y origen a un apellido italiano, que porta un célebre teólogo, Sequeri: “Si quaeris miracula…”.












