7.04.08

Religiosidad popular

Cuando hablamos de “religiosidad popular” unimos dos palabras. La “religiosidad” equivale a la práctica y esmero en cumplir las obligaciones religiosas. Y la religión, como virtud, mueve a dar a Dios el culto debido. “Popular” es lo relativo al pueblo; lo que es peculiar de él o procede de él; es decir, lo que viene de la gente común.

Las personas más formadas en la fe pueden experimentar una cierta repulsa hacia esta forma de religión. Parecería, en principio, una realidad a superar, un modo insuficiente de vivir la entrega a Dios; la escucha y la obediencia, que son características de la fe.

Las grandes disyuntivas no siempre son aconsejables. Muchas veces no se trata de “o esto o lo otro”, sino de “esto y lo otro”. En la historia de la espiritualidad cristiana se constata que grandes movimientos de renovación han ido unidos a la promoción de la piedad del pueblo. Los benedictinos, por ejemplo, fomentaron la devoción a los santos, a los nombres de Jesús y de María, o las misas por los difuntos. Los franciscanos divulgaron la devoción a la pasión de Jesús, al “Via Crucis” o al Belén.

El Cardenal Pironio vinculaba religiosidad popular e inculturación. La religiosidad popular es “la manera en que el cristianismo se encarna en las diversas culturas y estados étnicos, y es vivido y se manifiesta en el pueblo”.

La gran tentación de la religiosidad popular es la superstición. Pero la superstición es una deriva indeseada de lo religioso. Una deriva menos anti-religiosa que el ateísmo o el indiferentismo. Aunque, naturalmente, una deriva que debe ser corregida. Pero no necesariamente la religiosidad popular ha de caer en la superstición.

El pueblo necesita expresar su fe, de forma intuitiva y simbólica, imaginativa y mística, festiva y comunitaria. Sin olvidar la necesidad de la penitencia y de la conversión.

Dios está lejos y a la vez está cerca. Algo de esto se percibe en la religiosidad popular. La Iglesia debe velar para purificar, fortalecer y elevar todas estas manifestaciones de fe (cf “Lumen gentium”, 13), atendiendo a la capacidad que este tipo de vivencia posee para mantener abierto el puente, o el paso, a la trascendencia.

No es bueno que decaiga la vida devocional. Máxime si las devociones no son sustituidas por nada. El itinerario habitual no es dejar los “primeros viernes” por la recitación diaria de la Liturgia de las Horas. No, el paso habitual ha sido abandonar los “primeros viernes” por la nada.

Pablo VI decía que la religiosidad popular “puede producir mucho bien”. Y la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos publicó, en su día, un “Directorio sobre la piedad popular y la liturgia” (2002) cuya consulta nos sigue pareciendo de gran interés.

Guillermo Juan Morado.

5.04.08

XXXIX Jornadas Bíblicas en Vigo sobre el libro del Papa

El Secretariado Bíblico de la diócesis de Tui-Vigo ha anunciado las XXXIX Jornadas Bíblicas, que versarán sobre la presentación y el comentario al libro del Papa, “Jesús de Nazaret”.

El conferenciante invitado para esta edición de las Jornadas es José Rico Pavés, secretario de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe. Las sesiones se desarrollarán los días 8, 9 y 10 de Abril, a las 20.00 h., en el auditorio del Centro Cultural Caixanova.

Conforme al programa de las Jornadas, el martes, 8 de abril, Rico Pavés abordará el tema “Los nombres de Jesús”: Jesús, “nuevo Moisés”; el Hijo del Hombre; el Hijo y “Yo soy”. El miércoles, día 9, estará dedicado a “El mensaje de Jesús”: Las bienaventuranzas y las parábolas. Finalmente, el jueves, día 10, hablará sobre “La oración de Jesús”: La oración de Jesús y la llamada de los discípulos y la oración de Jesús, lugar de encuentro y aprendizaje.

José Rico Pavés (1966) es doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, profesor de Teología en el Instituto Teológico San Ildefonso, de Toledo, y Secretario de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española.

