1.11.17

El sello

Me han dicho que la oficina de la Santa Sede - o del Estado Vaticano, que no es lo mismo, pero como si lo fuere-  encargada de estos menesteres, de sacar a la luz sellos, ha aprobado uno en el que, con una iconografía muy semejante a lo que entendemos por el Calvario - Cristo en la Cruz, al lado de María y de San Juan - va a publicar un sello postal con un Crucificado en el centro, con un fondo que sería la ciudad de Wittenberg, y con dos personajes, a un lado y a otro de la Cruz.

No se trata de La Virgen y de San Juan, ni de los dos ladrones, sino de Lutero, arrodillado, portando en sus manos la Biblia, y de Melanchton sosteniendo la “Confesión de Ausburgo".

Me ha llevado un tiempo creer que esto era posible, o que era verdad. Es muy comprensible desear que, en un mundo descreído y necesitado de justicia, los cristianos hagamos causa común. Es muy comprensible desear que los cristianos - protestantes y católicos - nos unamos en la defensa de la existencia de Dios, de la condición de seres creados por Él, y que defendamos, todos, la vigencia de los mandamientos.

La imagen del supuesto sello del Vaticano no me parece ni siquiera creíble. Estamos todos en España doloridos por la experiencia absurda de Cataluña. ¿Ustedes se imaginan un sello de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre con la bandera de España en el centro y a un lado y a otro, a los que han liderado el separatismo en esa Comunidad? Yo no. Y pensaría, si esa edición de sellos la financiase el Estado español, que algo fallaba. Algo muy esencial. Tanto como el sentido común.

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31.10.17

31 de Octubre

Ya es el 31 de octubre. Para unos, entre los que me cuento, que sea el 31 no significa apenas nada: “A cada día le basta su afán”; cada día tiene bastante con su propia preocupación (Mt 6,34). Y entre las mías, entre mis personales  preocupaciones o desasosiegos, no cuenta apenas el que lleguemos al 31 de octubre. Es más que de sobra saber que el 30 de octubre -el 29 según mi DNI -  he cumplido, ya, la provecta edad de 51 años.

No diré que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, por si mirar al pasado envejece todavía más. No diré eso, porque soy realista, pero estaría un poco empujado a decirlo. No merece la pena, no obstante. Nadie se acuerda – nadie no, pero casi nadie, cada vez menos – de la fecha, absolutamente irrelevante en la historia del mundo, del propio aniversario. Y por eso, porque muy pocos tienen la misericordia de felicitarme, acepto con satisfacción que - muy pocos - me feliciten. Es más, se agradece que, cada día menos, algunos conserven la memoria. Algunos felicitan, quizá, solo por costumbre. Pero es algo, y eso es siempre más que nada. Y muchísimo más de lo que uno merece.

Un 31 de octubre, de 1517, Martín Lutero “clavó” – no sabemos si literalmente o no – “95 tesis sobre las indulgencias” en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. Era la víspera de la solemnidad de Todos los Santos. Y Melanchton, colaborador de Lutero, pensó que exponer esas tesis equivalía a recuperar la “luz de los Evangelios”.

Hoy es día 31. Y la Víspera de la Solemnidad de Todos los Santos. Y hace 500 años de ese episodio – sea histórico, en su literalidad, o no -.

No es fácil entender a Lutero, ni la teología de Lutero. Yo creo que no la entiendo. Que él se haya quejado de posibles abusos – y reales abusos – de las indulgencias entra dentro de lo normal. Quejarse de un abuso no significa más que eso. Un abuso es una extralimitación.

Es bueno ayunar, hacer dieta, pero “abusar” en esa trayectoria equivaldría, casi, a morirse de hambre. No voy a enumerar el catálogo de reliquias de las que se beneficiaba el príncipe de Sajonia, Federico el Sabio. No eran las reliquias, ni las indulgencias, en lo que suponía un abuso, lo que disgustaba a Lutero. Era la doctrina católica.

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28.09.17

Una Declaración de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española ante la situación de Cataluña

¿Desde dónde escribo? Uno nunca escribe desde la neutralidad. La asepsia puede ser un ideal para los quirófanos, pero nunca es real cuando se trata de las opiniones humanas. Uno escribe siempre desde unos supuestos y, si se pretende dialogar, intercambiar las razones, conviene que esos supuestos se hagan explícitos.

