30.12.08

Censurar a la Iglesia

Se ha convertido en un ejercicio habitual. Si la Iglesia, a través de sus maestros autorizados, dice algo sobre algún tema inmediatamente se aplica una implacable censura. Lo que dice la Iglesia es corregido, reprobado, señalado públicamente como malo.

El argumento que se esgrime para justificar este dictamen es más o menos siempre el mismo: “La Iglesia no puede imponer a una sociedad unas normas de conducta”. Un argumento bastante débil, pues resulta de dominio público que la Iglesia no puede, al menos con medios coactivos, hacer valer su autoridad.

¿Que el Evangelio dice una cosa y yo quiero hacer la contraria? ¿Qué el Papa predica en un sentido y yo pienso y vivo en el sentido opuesto? ¿Que los Obispos señalan una conducta como negativa y a mí esa misma conducta me parece el súmmum del progreso, de la bondad y de la justicia? Todo el mundo sabe que esa disidencia no me acarreará ningún problema. Me pueden llevar a los tribunales si vulnero las leyes del Estado. Nada me va a pasar, al menos en este mundo, si transgredo la ley de Dios o los mandamientos de la Iglesia.

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28.12.08

Terrorífico Tamayo

Acabo de escribir su nombre y ya estoy arrepentido. Tamayo, ¿quién es Tamayo? Nadie. En el campo teológico, nadie. Y en el eclesial, menos que nadie. Pero está ahí, parece que a sueldo, dispuesto a desacreditar todo lo que provenga de la Iglesia de Cristo.

Nunca han faltado en la historia los “tamayos” de turno. Siempre ha habido alguien presto a susurrar al oído del poder lo que el poder quería oír, o a hacer propaganda al ritmo marcado por el tirano. Frente a fidelidad a la conciencia – Tomás Moro – , la postura de un Cranmer – el seguidismo del poder – ayuda a marcar la diferencia, a separar la honra de de la vileza.

A Tamayo, las palabras pronunciadas por los Obispos en las Misas que hoy se han celebrado en la fiesta de la Sagrada Familia le parecen terroríficas. A Tamayo, como al Demonio, la palabra del Evangelio le provoca espanto y pavor. Ofrece así, gratuitamente para la Iglesia, aunque quizá bien pagado por otros cauces, una norma negativa cuasi infalible: No le gusta a Tamayo, “ergo” está bien.

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27.12.08

La Sagrada Familia

El primer domingo después de Navidad celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia. El Hijo de Dios se hizo hombre y asumió, para redimirlas, las realidades humanas. También la realidad de la familia. Acepta creer y fortalecerse en el seno de la familia formada por Él, por María, su Madre, y por San José (cf Lc 2,22-40). La Sagrada Familia es el reflejo en la tierra del misterio de la comunión eterna de la Santísima Trinidad.

Como Jesús, cada uno de nosotros hemos nacido en el regazo de una familia. Nuestros padres han aceptado ser colaboradores de Dios para transmitirnos el don de la vida, para educarnos, para hacernos comprender, a través de su amor, que Dios nos ama por nuestro nombre, tal como somos; con nuestras virtudes y con nuestros defectos.

Dios se ha valido también de nuestra familia para regalarnos el don de la fe. Cuando éramos muy pequeños, alguien – nuestra madre, nuestro padre, nuestros abuelos, algún familiar que vivía en nuestra casa – puso en nuestros labios las palabras adecuadas para dirigirnos a Dios. Nos enseñaron las primeras oraciones: El Padrenuestro, el Ave María, el Gloria, la oración al ángel de la guarda…

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25.12.08

Navidad: La humildad de Dios

La solemnidad de la Natividad del Señor nos permite contemplar la humildad de nuestro Dios. El esperado de Israel, el esperado de las naciones, el esperado de toda la humanidad no irrumpe en nuestra historia con la pompa y el boato de un emperador. Aparece, se manifiesta, en la conmovedora simplicidad de un Niño recién nacido.

Nace en un establo, porque no había sitio en la posada. Podemos imaginar que la posada estaría ocupada por aquellos que, en Belén, resolvían sus negocios. Las compras y las ventas, las gestiones administrativas, el quehacer cotidiano que no deja espacio a lo nuevo, a la sorprendente entrada de Dios en lo prosaico de nuestras vidas.

La aceptación y el rechazo caracterizan el Nacimiento de Jesús. Y esta polaridad acompaña, a lo largo de los siglos, el anuncio del Evangelio. No siempre Jesús es excluido por maldad, sino, tantas veces, por inconsciencia. Lo inmediato nos absorbe; lo segundo pasa a ser primero en nuestra escala de valores; nuestras pequeñas cosas nos ocupan de tal modo que nos volvemos insensibles hacia las grandes cosas.

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23.12.08

La fiesta y la alegría

En el Discurso dirigido a la Curia Romana, con ocasión de la felicitación navideña, el Papa Benedicto XVI ha hecho balance de los acontecimientos eclesiales más destacados de 2008: la Jornada Mundial de la Juventud, los viajes apostólicos a EEUU y a Francia, y el Sínodo de Obispos dedicado a la Palabra de Dios.

Una cita de Nietzsche sirve a Benedicto XVI para resaltar el hilo conductor que une estos acontecimientos. Decía el filósofo alemán: “La habilidad no está en organizar una fiesta, sino en encontrar a las personas capaces de aportar alegría”.

La Jornada Mundial de la Juventud no ha sido, reflexiona el Papa, una simple fiesta, como si se tratase de un festival de rock; ha sido una “fiesta de la alegría”. Y la alegría es fruto del Espíritu Santo. La acción del Espíritu Santo proporciona unidad a los acontecimientos eclesiales y explica el motivo profundo de la alegría cristiana.

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