Entre sus obras, cabe destacar “Semejanza a Dios y divinización en el Corpus Dionysiacum” (Toledo 2001); “Escatología cristiana” (Murcia 2002) y “Los sacramentos de la iniciación cristiana” (Toledo 2007). Director de la revista “Toletana”, Rico Pavés es autor de numerosos artículos y ha impartido conferencias y participado en diferentes congresos de Teología.

Guillermo Juan Morado.

Jesús en persona se acercó

En el domingo, el primer día de la semana, Jesús en persona se acerca a los suyos y se hace su compañero de camino. Jesús es el Señor glorioso, resucitado, vencedor de la muerte. Sin embargo, no hemos de pensar que su humanidad resucitada fuese inalcanzable a la vista o a los sentidos de los discípulos destinatarios de sus apariciones pascuales. En estas apariciones, el Señor establece con los suyos relaciones directas mediante el tacto y el compartir la comida.

El Caminante que acompaña a aquellos discípulos que se dirigían a Emaús no era un espíritu, ni un fantasma, ni el resultado de una alucinación presuntamente causada por una, por otra parte inexistente, exaltación de ánimo. La Resurrección del Señor, el paso de la muerte a la vida que está más allá del tiempo y del espacio, siendo un acontecimiento trascendente, es también un acontecimiento histórico y, aunque supera el orden físico de la realidad, no está desvinculado de este orden, ya que los suyos lo pueden ver, oír y tocar (cf “Catecismo”, 639-647).

El Señor les explicó las Escrituras, encendiendo su corazón mientras les hablaba. Para reconocer al Señor en la fe, es preciso creer lo que habían anunciado los profetas. Y para creer hay que dejar que nuestro corazón sea movido, atraído, “encendido” por la acción del Espíritu Santo. Toda la Sagrada Escritura expresa una única Palabra: “Recordad – escribía San Agustín – que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo” (“Enarratio in Psalmum 103, 4, 1).

De modo ahora invisible, el Señor, cada domingo, se acerca a nosotros mediante su Palabra, para encender nuestro corazón, para alimentarnos y fortalecernos, a fin de que podamos recorrer, con la alegría que se fundamenta en la victoria de Cristo, el camino de la vida.

Pero el Señor no sólo habla a los suyos, sino que “tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”. Entonces se les abrieron los ojos a los discípulos y lo reconocieron. La presencia del Señor en la Eucaristía es su presencia real por excelencia en medio de nosotros. Para reconocerle no nos bastan los ojos de la carne. Necesitamos que el oído escuche su Palabra y que se despierten los ojos de la fe. La presencia de Cristo en el Sacramento “no se conoce por los sentidos, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios”, explica Santo Tomás.

Cada domingo, en la comunión, recibimos a Aquel a quien creemos, a Cristo mismo, que se entregó por nosotros como alimento celestial de vida eterna.

Guillermo Juan Morado.

4.04.08

La libertad religiosa y el derecho a la conversión

He leído con gran interés la carta que Magdi Cristiano Allam dirigió al director de “Il Corriere della Sera”, carta en la que habla de su conversión al cristianismo, abandonando su anterior fe islámica.

Magdi Cristiano Allam tiene, como todo ser humano, derecho a la libertad religiosa y, en consecuencia, a abrazar libremente el Credo que, en conciencia, reconoce como la Verdad.

El Concilio Vaticano II expresa muy claramente este derecho: “Esta libertad [la libertad religiosa] consiste en que todos los hombres deben estar libres de coacción, tanto por parte de personas particulares como de los grupos sociales y de cualquier poder humano, de modo que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a actuar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella, pública o privadamente, solo o asociado con otros, dentro de los debidos límites” (“Dignitatis humanae”, 2).

Parecería que, en una sociedad abierta, esta libertad estaría suficientemente garantizada, pero la realidad nos dice que no es así. Con frecuencia es una libertad vulnerada, de forma sutil, por la presión ejercida en ocasiones por un laicismo antirreligioso, o de forma violenta, sin excluir, como en el caso de Magdi Cristiano Allam, la amenaza de muerte.

La libertad religiosa está fundada en la dignidad de la persona humana y por ello este derecho debe ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, y no sólo reconocido teóricamente, sino también amparado en la práctica.

