30.05.24

Creer e imaginar

Hay un vínculo interno que une imaginación, conocimiento y acción. Sin imaginación, sin mediación entre lo visible y lo invisible, entre el cuerpo y el espíritu, no hay acción. No nos sentimos movidos a intentar aquello que nos parece del todo “inimaginable”, absolutamente imposible de comprender o de realizar.

La Biblia concede una gran importancia a la imaginación. Baste mencionar el libro del Apocalipsis - plagado de imágenes-, que invita a ver el mundo de otro modo, con la finalidad de obrar concretamente en él para el bien. Se escribe en medio de los avatares que provoca la acometida del Imperio Romano contra la Iglesia naciente, persiguiéndola o relegándola. De las revelaciones y visiones que Cristo le concede, la Iglesia obtiene la fuerza para no sucumbir ante la amenaza del Imperio. Con imágenes se denuncia la idolatría imperial, que pretende usurpar el papel de Dios y exigir la adoración de sus súbditos. Pero nada puede impedir la irrupción de lo nuevo: la ciudad santa que descendía del cielo, con una “muralla grande y elevada, tenía doce puertas y sobre las puertas doce ángeles y nombres grabados”.

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28.05.24

Don Luis Quinteiro, administrador apostólico de Tui-Vigo

He tenido el enorme privilegio, y espero seguir teniéndolo con el favor de Dios, de haber conocido y tratado a don Luis Quinteiro Fiúza, hasta hace muy poco obispo de Tui-Vigo y actualmente administrador apostólico de esta diócesis. Ya se ha hecho público el nombramiento de quien lo sucederá en el cargo, el sacerdote de Mondoñedo-Ferrol don Antonio Valín Valdés.

Don Luis destaca por su inteligencia y cultura. Normalmente, si uno ha estudiado y leído un poco, suele admirar a quien le sobrepasa en estudios y lecturas. Don Luis es un filósofo, doctor en esta disciplina, que ha dialogado personalmente con un pensador tan relevante para nuestro tiempo como Jürgen Habermas. Es un teólogo. Es un humanista. Un políglota, en esta España nuestra aún tan poco ducha en el conocimiento de otros idiomas. Habla, con fluidez, no solo gallego y castellano, sino asimismo inglés, francés, italiano y alemán. Es un gran amante y conocedor de la historia de la música. También de la de Wagner.

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24.05.24

La fe y los sentidos

Existe una tendencia a espiritualizar excesivamente la revelación y la fe, así como a disociar el alma del cuerpo. Se trata de un error, porque el cristianismo es la religión de la encarnación – “el Verbo se hizo carne” – y el hombre no es una inteligencia pura, una razón separada, sino que posee una inteligencia sentiente, una razón sensible. Todo nuestro conocimiento toma su origen en los sentidos y no es una excepción el conocimiento que proporciona la fe: “Los sentidos de nuestro cuerpo nos abren a la presencia de Dios en el instante del mundo”, escribe José Tolentino Mendonça.

La doctrina de los “sentidos espirituales” recurre a las imágenes de la experiencia de los cinco sentidos para usarlas como metáforas y símbolos de la experiencia que el hombre vive en relación con Dios. La fe está ligada al oído, viene de la escucha. Es preciso que Dios, con su gracia, prepare nuestros oídos para que podamos escuchar su Palabra; para curar nuestro mutismo y nuestra sordera, abriéndonos a la filiación y a la fraternidad. La palabra - y también el canto y la música - son mediaciones sensibles de lo invisible, la presencia de Cristo en medio de su pueblo.

Quien cree, ve. La fe, decía Pierre Rousselot, es la capacidad de ver lo que Dios quiere mostrar y que no puede ser visto sin ella. La gracia de la fe concede a los ojos ver acertadamente, proporcionalmente, su objeto. El mundo de nuestra experiencia no se empequeñece al creer, sino que se dilata: “Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso”, dice el papa Francisco. Podemos ver el mundo con ojos nuevos si nos sabemos bajo la mirada de Dios. La belleza en general, y el arte en particular, puede abrir la vía a la búsqueda de Dios y al encuentro con él.

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19.05.24

Religiosidad popular

El papa Francisco ha destacado la importancia de la piedad, o religiosidad, popular: “Las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización”, nos dice. Un “lugar teológico” es una instancia testimonial de la Palabra de Dios que, por consiguiente, goza de autoridad a la hora de pensar la fe. La “nueva evangelización” es el esfuerzo misionero que tiene por destinatarios a aquellos que han recibido el bautismo pero que viven, de hecho, alejados de la práctica eclesial.

En las expresiones sencillas de la fe del pueblo – romerías, peregrinaciones, devoción a las imágenes, procesiones, etc. – lo religioso está muy vinculado con la sensibilidad. Hay toda una tradición que habla de los “sentidos espirituales”, de cómo la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto guardan relación con la experiencia de Dios. Por ejemplo, el acto de tocar una imagen, sin dejar de ser algo físico, puede llegar a convertirse en un gesto cargado de espiritualidad. Las imágenes sagradas poseen una dimensión simbólica, sacramental, que impide su grosera identificación con amuletos u objetos mágicos.

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17.05.24

Iglesia y carismas según Joseph Ratzinger: San Francisco de Asís

Para Joseph Ratzinger el lugar fontal y, al mismo tiempo, el signo diferenciador del Espíritu es la cruz[1]. No cabe separar cruz y resurrección, cristología y pneumatología. En un contexto cristiano, la pneumatología solo puede existir como cristología, desde el Señor resucitado[2]. Desde esta perspectiva se puede comprender el papel de los carismas en la Iglesia.

Siguiendo la enseñanza paulina sobre el significado del término «carisma» se observa una evolución que lleva de lo extraordinario a lo ordinario: «El fenómeno entusiasta se hace secundario, se convierte en signo del milagro propiamente dicho, que no consiste en la glosolalia ni en los prodigios asombrosos, sino en el don del amor de Dios. Ese amor es el milagro cristiano propiamente dicho, al que todos los prodigios solo como signos pueden apuntar»[3]. El capítulo de los carismas desemboca, en san Pablo, en el canto de alabanza del «agape», que constituye, en el fondo, la superación de la vivencia pentecostal corintia.

En 2 Cor 3 hallamos una teología del apostolado. El seguimiento de Jesús recibe su forma concreta en el atenerse al camino, al carisma apostólico, que adquiere, frente a todos los demás carismas, un carácter normativo. La pneumatología se integra en la fe en la resurrección, en la cristología. Y esta inclusión significa también «que solo puede existir desde el testimonio de la resurrección y desde el testigo de la resurrección»[4].

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