5.01.21

La fe es luz

Se dice muchas veces que “la fe es ciega”. Si se explica esta afirmación, se puede entender en parte. Aun así, no es una afirmación muy afortunada. La fe es “ciega”, porque no se apoya en la evidencia de que “dos y dos son cuatro”, sino en la confianza en Dios.

Pero, salvo en ese aspecto, la fe no es ciega de ningún modo. La fe es luz – “Lumen fidei” es el título de la primera encíclica del papa Francisco - . El profeta Isaías habla de una luz que invade Jerusalén: “Caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora”. A Jerusalén llega una luz que va a iluminar todos los pueblos de la tierra.

¿Cuál o quién es esa luz? Es Jesucristo, que ha venido para salvar, para iluminar. Para llegar a Él solo hace falta dejarse atraer por su luz, como los Magos, que se ponen en camino para adorarlo.

Los Magos buscan, viajan, preguntan… Y encuentran: A Jesús, con María, su Madre. Lo encuentran y lo adoran. De rodillas. Y le ofrecen regalos: oro, incienso y mirra.

¿Qué hace falta para creer? Ante todo, un corazón atento, dispuesto a descubrir las múltiples pistas que Dios pone en nuestro camino: la naturaleza, obra del Creador; la propia vida, en la que Dios interviene; la voz de la conciencia. La predicación de la Iglesia.

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3.01.21

Hemos contemplado la Sabiduría de Dios

El segundo domingo después de la Navidad es como un eco, como una resonancia, de la solemnidad del Nacimiento del Señor. El libro del Eclesiástico nos dice que “la sabiduría de Dios habitó en el pueblo escogido”. Habitó “en el pueblo escogido” y habitó “entre nosotros”.

Cristo es saludado por la Iglesia como “Sabiduría del Altísimo”. ¿Qué es la sabiduría? Es, ante todo, un don de Dios. Propiamente la sabiduría pertenece a Dios: Él tiene la sabiduría, el poder, el consejo y la inteligencia (cf. Job 12,13). El hombre, si quiere participar de la sabiduría de Dios, solo tiene un recurso: pedirla humildemente, como la pidió el rey Salomón.

El sabio no es, principalmente, el que conoce muchas cosas. No, el sabio es, ante todo, el que obra rectamente, el que sigue, racional, libre y voluntariamente, la ley moral, que no es una losa, una carga pesada, sino un indicador de cómo llegar a la meta, a la bienaventuranza prometida; es decir, al cielo.

La sabiduría de Dios deja huellas, se pone a nuestro alcance, se hace próxima. La primera de estas huellas, el primer indicio, es la creación: “Él hizo la tierra con su poder, hizo existir los campos con su sabiduría, y con su inteligencia extendió el cielo” (Jer 10, 12). Cada criatura refleja, cada una a su manera, la infinita bondad y sabiduría de Dios.

Lo creado es digno. Todo procede de Dios, pero no todo procede del mismo modo. El hombre, el ser humano, ha sido creado a imagen de Dios. Está bien que sintamos la responsabilidad hacia todo lo creado, pero solo el hombre es el hombre.

Ser indiferentes ante los millones de abortos, serlo ante las posibles víctimas de la eutanasia, serlo ante el abandono de los más pobres y, a la vez, indignarse por un “arboricidio”, no acabo de ver que sea coherente. Repudiando, como es normal, el aborto, el abandono de los pobres y la tala sin sentido de los árboles.

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30.12.20

La restauración del interior de la catedral de Santiago

La Televisión de Galicia ha dedicado un programa titulado “Descubriendo la catedral de Santiago” al proceso de restauración del interior de ese magnífico templo. Un resultado que realmente deja a uno asombrado ante tanta belleza concentrada en torno a la memoria del Apóstol.

Muchas cosas, como las pinturas de las bóvedas, se descubren por primera vez en nuestros días. Antes no se veía nada. Una catedral románica alberga en su seno, uno de los expertos así lo dice, una joya barroca en la capilla mayor: el altar de plata, como un hachón de luz, y el baldaquino, un cielo de oro que evoca el esplendor del mundo de los bienaventurados.

Las personas que intervienen, responsables en mayor o menor medida de todo el trabajo, se muestran enormemente conscientes de la trascendencia singular de la labor desempeñada. Entre estas personas, es justo destacar a Daniel Lorenzo, director de la Fundación Catedral. Su papel ha sido y sigue siendo sobresaliente.

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22.12.20

Luis Pose Regueiro, “Cristóbal Colón: primer evangelizador de América (Estudio histórico)”

Luis Pose Regueiro, “Cristóbal Colón: primer evangelizador de América (Estudio histórico)”, Universo de Letras, 2020, ISBN: 9788418385810, 16 euros.