 Yo soy un sacerdote católico, ciudadano español, perteneciente al pueblo gallego. A nivel personal, puedo pensar de un modo o de otro sobre diversos temas, tratando, obviamente, de no mezclar lo que cabe pedir a todos los católicos con lo que cada cual, como ciudadano, puede opinar sobre tal cosa o tal otra. En lo de fe, unidad; en lo demás, cabe la diversidad.

 ¿Sobre qué escribo? Comento ahora una “Declaración de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española ante la situación de Cataluña”. Se trata de un texto orientativo, prudencial, que proviene de un organismo de la Conferencia Episcopal, que es la “Comisión Permanente”.

Entre sus atribuciones, esta Comisión tiene la competencia de “hacer declaraciones sobre temas de urgencia, de las que se informará previamente a la Santa Sede y se dará cuenta a la Asamblea Plenaria en la reunión próxima inmediata”. O sea, hay algo de “provisional” en lo que diga la Comisión Permanente, pero, a la vez, estas declaraciones tienen un cierto peso institucional (“se informará previamente a la Santa Sede y se dará cuenta a la Asamblea Plenaria”).

Que tengan un valor institucional no comporta, de modo automático, que se trate de una enseñanza magisterial. No lo es, entre otros motivos, por razones de forma, ya que ninguna Comisión de la Conferencia Episcopal es un órgano del Magisterio de la Iglesia.

 ¿Cuáles son las fuentes de esta Declaración de la Comisión Permanente? En la breve “Declaración” se citan tres documentos: Un “Comunicado de los Obispos de Cataluña” de 20-9-2017; un texto del papa Francisco, de “Evangelii Gaudium”, n. 239, y un texto de la “XXXIV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, de 28-2-1981.

Con los obispos de Cataluña piden – los obispos de la Comisión Permanente – rezar por los gobernantes, para que ellos, y todos, se dejen guiar por la sensatez, y el deseo de ser justos y fraternos, buscando el diálogo, el entendimiento, el respeto a los derechos y a las instituciones, la no confrontación, la fraternidad, la libertad y la paz.

Con el papa Francisco piden privilegiar el diálogo, la búsqueda de consensos, sin separarlos de la preocupación por una sociedad justa.

Con la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal se pide “recuperar la conciencia ciudadana y la confianza en las instituciones, todo ello en el respeto de los cauces y principios que el pueblo ha sancionado en la Constitución”.

A la adhesión a estos puntos, se añade la indicación de que “tanto las autoridades de las administraciones públicas como los partidos políticos y otras organizaciones, así como los ciudadanos, eviten decisiones y actuaciones irreversibles y de graves consecuencias, que los sitúe al margen de la práctica democrática amparada por las legítimas leyes que garantizan nuestra convivencia pacífica y origine fracturas familiares, sociales y eclesiales”.

Finalmente, se ofrece – tras pedir la plegaria a Dios – la colaboración de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal “al diálogo en favor de una pacífica y libre convivencia entre todos”.

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29.08.17

“Plato amicus, sed…” O sobre la contradicción de venerar la imagen de una deidad hindú en una catedral católica

Con base en la “Ética a Nicómano” se ha hecho famoso un pensamiento atribuido a Aristóteles: “Plato amicus, sed magis amica veritas”. Que viene a ser como decir: “Me puedo llevar muy bien con alguien pero, solo por ese hecho, no diré que lo que veo blanco es negro, o viceversa” – no entremos ahora en lo que piense la Iglesia jerárquica al respecto - .

La versión galaica, inculturada, de la máxima reza: “Amiguiños, sí; pero a vaquiña polo que vale”. La vaca valdrá lo que sea; pero ese valor no aumenta ni desciende, simplemente, por la amistad con quien me la quiera comprar.

Los católicos, y los ciudadanos de buena voluntad, debemos intentar llevarnos bien con todos, pero ese deseo noble de empatizar con los demás no puede conducirnos a justificar cualquier cosa o a caer en un relativismo tan relativista que termine por ser, el relativismo, de modo paradójico, la única verdad absoluta.

