Carmen Aparicio, teóloga
No ha llegado a ser mi profesora. Su tesis doctoral, La plenitud del ser humano en Cristo. La revelación en la “Gaudium et spes”, fue publicada por la colección “Tesi Gregoriana” en 1999, haciendo el número 17 de la serie dedicada a Teología. La mía, También nosotros creemos porque amamos, es el número 66 de la misma colección y serie. Es decir, que la Profesora Carmen Aparicio casi pudo haber sido mi profesora y casi, también, mi condiscípula, sin llegar a ser propiamente ni lo uno ni lo otro, aunque ambos nos hayamos especializado en la misma materia, Teología Fundamental.
Mi opinión sobre la Profesora Aparicio Valls es muy buena. Es una persona competente, trabajadora y modesta, con la que se puede hablar, sin que sus muchos saberes, que desbordan los de un interlocutor como yo, se conviertan jamás en una muralla de distanciamiento o prepotencia. He sabido, por otros alumnos, que la Profesora Aparicio es rigurosa y exigente, quizá por la forma mentis que imprime el hecho de ser también especialista en Matemáticas.
Pero no es sobre su persona sobre lo que quiero hablar, sino sobre la entrevista que reproduce Religión en Libertad acerca del próximo sínodo sobre la Palabra de Dios. Ciertamente, “la” Palabra de Dios no es la Escritura. La Escritura es palabra de Dios, en tanto que inspirada, pero “la” Palabra, con mayúsculas, es Cristo. En este sentido, el Cristianismo no es una “religión del libro”. El testimonio principal de la Palabra de Dios es la Escritura unida a la Tradición. Ambas, Escritura y Tradición, conforman el único “depósito” de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia.

El Evangelio nos muestra la compasión de Jesús (cf Mt 9,36), que se conmueve al ver a las gentes extenuadas y abandonadas. El Corazón de Cristo no es un corazón insensible o indiferente. En él se manifiesta el amor incondicional y misericordioso de Dios; ese amor que resplandece en la Cruz y que hace decir a San Pablo: “la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rm 5,8).
Una de las acepciones del significado de la palabra “pornografía” es “tratado acerca de la prostitución”; es decir, acerca de la actividad que consiste en mantener relaciones sexuales con otras personas a cambio de dinero. Una actividad con gran oferta – basta leer las páginas finales de algunos periódicos – y cabe suponer que con gran demanda, ya que, por ejemplo, no se anunciaría el tabaco si no hubiese fumadores.
No conozco personalmente al obispo auxiliar de Bilbao, Mario Iceta. Su segundo apellido, de tan vasco, es casi imposible de pronunciar por una persona que no conozca el euskera. Es el obispo más joven de España. Nacido el 21 de marzo de 1965, fue ordenado presbítero el 16 de julio de 1994, nombrado obispo el 5 de febrero de 2008 y ordenado el 12 de abril. Es obispo titular de Álava.
Parece que el Cardenal Martini, arzobispo emérito de Milán, señaló, en unos ejercicios espirituales predicados por él, que la envidia es el vicio clerical por excelencia y que otros pecados presentes en los miembros de la Iglesia son la vanidad y la calumnia. Vamos a dejar la calumnia, y a reflexionar un poco sobre la envidia y la vanidad. Nos ayuda, como siempre, el Diccionario, que define la envidia como “tristeza o pesar del bien ajeno” y la vanidad como “arrogancia, presunción, envanecimiento”.






