Símbolos de la Pascua
En la liturgia de la Iglesia lo visible remite a lo invisible y a lo eterno. Los símbolos que apuntan al Misterio Pascual, al paso de Jesucristo de este mundo al Padre a través de su muerte y resurrección, resultan especialmente elocuentes. Joseph Ratzinger, en un bello texto dedicado al “misterio de la vigilia pascual”, se fija en tres de ellos: la luz, el agua y el cántico nuevo, el aleluya.
La luz es uno de los símbolos primigenios de la humanidad; un símbolo uránico, que encarna la gloria de lo celestial. La luz terrena es el reflejo más directo de la realidad divina. En la noche de Navidad y en la de la Pascua el simbolismo de la luz se funde con el de la noche. Se trata del drama de la luz y las tinieblas, de Dios y del mundo que se enfrentan, de “la victoriosa irrupción de Dios en el mundo que no quiere hacerle sitio y, sin embargo, al final no puede negárselo”. Este drama alcanza en la Pascua su punto central y culminante: Las tinieblas han condenado al portador de la luz, pero la resurrección trae el gran cambio. La luz ha vencido atrayendo hacia sí un trozo de mundo. El cirio pascual que avanza por la iglesia oscura como la noche es imagen del consuelo de un Dios que sabe de la noche del mundo – del sinsentido y la desorientación que la pueblan – y que, en medio de ella, ha encendido su luz, la Luz de Cristo.