Es verdad que lo que pensamos sobre algo “depende” de muchas cosas, pero, en buena ley, depende también, no en última instancia, de lo que las cosas son, en la medida en que, con nuestra inteligencia, tratamos de conocerlas. Ni Kant negaría este enfoque.

En principio, dentro de los límites de lo moralmente aceptable y de lo que el orden público puede reconocer como razonable, hemos de respetar las convicciones religiosas de los demás. No necesariamente hemos de creer que esas convicciones responden a la verdad, pero sí hemos de respetar la personal búsqueda de la verdad que ha conducido a las mismas, a esas convicciones, a las personas que las sostienen.

En un mundo tan descreído, tan “desencantado", tan aburrido, mi simpatía se dirige a las personas religiosas. En medio de un océano de indiferencia o de ateísmo, es casi inevitable que los que creemos en Alguien, o en algo trascendente, encontremos un punto de encuentro entre nosotros.

Todos los hombres son mis “prójimos”, porque Cristo, con su Encarnación, nos ha unido a todos. Pero, más cercanos, en principio, veo a los creyentes, incluso a los de otras religiones.

Pero, pensándolo a fondo, también reconozco mi proximidad con los ateos y agnósticos, no en cuanto tales, sino en cuanto presentan objeciones contra la religión que, alguna vez al menos, merecen ser tenidas en cuenta.

¿El Cristianismo es una religión? Sin duda lo es. Pero no es una religión más. Reconoce a un solo Dios. Exige el monoteísmo y la monolatría: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6,5). “Al Señor tu Dios adorarás” (Mt 4,10). Este único Dios se ha acercado a nosotros enviándonos a su Hijo, que se hizo hombre, y al Espíritu Santo, que nos hace hijos en el Hijo y, por consiguiente, hombres nuevos.

El Catolicismo no es incompatible con la buena vecindad con ateos, agnósticos, fieles de otras religiones o cristianos no católicos. El Catolicismo es incompatible con la confusión, con la mezcla, con el sincretismo, con el intento de conciliar lo que no es conciliable.

El Catolicismo – el Cristianismo en general – apuesta por el Logos, por la Razón. Que no permanece distante e inaccesible, sino tan próxima que se hizo carne. Pero, a veces, la lógica parece ya no regir. El problema es, hoy, ese. Ya no se reconoce que la razón sea el puente.

Hoy imperan los sentimientos – y hasta los sentidos – que son, sí, dimensiones de lo humano, pero no el único elemento a considerar. Los sentimientos son volubles. Hoy “gusta” una cosa y mañana deja de hacerlo. Y no digamos solo los sentidos. Sabiendo que somos también “sentidos”.

La ceremonia de la confusión entre las religiones no nos va a aproximar a los seres humanos, porque lo que tenemos en común como seres humanos, aquello en común que puede ayudar a que nos entendamos, es el logos, es la palabra y la razón. No una palabra fría, sino unida al amor. Pero, sin palabra y sin razón, será imposible saber lo que el otro dice. Y en esa tesitura no hay amor que resista. Ni diálogo ni nada.

A veces parece que la lógica no rige. Que no nos entendamos, los cristianos, en temas de fe, con otros hombres es, a priori, posible. Que no nos entendamos los cristianos entre nosotros es, por desgracia, una triste realidad.

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24.08.17

Las "Salves" en Elche

El entonces párroco de Santa María de Elche, D. Francisco Conesa – actualmente obispo de Menorca - , me invitó, en su día, a predicar las llamadas “Salves” en la basílica de Santa María.

Las “Salves” corresponden a la Octava de la Asunción de Nuestra Señora – solemnidad que, en Elche, con su famoso Misteri, se celebra con singular esplendor -. D. José Luis, que sucedió a D. Francisco como párroco, me reiteró la invitación.

Me ha impresionado mucho haber pasado estos días en esa ciudad, tan volcada en la devoción a la Virgen. Cada día, desde el 16 hasta el 22 de Agosto, celebraba la Santa Misa a las 8 de la tarde, siempre con homilía.

Tras la Misa, se entonaba la Salve y los Gozos de la Asunción de la Virgen: “Verge Reina imperial, sobre els àngels exaltada, puix de nós sou advocada delliurau-nos de tot mal”. Un barítono, un tiple  y un tenor alternaban con el clero y el pueblo ensalzando con los cantos a Nuestra Señora.

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