El autor del libro que reseñamos es Luis Pose Regueiro (Nigrán, Pontevedra, 1979), un sacerdote de la diócesis de Tui-Vigo, licenciado en Historia de la Iglesia en la Universidad Gregoriana de Roma. Básicamente, el libro corresponde a su tesis de licenciatura, defendida en junio de 2020.

Se trata de una obra novedosa y muy actual. Estamos recibiendo continuamente noticias acerca de la retirada de imágenes de Colón de diversos lugares del mundo por razones socio-políticas, como Luis Pose indica en la p.9, nota 3, de su libro: “Frecuentes noticias sobre la retirada de imágenes, cancelación de fiestas conmemorativas; crispados debates llenos de prejuicios y anacronismos, y vacíos de fundamentación histórica, etc.”.

Pero, además de actual, el texto es novedoso: “la idea comúnmente extendida sobre Cristóbal Colón es tal vez demasiado simplista”; “creo que muy pocos conocen bien su profunda religiosidad, y menos aún su responsabilidad eclesial” (p. 10-11).

Sobre esto menos conocido, sobre la religiosidad de Colón y sobre su responsabilidad eclesial, trata la publicación de Luis Pose: Nos centraremos, escribe “en su responsabilidad como evangelizador” (p. 13). Y señala dos ámbitos en los que pretende aportar algo nuevo en la investigación histórica: En el ámbito colombino, porque muy pocos se han detenido en analizar la relación entre la obra de Colón y la evangelización, y, en segundo lugar, porque los primeros años de Colón en América tampoco han sido objeto de estudio prioritario por parte de la Historia de la Iglesia.

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18.12.20

La Navidad, el Sol y san José

En uno de sus poemas Lope de Vega se imagina a Jesús dormido en los brazos de José. Jesús es el “sol que nace de lo alto” (Lc 1,78). No conviene, nos dice Lope, que el sol duerma, para evitar que el tiempo quede sin gobierno.

El poeta insta a san José a despertar al sol, al Niño, para que haga su carrera desde el pesebre a la cruz: “despertadle, José, si tanto olvido/ no le disculpa vuestro amor paterno./ Mirad, que hasta los ángeles espanta/ ver que se duerma el sol resplandeciente/ en la misma sazón que se levanta./ Dejad, José, que su carrera intente,/ porque del pesebre a la Cruz santa/ es ir desde el Oriente al Occidente”.

Desde Oriente a Occidente. Desde el pesebre a la cruz. Y san José velando. He encontrado este bello texto en la selección de Yolanda Obregón, “400 poemas para explicar la fe”.

La figura de san José, tan presente en el Belén y en la cultura cristiana, cobra si cabe más actualidad en el año dedicado a él por el papa Francisco con motivo del 150 aniversario de la declaración del Esposo de María como Patrono de la Iglesia por parte del beato Pío IX en 1870. Francisco ha escrito, al respecto, una carta apostólica titulada “Patris corde”, “Con corazón de padre”.

La Iglesia, en sus primeros tiempos, no celebraba la Navidad, sino la Pascua. No el nacimiento de Jesús, sino su Resurrección de entre los muertos. No tanto el pesebre como la cruz, el misterio pascual.

Hipólito de Roma, allá por el año 204, afirmó que Jesús nació el 25 de diciembre. Algunos expertos dicen que ese día se celebraba la Dedicación del Templo de Jerusalén, instituida por Judas Macabeo en el 164 antes de Cristo.

En el siglo IV la celebración cristiana de la Navidad asumió una forma definitiva, sustituyendo a la fiesta romana de “Sol invictus”: Cristo es la verdadera luz que vence sobre el mal y el pecado. Se entiende así la exhortación de Lope de Vega a san José para evitar que la luz se duerma, sumergiendo otra vez el curso de los tiempos en las tinieblas.

Podemos hacernos cargo del temor del poeta. Si se apaga el sol, se apaga todo. Si se apaga Cristo, si ya no captamos su luz, se apaga nuestra humanidad. Porque es justamente esta, la humanidad, el terreno común entre Dios y el hombre. Sin Dios, no hay humanidad que dure a largo plazo. Sin hombre, prescindiendo de él, no encontraremos la auténtica revelación de Dios.

Hay algo de profético – en el Credo decimos del Espíritu Santo que “habló por los profetas” – en la doctrina de los concilios de la Iglesia. Por ejemplo, en la del Vaticano II: “En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”.

“Velar por Dios y velar por el hombre”: “No se puede dar culto a Dios sin velar por el hombre su hijo y no se sirve al hombre sin preguntarse por quién es su Padre y responderle a la pregunta por él. La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero. Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en Jesucristo”, decía Benedicto XVI en Santiago de Compostela.

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