Probablemente Dios no existe
Algo por el estilo dicen que dice una campaña publicitaria de ciertos apologetas del ateísmo. “Probablemente”; o sea, con verosimilitud o fundada apariencia de verdad; con buenas razones para creerlo. Los ateos apologetas “creen” que Dios no existe y consideran que la “fe” que profesan es razonablemente prudente.
No es nuevo el recurso a la probabilidad en cuestiones de fe. El teólogo anglicano J. Butler (1697-1752), Obispo de Durham, sostenía que “la probabilidad es la guía de la vida”. El hombre, para actuar racionalmente en la vida cotidiana, no se guía por demostraciones estrictas, sino por lo probable, tratando de seguir “the safest Way”, el camino más seguro. La senda de la certeza, en las cuestiones que más importan, es un itinerario que discurre por las vías de la racionalidad, aunque no necesariamente de la racionalidad demostrativa.
“Probablemente”. Este adverbio indica nuestra grandeza y nuestros límites. Es preciso optar, decidir, poner en juego nuestra razón libre. Y nuestras opciones y decisiones dependen no sólo de las pruebas o argumentos que, razonablemente, las amparen. Dependen en mayor medida aún de nosotros mismos, de nuestro talante moral, de nuestra disposición global ante la vida. A quien es desconfiado, pocos motivos le llevarán a confiar. A quien es miserable, infinidad de razones no le bastarán para convencerle de la grandeza de la generosidad. Nuestra inteligencia no es un “intellectus separatus”, sino una inteligencia sintiente, emocional, encarnada.

La solemnidad de la Epifanía ha dado ocasión, desde antiguo, para reflexionar sobre la relación entre la astronomía y la teología. Santo Tomás de Aquino, en la cuestión 36 de la tercera parte de la Summa, se pregunta, por ejemplo, si la estrella que se apareció a los Magos fue uno de los astros del cielo: “Parece más probable – responde el Doctor Angélico - que fuese una estrella creada de nuevo, no en el cielo, sino en la atmósfera próxima a la tierra, y que se desplazaba a voluntad de Dios”.
Resulta curioso el ejercicio de seguir las entradas – en definitiva, el interés de los lectores – con respecto a los posts que uno publica en el blog. No se trata de entrar en una “guerra de audiencias”. Ni de busca ser “popular”. La regla de oro, a mi juicio, es escribir sobre lo que a mí me interesa, con la confianza de que si me interesa a mí podrá también interesar a otros, sean muchos o pocos. Pero en un medio interactivo, si no hay “respuestas” cabe cuestionar el sentido de las “propuestas”.
En el relato evangélico de la adoración de los Magos (cf Mt 2,1-12) contrastan tres actitudes diversas: La actitud de Herodes, que presiente que la salvación de Dios es un peligro; la actitud de los sumos pontífices y de los letrados, que conociendo las profecías permanecen en la indiferencia; y, finalmente, la actitud de los Magos, que se ponen en camino para buscar a Jesús y adorarlo.
Es conocida la Carta Apostólica “Summorum Pontificum”, “motu proprio data”, del Papa Benedicto XVI sobre el uso de la Liturgia Romana anterior a la reforma efectuada en 1970. No es fácil, para los que no somos expertos, adentrarse en estas cuestiones. Todo lo que concierne a la Liturgia es complejo, por la inmensidad de aspectos teológicos y jurídicos que están implicados. De un Misal, por ejemplo, no se cambia ni una coma sin que, precedido de muchos estudios, la autoridad competente no lo permita. Sea pues nuestra aproximación una aproximación cauta y modesta.






