6.12.18

Lo universal concreto

Lo universal es aquello que pertenece o se extiende a todo el mundo, a todos los países, a todos los tiempos. En este sentido, nada ni nadie es más universal que Cristo. La suya es la universalidad de Dios. “Todo fue creado por él y para él” y “todo se mantiene en él”, dice la Carta a los Colosenses (1,16-17).

Lo concreto es lo particular, frente a lo abstracto y general. Jesús no es un teorema matemático, no es una ecuación, sino que es alguien muy concreto, singular. Tanto que sus vecinos “se escandalizaban a causa de él” (Mt 13,57): “¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?” (Mt 13,55).

La categoría de universal concreto ayuda a comprender la catolicidad o universalidad de Cristo, del Uno que se entregó por todos; es decir, la universalidad de un acontecimiento de la historia de la humanidad – la Encarnación - que es singular e irrepetible pero que lo abarca todo.

Los diversos gnosticismos heréticos han defendido a lo largo de la historia una salvación meramente interior, privada, recluida en el sujeto, desligada de la carne y de la historia.

Una salvación entendida como un conocimiento reservado a unos pocos elegidos y alternativo a la fe común de los cristianos: “Al final, desencarnando el misterio, prefieren ‘un Dios sin Cristo, un Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo’ ” (Papa Francisco, Gaudete et Exsultate, 37).

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5.12.18

Lecturas: “Conversaciones con Paco Pepe”

La editorial Homo Legens acaba de publicar el libro de Gabriel Ariza, “Conversaciones con Paco Pepe. Entrevista a Francisco José Fernández de la Cigoña”, Madrid 2018, 275 páginas.

Creo que es un libro que conviene leer. Y no solo porque Paco Pepe sea un comentarista de asuntos eclesiales muy seguido en Internet, sino porque se trata de una persona - y de un personaje  - que merece la pena conocer. También por lo que comenta en su contribución Estanislao Cantero, “Paco Pepe historiador”: “Su afamado blog sobre la Iglesia actual no debe eclipsar ni hacer olvidar sus estudios históricos”, especialmente referidos al siglo XIX.

Si una palabra se repite en este libro es la palabra “amistad”. D. Francisco José Fernández de la Cigoña es hombre de muchos y buenos amigos. Y lo es porque resulta muy fácil llegar a ser amigo suyo. Basta una muestra de afecto, de cercanía, para que Paco Pepe se rinda y pase a ser amigo para siempre.

No voy a negar que de la Cigoña es, en ocasiones, un deslenguado. A veces, un poco de más. Pero quien se sienta afrentado por él lo tiene fácil para desactivar ese presunto ataque. Basta con que le ofrezca amistad. Es un cebo en el que una buena persona, en el fondo “una hermanita de la Caridad” como Pacopepe, siempre va a caer. Lean, si no me creen, lo que se cuenta en el libro sobre el mal comienzo y el buen final del encuentro y desencuentro con el cardenal Amigo.

El cardenal Amigo que, de ser menos amigo y menos buen fraile, hubiese tratado de excomulgar a Paco Pepe, le contestó, sin embargo, con una carta amable y llena de franciscana humildad. Y esa respuesta ha desarmado para siempre a de la Cigoña en sus ataques.

A mí, sin llegar a tanto, me pasó algo similar. Me enfrenté con él, por entender – yo – que se metía sin razón con quien era mi Obispo. Luego comprobé que no era así. Y, desde entonces, tan amigos.

Hoy evoco un texto que escribí, hace ya mucho tiempo (2007), a propósito de la primera vez que físicamente vi a Francisco José, en su pazo veraniego. Lo reproduzco con nostalgia y con agradecimiento:

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4.12.18

“Fascista”, o cuando las palabras terminan por no significar casi nada

“Maricón el último”, que se decía. Se decía sin querer decir nada, o casi nada. Se decía como quien dice: “Sálvese quien pueda”.

Hoy ya no se dice “maricón el último”. Estaría muy mal visto emplear esa expresión. Se evita decir eso, porque la palabra “maricón” puede resultar ofensiva, si se toma en cuenta que puede designar a un hombre homosexual. Aunque, al emplear “maricón el último”, en la mayoría de los casos no se pensase en la homosexualidad de nadie.

Es evidente que insultar a una persona por ser homosexual es absolutamente reprobable. En eso, afortunadamente, no hay – ni debe haber – vuelta atrás.

Sin embargo, se ha generalizado otro insulto: “Fascista”. Vale para un roto y para un descosido. Al igual que se empleaba, sin connotación sexual, lo de “maricón el último”, hoy se emplea, sin precisión política de ninguna clase, lo de “fascista”.

Que alguien te pide que, por la cara y sin conocerlo de nada, le des 50 euros y no se los das, ya lo sabes, eres un “fascista”. Que un político dice a los independentistas catalanes que eso de proclamar unilateralmente la independencia es como un golpe de Estado, ya puede esperar la respuesta: “Si nos dicen ‘golpistas’, nosotros les diremos ‘fascistas’”.

