Lo visible y lo eterno. Un artículo en "Compostellanum"
¿Cómo se relacionan lo visible y lo eterno? ¿Son magnitudes opuestas o, por el contrario, encuentran su conciliación en el universo cristiano? La respuesta – y la explicación de la respuesta – puede ser pertinente para la teología de la fe y para la Teología fundamental en su conjunto.
Entre las tareas de la Teología fundamental está, como es sabido, el estudio del acto de fe y de su correspondiente credibilidad, que depende esencialmente de la credibilidad de la misma revelación. Sobre la fe ha tratado abundantemente la primera encíclica del papa Francisco, Lumen fidei, en la que afirma que la fe tiene una “estructura sacramental”. También la carta Placuit Deo de la Congregación para la doctrina de la fe incide en el carácter sacramental de la economía de la salvación.
Partiendo de estos dos documentos, nos preguntaremos sobre la ayuda que algunas reflexiones teológicas recientes pueden proporcionar a la hora de explicar en qué consiste esa mencionada estructura sacramental, o sacramentalidad, de la fe a fin de comprender mejor la conexión entre lo visible y lo eterno. Nuestra sospecha inicial es que tal esclarecimiento puede ayudar a la misión de la Teología fundamental.

La Carta de San Judas (24-25) concluye con una doxología; es decir, con una oración de alabanza dirigida a Dios, plegaria que procede de la liturgia, del culto de la Iglesia: “Al que puede preservaros de tropiezos y presentaros intachables y exultantes ante su gloria, al Dios único, nuestro Salvador, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, sea la gloria y majestad, el poder y la soberanía desde siempre, ahora y por todos los siglos. Amén".
Interceder es pedir en favor de otro, como hace el centurión que se acerca a Jesús y le presenta la situación de enfermedad en la que se encuentra un siervo suyo (cf Mt 8,5-8). Lo que mueve a la intercesión es la misericordia, la compasión, el amor que se apiada del sufrimiento del otro y hace lo posible por socorrerlo.






