Rezar por los (sacerdotes) difuntos
Hoy hemos tenido, en la catedral de Tui, el funeral, que cada año organiza el Cabildo, por los sacerdotes difuntos de la Diócesis. Lo ha presidido el Sr. Obispo, D. Luis Quinteiro, que, gracias a Dios, se hace presente continuamente en todas las iniciativas de la Diócesis, siempre con una palabra de aliento y de ánimo.
Al comenzar la celebración, un diácono leyó la lista de los sacerdotes difuntos desde Noviembre del año pasado hasta Noviembre de este año. Si no me equivoco, eran seis los fallecidos. Y sí comenté, luego, a alguno de los seminaristas, que ayudaban en la Santa Misa: “En nada, se mencionará mi nombre”.
Y es verdad. No sé lo que puede abarcar ese “en nada”, pero ya no mucho. Cuando uno cumple cincuenta, y más de cincuenta, como es mi caso, no está en la mitad de la vida. No. Está ya con un pie en la otra vida. Decir lo contrario sería engañarse.
Pero ese pie en la otra vida no equivale a una tragedia. Próspero de Aquitania acuñó una máxima de enorme relevancia: “Lex orandi, lex credendi”. Hay una correspondencia entre la ley de la oración y la ley de la fe. O, dicho de otro modo, la Iglesia ora en conformidad con lo que cree.
Antes de que se formulase de modo explícito la creencia en el purgatorio, la Iglesia ya oraba por los difuntos. Una práctica, orar por los difuntos, consistentemente reflejada en el Antiguo Testamento: “Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado” (2 M 12,46).
Desde el comienzo, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos, ofreciendo en su favor, sobre todo, la Santa Misa. San Juan Crisóstomo decía: “No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos”.