27.04.20

¿Asintomáticos?

En estos días de pandemia he recibido un “meme” que, a mi juicio, es gracioso. Aparecen dos personajes como de dibujos animados, un niño y un perro, y el primero de ellos, el niño, dice: “Hay por ahí muchas personas inteligentes”. El perro añade: “muchos, pero la mayoría son asintomáticos”.

Creo que es un reflejo de la realidad. Un “meme” muy en la línea de don Quijote y Sancho, representativo del idealismo y del realismo. ¿Hay muchas personas inteligentes? Sin duda. ¿Hay muchas personas, quizá la mayoría, “asintomáticas"? Pues también.

No voy a centrarme en los “asintomáticos”, en sus incapacidades, en sus “campañitas". Ni siquiera en los asintomáticos de la Iglesia. Todos, yo el primero, podemos ser muy “asintomáticos”.

Prefiero fijarme en aquellos que, a mi juicio, y en lo que me ha llegado, han dado señales de fe y de racionalidad. Son la mayoría de los católicos, a pesar de que no todos, o casi ninguno, pueden lograr que lo que creen o sienten se convierta en tendencia en los medios.

Un ejemplo de actividad cerebral positiva se debe a Olegario González de Cardedal. Tiene, este teólogo, tantos méritos que yo no podré añadirle ninguno. En la página web de la diócesis de Ávila se recoge un artículo suyo de gran profundidad y belleza: “Junto al curar e interpretar el origen de esta pandemia tenemos que corresponder a otra responsabilidad como personas, como sociedad para con esos más de 22.000 hermanos que han muerto. Tenemos el sagrado deber de hacer duelo público y de llevar luto por ellos. Por dignidad de hombres, por fidelidad de hijos y por solidaridad de ciudadanos de la misma ciudad no podemos dejar que se vayan de este mundo sin más, sin despedirles, sin rendirles honor, sin agradecer sus vidas, sin lamentar sus muertes públicamente en un acto sincronizado de toda la nación sin que pronunciemos su nombre en despedida, sin ponerlos en las amorosas manos creadoras de Dios, a quien han vuelto”.

Tiene razón don Olegario. Yo, cada día, en la santa Misa, pido por los difuntos. Por los de ese día también, hayan muerto por el coronavirus o por otras causas. Quizá, a nivel nacional, tendremos que esperar un poco, ojalá que sea muy poco, para una gran despedida que sea una sincronía de pequeñas despedidas. Un funeral en las catedrales, y en las parroquias, y en las pequeñas capillas de nuestros pueblos. Una gran despedida. Un luto no reprimido, no inhumano, sino plenamente cristiano.

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La coherencia de los obispos de Italia

En un comunicado, la Conferencia Episcopal Italiana ha afirmado que «la Iglesia aceptó, con sufrimiento y sentido de responsabilidad, las limitaciones gubernamentales asumidas para afrontar la emergencia de salud», pero ahora, «cuando se reducen las limitaciones asumidas para enfrentar la pandemia, la Iglesia exige poder reanudar su acción pastoral».

Es un posicionamiento puramente lógico: 

  1. «La Iglesia aceptó, con sufrimiento y sentido de responsabilidad, las limitaciones gubernamentales asumidas para afrontar la emergencia de salud». Con sufrimiento, porque renunciar a la celebración pública de la santa Misa comporta pesar para todos los católicos; también, y no en último lugar, para los pastores. Con sentido de responsabilidad, porque lo que estaba en juego era la vida de las personas, y con docilidad a lo ordenado por las autoridades civiles.
  2. La aceptación de estas limitaciones es admisible en la medida en que la situación de peligro se mantenga. Y es aceptable si no se discrimina injustamente, permitiendo – arbitrariamente - unas actividades públicas y prohibiendo otras.
  3. En consecuencia, «cuando se reducen las limitaciones asumidas para enfrentar la pandemia, la Iglesia exige poder reanudar su acción pastoral».

Una coherencia semejante hemos de esperar, de modo razonable, de las demás conferencias episcopales. Así creo que se deben de hacer las cosas, con racionalidad, con sentido común, ya que la razón no es enemiga de la fe, sino una dimensión interna de la misma. Sin racionalidad, la fe deriva en fanatismo. Sin coherencia, la Iglesia se convertiría en una secta apartada del mundo real.

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25.04.20

Una desafortunada campaña

“Por favor, devuélvannos la santa Misa”, escuchamos en varios vídeos – con idéntico guión – que circulan en la red y que proceden, en apariencia, de Austria, de Argentina, de Colombia, de España… En diferentes lenguas y con el mismo mensaje: pedir a los obispos que les “devuelvan”, se supone que a los que salen en el anuncio, la santa Misa. Ignoro si se trata o no de actores, si es o no una campaña de desprestigio lanzada contra los pastores de la Iglesia… No lo sé, sinceramente. No obstante, me parece que es una campaña muy desafortunada.

“Devuélvannos la santa Misa”. Como si la santa Misa fuese una cosa, un objeto, propiedad de alguien. Es como si dijesen: “devuélvannos lo robado”. Ni la santa Misa es una cosa, ni nadie se la ha robado a nadie. La santa Misa es un don de Dios, no una propiedad nuestra, y no es un objeto, sino una acción sagrada: “Haced esto en conmemoración mía”.

