Hans Küng: Verdad y poder
El reciente libro de Hans Küng, “Verdad controvertida. Memorias” (Ed. Trotta, Madrid 2009, 764 páginas, 42 euros), constituye la segunda entrega – y posiblemente no la última – de las memorias del conocido teólogo suizo. Hay acontecimientos que marcan una vida, que imprimen en ella una impronta tan honda que nada de lo que vendrá después y, de alguna forma, nada de lo que ha habido antes, resulta inteligible prescindiendo de ese hecho significativo. En este sentido se ha señalado – aunque algunos historiadores relativicen su importancia - la decisiva trascendencia de la llamada “experiencia de la Torre” en la biografía y en el pensamiento de Martín Lutero. Si buscásemos un “acontecimiento central” que unifique el período que abarca estas memorias (comprendido entre 1968 y 1980) habría que destacar la resolución de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 15 de diciembre de 1979 según la cual “el profesor Küng, en sus escritos, ha faltado a la integridad de la verdad de la fe católica, y por tanto […] no puede ser considerado como teólogo católico” ni puede enseñar como tal (p. 629-630). En torno a ese eje central gira todo el contenido del libro. Razón y pasión se entrelazan, porque, obviamente, el pensamiento no puede separarse de la vida. Dice Küng que ha querido “evitar ataques personales y vengativos ajustes de cuentas” (p. 695), pero resulta patente que el juicio sobre situaciones, personas y actuaciones está mediatizado por la respectiva incidencia en “el hecho” de su vida.

El Señor Resucitado se encuentra con los suyos “el día primero de la semana”. Son estos encuentros, estas apariciones, las que, bajo la acción de la gracia, hacen nacer la fe de los discípulos en la Resurrección.
San Pablo, en la Carta a los Colosenses (3,1-4), expone las consecuencias que tiene para nuestra vida la Resurrección de Jesús: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba”.
En la Carta a los Romanos, San Pablo considera el carácter definitivo de la Resurrección: “Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más” (cf Rm 6,3-11). Su muerte fue un morir al pecado “de una vez para siempre” y su vivir “es un vivir para Dios”.
Roma es una ciudad singular. Entre otras razones, porque allí tienen sus sedes tres Jefes de Estado: el presidente de la República italiana, el Gran Maestre de la Soberana Orden de Malta y, no en tercer lugar en cuanto a importancia, el Papa. En Roma confluye el mundo, en una especie de ONU anterior a la ONU. Desde el mundo a Roma - y desde Roma al mundo - , llegan los ecos, normalmente fidedignos, de casi todo lo que acontece en el planeta.