La conciencia es el cauce mediante el cual el hombre percibe y reconoce la voz de Dios y es la vía personalísima a través de la cual la persona busca la verdad. La libertad de la conciencia no es indiferencia hacia la verdad, sino ausencia de coacción externa a la hora de adherirse a ella firmemente con el asentimiento personal.

Un gran converso, el cardenal Newman, destacaba este carácter personal de la conciencia como vía de conocimiento: “No puedo pensar con otra mente que no sea la mía, como no puedo respirar con otros pulmones que no sean los míos. La conciencia está más próxima a mí que cualquier otro medio de conocimiento”. Dotada de una configuración esencialmente religiosa, la conciencia, afirmaba también el Cardenal inglés, es el “eslabón entre la creatura y su Creador”.

Guillermo Juan Morado.

3.04.08

Un pequeño libro sobre la Virgen: "Novena a la Virgen María"

Si quisiésemos escribir una novena para cada advocación de la Virgen no nos llegarían los días de una vida entera, por larga que ésta fuese. La devoción a Nuestra Señora está tan difundida que abarca las diversas épocas de año y se extiende por toda la geografía: “A su bondad materna, así como a su pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y contratiempos, en su soledad y en su convivencia”, escribe Benedicto XVI al final de su encíclica Deus caritas est.

Por ello, en esta Novena a la Virgen María, que acaba de ser publicada (editorial CCS, colección Mesa y Palabra, nº17, Madrid 2008, 74 páginas), hemos seleccionado sólo algunos motivos, algunas razones que brotan de la fe, de entre las muchas que los cristianos tenemos para honrar a la Madre de Dios. María, escogida desde toda la eternidad para ser la Madre del Señor, es la llena de gracia, la siempre virgen, cuya fe obediente se convierte en primicia y modelo de la fe de la Iglesia. La única mediación de Jesucristo incluye, subordinada pero realmente, la mediación de su Madre, de la Mujer que ya en Caná intercede por nosotros ante su Hijo. Al saludarla como Bienaventurada no hacemos otra cosa que reconocer la grandeza de Dios, cuyo poder realiza obras grandes en sus criaturas.

En la letanía al Inmaculado Corazón de María se invoca a la Santísima Virgen como “alivio de los que sufren”. El alivio es lo que aligera, lo que hace menos pesado, lo que mitiga la fatiga o la aflicción. Si pensamos en Jesucristo, sobre todo en su Pasión, descubriremos a María como el único alivio que, desde la tierra, consuela a nuestro Redentor. La Virgen está junto a la Cruz de su Hijo (cf Juan 19, 25), firme en la fe, en la esperanza y en el amor.

No falta en el mundo, ni en nuestra propia existencia, el sufrimiento. El mensaje cristiano es un mensaje de alegría y de esperanza, porque confiesa la victoria de Cristo sobre el mal, el dolor y la muerte. Pero es también un mensaje de alivio, de consuelo, de compasión. Abrirse al sufrimiento de los otros e intentar, en lo posible, aligerar su carga nos hace crecer en humanidad y nos asimila al Hombre perfecto, Jesucristo, nuestro Señor.

Hace ya algunos años, tuve ocasión de meditar sobre este aspecto participando en la fiesta de la Virgen del Alivio que, en septiembre, cuando ya ceden los rigores del verano, celebran en la parroquia de Santa María de Tomiño, en la diócesis de Tui-Vigo. Me parece un advocación muy hermosa. ¡Qué Nuestra Señora nos ayude a testimoniar el “consuelo de Dios”!

En esta pequeña obra he considerado los siguientes capítulos:

Día primero. Escogida desde toda la eternidad
Día segundo. La llena de gracia
Día tercero. ¡Dichosa tú, que has creído!
Día cuarto. La Madre de mi Señor
Día quinto. La siempre Virgen
Día sexto. Modelo y Madre de la Iglesia
Día séptimo. Mediadora nuestra
Día octavo. Me llamarán bienaventurada
Día noveno. Corazón de María, alivio de los que sufren

Son como breves catequesis o meditaciones, precedidas siempre de un texto bíblico y seguidas de preces y de oraciones.

Guillermo Juan Morado