Es muy triste que la santa Misa, o que la reserva eucarística, sea tratada como una cosa. Como algo que llevo y traigo, como quien porta un complemento de moda o un objeto piadoso. Un “Dios en el bolsillo”, una especie de ornamento que da lustre a una bendición impartida desde todos los escenarios imaginables.

Mucho menos nadie puede apropiarse de la santa Misa, nadie puede secuestrarla o robarla, nadie puede exigir, tampoco, que se le devuelva. Dios es nuestro Señor, aunque se haya hecho, por amor, nuestro esclavo. Y él ha confiado a su Iglesia, a los pastores de la Iglesia, la tarea de dispensar de manera adecuada los sacramentos, de celebrarlos de modo digno, siempre que razonablemente sea posible hacerlo.

No creo que los obispos del mundo se hayan confabulado para dispersar por todas partes un virus contagioso y mortífero. Y mucho menos pienso que se hayan confabulado para darse el gusto de privar a algunos fieles de la participación en la santa Misa. Todos los católicos deseamos poder volver a celebrar públicamente la Misa. Los pastores, tanto o más que los otros fieles. Pero los pastores, en especial los obispos, tienen el deber moral de evitar que la asamblea cristiana sea un foco de contagio. Tienen el deber ciudadano de obedecer las leyes civiles que no sean en sí inicuas. Tienen la responsabilidad social de no provocar el escarnio contra la fe y contra la Iglesia.

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24.04.20

El pan de la Eucaristía, anhelado en la comunión espiritual. Y a saber qué quieren quienes piden lo que piden...

III DOMINGO DE PASCUA

Lo reconocieron al partir el pan

La fe pascual tiene su origen en la acción de la gracia divina en los corazones de los creyentes y en la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado (cf Catecismo 644). Es el Señor quien se acerca a los discípulos que se dirigían a Emaús, se pone a caminar con ellos y, finalmente, despierta su fe (cf Lc 24,13-35).

No había bastado con ver morir a Jesús para creer en Él como Mesías e Hijo de Dios. Es verdad que se había mostrado como “un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo”, pero esa esperanza parecía quedar definitivamente defraudada por la muerte. “¡Cuántos, en el decurso de la historia, han consagrado su vida a una causa considerada justa y han muerto. Y han permanecido muertos”, comenta Benedicto XVI.

La Resurrección es la prueba segura que demuestra la identidad y la misión de Jesús. Sí, Él es el Hijo de Dios, vencedor de la muerte. Él es el salvador del mundo, que puede darnos la vida verdadera. Es esta certeza la que mueve el testimonio de la Iglesia desde sus orígenes: “matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos”, proclama San Pedro (cf Hch 3,15).

El Señor escucha a los caminantes de Emaús que, decepcionados, no acaban de creer los rumores que hablaban de que Cristo estaba vivo, pues su sepulcro había sido encontrado vacío. Con gran paciencia, el Señor “les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura”. La Resurrección es el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento, la realización de esas predicciones.

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23.04.20

El Sr. Marqués

En la historia ha habido célebres personajes con este sonoro título nobiliario,“marqués”: Un representante del despotismo ilustrado, como el marqués de Pombal; un literato loco y escandaloso, el marqués de Sade, preocupado por los infortunios de la virtud o, ya en nuestro país, personas destinatarias de títulos otorgados por los reyes. Entre los bastante recientes, el “marqués de Bradomín”, el “marqués de Iria Flavia” o el “marqués de la Ría de Ribadeo”.

Pero me cuentan, yo no lo sé con certeza, que ha emergido un marqués aun más conocido. No sé si por conocedor de infortunios, por afinidad con el despotismo o por ser mencionado con el nombre – eso dicen – de la localidad donde tiene su villa y su peculiar corte. Desde hace un tiempo, corto, pero que muchos perciben como casi eterno, el Sr. Marqués gusta de pontificar sobre todo lo humano y hasta lo divino.

Es posible que, acostumbrado a mandar y a ser obedecido, en su villa y fuera de ella, no conciba que alguien pueda discrepar de sus sabias sentencias. Él, me dicen, ha nacido para mandar; los demás para obedecerle. Él, para ser el oráculo de la verdad; el resto para seguir sus consignas.

No cabe duda que hay una cierta “virtus”, un cierto poderío, en esa autoconciencia de creerse destinado por la historia – ay, el hado – para ser el conductor, el guía de “la larga marcha” que los países y las sociedades – pobres de ellas – han de atravesar hasta poder asaltar el cielo del delirio y de la ambición (para unos pocos), del desencanto y de la miseria (para casi todos).

No conozco al Sr. Marqués. Posiblemente no sea real, igual se trata solo de un bulo, de una quimera, de un mal sueño que las fuerzas del orden harán desaparecer de las redes corrompidas por la libertad – jamás una buena aliada, esta última - .

Sea como fuera, al tal Sr. Marqués le atribuyen una nueva sentencia – supongo que sus leales, inquebrantables, seguidores las irán compilando todas para provecho de nuestras almas - ; una sentencia que deja entre mantillas los concilios de la historia. Ni Trento. Ni los dos concilios vaticanos. Nada de eso. La última definición eclesiológica se la atribuyen al Sr. Marqués: “Hasta nueva orden, el papa es el jefe de la Iglesia católica”.

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