16.05.08

Mayo virtual: Reina del universo

17. Reina del universo

“Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: ‘Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz” (Isaías 9,5-6).

En la Anunciación, el ángel le dice a María que su Hijo “será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin” (Lucas 1,32-33). La Virgen es, pues, Reina del Universo porque es la Madre del Rey, de Jesucristo, nuestro Señor.

La Sagrada Escritura testimonia el respeto y la consideración con la que el rey Salomón trata a su madre, Betsabé. Al presentarse la madre ante su hijo, es el rey quien se levanta, sale a su encuentro y le hace sentarse a la diestra en su trono (cf 1 Reyes 2,19).

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15.05.08

Mayo virtual: Madre de la Iglesia

Día 16. Madre de la Iglesia

“Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: - ‘Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios’ ” (Apocalipsis 21,2-3).

El Papa Pablo VI, el 21 de noviembre de 1964, declaró a María “Madre de la Iglesia, esto es, de todo el pueblo cristiano, tanto de fieles como de pastores, que la llaman Madre amorosísima” y determinó que, en adelante, “todo el pueblo cristiano, con este nombre gratísimo, honre más todavía a la Madre de Dios”.

El 8 de diciembre de 1981, Juan Pablo II bendijo el mosaico de la Mater Ecclesiae. Momentos antes de bendecir la imagen, el Papa pronunció estas palabras: “Ahora bendeciré la imagen de la Virgen ‘Madre de la Iglesia’, manifestando el deseo de que todos los que vengan a esta plaza de San Pedro eleven hacia Ella la mirada, para dirigirle, con sentimiento de filial confianza, el propio saludo y la propia oración”. La Plaza que, de algún modo, hace visible la apertura de la Iglesia a toda la humanidad contaba ya con un icono mariano.

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Mayo virtual: Reina de los Apóstoles

Día 15. Reina de los Apóstoles

“Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hechos 2,42).

La Santísima Virgen es invocada como “Reina de los Apóstoles”. Los apóstoles son los testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo, que “llamó a los que Él quiso” e “instituyó Doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Marcos 3,13-14).

María precedió a los apóstoles en el anuncio de Cristo. Ella, al visitar a su prima Santa Isabel, “llevó presurosa a Cristo al Precursor”, Juan el Bautista. La urgencia por transmitir el Evangelio, por anunciar a Jesucristo con la palabra y con el testimonio de la vida, caracteriza a todo apóstol: “¡Ay de mí si no evangelizara!, exclama San Pablo (1 Corintios 9,16).

En realidad, toda la Iglesia es apostólica, en cuanto que es “enviada” al mundo entero. Y, en la Iglesia, cada uno de los bautizados tiene parte en este envío; en la tarea de “propagar el Reino de Cristo por toda la tierra” (Apostolicam actuositatem 2). La fecundidad del apostolado depende de la unión vital del creyente con Cristo, porque los sarmientos no pueden dar fruto si están separados de la vid (cf Juan 15,5).

En la tarea apostólica, María – como reza uno de los prefacios de la Misa - “precede con su ejemplo a los heraldos del Evangelio, los estimula con su amor y los sostiene con su intercesión incesante, para que anuncien a Cristo Salvador por todo el mundo”.

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Mayo virtual: Pentecostés

14. A la espera de Pentecostés

“Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hechos 1,14).

La Virgen estuvo presente en el primer grupo de los discípulos de Cristo, esperando la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente: “La que esperó en oración la venida de Cristo invoca al Defensor prometido con ruegos ardientes; y quien en la encarnación de la Palabra fue cubierta con la sombra del Espíritu, de nuevo es colmada de gracia por el Don divino en el nacimiento de tu nuevo pueblo”, canta uno de los prefacios de la Virgen.

En un cuadro que se conserva en el Museo del Prado, El Greco representó la escena de Pentecostés. La Virgen, sentada, preside la imagen. Y, en torno a Ella, se agrupan los apóstoles y la Magdalena. La luz que ilumina el conjunto procede de la paloma, símbolo del Espíritu Santo. Hacia esa luz que viene de lo alto dirige su mirada María. Esta obra es un bello icono de la Iglesia que, como en Pentecostés, se une a la Virgen para recibir permanentemente del Espíritu la luz y la fuerza para anunciar el Evangelio y extender a todos los hombres el misterio de la comunión con Dios.

María es modelo de la Iglesia por su oración admirable y por su obediencia a la voz del Espíritu Santo. La Virgen es el “Sagrario del Espíritu Santo”, la mansión estable del Espíritu de Dios. Así como el Espíritu habita en María, habita también en la Iglesia, que es su templo: “Porque allí donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, está la Iglesia y toda gracia” (San Ireneo de Lyon).

Por la gracia del Bautismo también los cristianos somos hechos templos del Espíritu Santo, piedras vivas con las que se construye la Iglesia. En la secuencia de Pentecostés pedimos al Espíritu: “Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento”. Como María, estamos llamados a secundar los deseos del Espíritu Santo y a cumplir la ley nueva del amor (cf Romanos 8,2.27).

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14.05.08

Mayo virtual: Regina coeli

Día 12: “Regina coeli”

“De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: - ‘Alegraos’. Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: - ‘No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mateo 28,9-10).

Una antífona sustituye el “ángelus” durante el tiempo pascual: el “Regina coeli”. “Reina del cielo, alégrate, aleluya; porque el Señor, a quien has merecido llevar en tu seno, aleluya, ha resucitado, según su palabra, aleluya. Ruega al Señor por nosotros, aleluya”. “Gózate y alégrate, Virgen María, aleluya. Porque ha resucitado el Señor verdaderamente, aleluya”.

Si Dios, por la resurrección de su Hijo, ha llenado el mundo de alegría y ha llevado el entusiasmo a la Iglesia naciente, ¿cómo describir la alegría de la Virgen Madre al saber de la resurrección de Cristo? La Liturgia se desborda y le dice a María: “Alégrate, Madre de la luz, porque Cristo, el sol de justicia, ha vencido las tinieblas del sepulcro e ilumina el mundo entero”.

La Resurrección del Señor es el premio de la fe de María. Desde los primeros siglos del cristianismo, se creyó que Jesús se apareció a su Madre después de resucitar. Así lo proclamaba San Romano el Cantor (s.VI), entre otros Padres de la Iglesia. Ella concibió a Cristo creyendo, y creyendo aguardó la buena noticia de su triunfo sobre la muerte: “Fuerte en la fe contempló de antemano el día de la luz y de la vida”, dice uno de los prefacios.

No faltan, para nosotros, las noches. Ni está ausente el peso de la muerte, que nos recuerda nuestra caducidad, nuestra limitación, nuestro pecado. Pero Cristo es el Viviente, que sale a nuestro encuentro y nos infunde confianza: “No tengáis miedo”. Él ha vencido; nosotros venceremos en Él y por Él.

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