No se sabe bien qué es ser fascista. Sea lo que fuere, suena a ser muy malo, excesivamente autoritario, y,  ya para los muy entendidos, no solo autoritario sino también corporativista y nacionalista. Y vaya, nacionalistas hay muchos… Y muchos de ellos, ciertamente, se han inspirado en el fascismo italiano. Muchos, más de los que se suele pensar.

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3.12.18

Sacramentalidad de lo cristiano y Eucaristía

La “naturaleza sacramental de la fe alcanza su máxima expresión en la Eucaristía” (Lumen fidei, 44). En la Eucaristía confluyen dos ejes que caracterizan lo sacramental: el eje de la historia - el paso de Jesucristo de este mundo al Padre a través de su muerte y Resurrección - y el que lleva del mundo visible - compartir un mismo pan y un mismo cáliz - al invisible – participar en la intimidad de la comunión divina -, gracias al cual aprendemos a ver la hondura de la realidad.

En la Eucaristía se verifica el dinamismo de unidad y diferencia característico de lo sacramental. Jesucristo, el Redentor exaltado a la derecha del Padre, se hace presente en el signo sacramental de la Eucaristía que conmemora su Pascua. El Señor Resucitado, invisible, se hace visible en los signos de su presencia.

La ontología griega, su modo de comprender la realidad, permite mantener esa ley que hemos llamado de “proporcionalidad directa”. La realidad significada – Cristo - se hace presente en el signo significante, en el sacramento; en las especies consagradas.

Para la ontología griega el significante, visible, y el significado, invisible, no compiten entre sí. Son realidades no idénticas, pero unidas sacramentalmente.

Por el contrario, la piedad de la devoción moderna, - la devotio moderna es una corriente espiritual nacida en el siglo XIV - introduce ya una lucha entre lo visible y lo invisible, entre lo exterior y lo interior y, en definitiva, entre el mundo y Dios que conducirá, en última instancia, a disociar, con Lutero, la Iglesia invisible de la Iglesia visible.

El retorno a la eclesiología eucarística de los padres; es decir, la vuelta a la comprensión de la Iglesia desde la Eucaristía, puede ayudar a recuperar el marco ontológico, la visión de la realidad, que hace comprensible y fructífera, en el plano teológico, la sacramentalidad.

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30.11.18

Lo visible y lo invisible

El plano sacramental establece un vínculo, una unión, entre lo visible y lo invisible. Pero vínculo no significa identidad. La amistad equivale a un lazo de unión entre los amigos, pero no por el hecho de mantener esa relación se confunde la identidad de uno con la del amigo. Hay, entre los amigos, mucho en común, pero cada cual sigue conservando su propia personalidad.

El plano sacramental, en el que encuentra su ubicación todo lo cristiano, renuncia a la identificación, sin mayores matices, entre lo visible y lo invisible. Por ejemplo, la Iglesia como sociedad visible no es, sin más, “la” Iglesia, pero es inseparable de ella, ya que estamos ante una realidad humano-divina, visible y a la vez invisible; es decir, sacramental (como enseña Lumen gentium 8).

Algo similar dice la fe sobre Jesucristo. En Él se da un vínculo, una unión, entre la naturaleza divina y su naturaleza humana. A esta unión el concilio de Calcedonia le llama “unión hipostática”, porque ambas naturalezas están unidas en la Persona (hipóstasis) del Verbo. El concilio de Calcedonia expresó que “se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación”.

La lógica calcedoniense - “sin confusión, sin separación” - , se aplica también desde el punto de vista formal al binomio “visible-invisible”.

La identificación precipitada entre lo visible y lo invisible – la confusión entre ambos - podría ser denominada “sacramentalismo”, pero no “sacramentalidad”. La sacramentalidad distingue entre un plano significante y otro significado, al modo en que el concilio de Calcedonia distingue la humanidad de Jesucristo (visible) de su divinidad (invisible).

No obstante, el vínculo que liga lo significante y lo significado impide la separación entre ellos, ya que esa unión no es un nexo meramente convencional, acordado por los hombres, sino que “donde se da un sacramento, el plano significante, aun distinguiéndose del plano significado, es inseparable de él” (K.-H. Menke).

Podemos retomar el ejemplo del bautismo. El baño con agua, o la triple infusión de la misma (el elemento significante, visible) no se identifican sin más con los efectos principales del bautismo: la purificación de los pecados y el nuevo nacimiento en el Espíritu Santo (el elemento significado, lo invisible).

No se pueden confundir estas dimensiones, pero tampoco se pueden separar, ya que una de ellas (la infusión del agua) es signo sensible del efecto invisible (la gracia de la purificación y del nuevo nacimiento).

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