Preparando la solemnidad de la Asunción
La solemnidad de la Asunción de la Virgen nos recuerda su tránsito, su paso, de este mundo al Padre. Aquella que, desde el primer instante de su concepción inmaculada, es sólo de Dios entra para siempre, transcurrido el curso de su vida terrena, en Dios, en la gloria de Dios: “En el parto te conservaste Virgen, en tu tránsito no desamparaste al mundo, oh Madre de Dios. Te trasladaste a la vida porque eres Madre de la Vida, y con tu intercesión salvas de la muerte nuestras almas”.
De algún modo, el primer “tránsito” para todos nosotros es la creación. Dios, libremente, por el poder de su palabra, nos ha llamado de la nada al ser. No provenimos del azar, ni de un destino ciego, ni de una necesidad anónima, sino que nuestro origen, y nuestro destino, está en Dios, que ha querido que participásemos de su verdad, bondad y belleza.

He tenido la fortuna de visitar por segunda vez Polonia. En 1991, al mes de mi ordenación presbiteral, participé en la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Czestochowa. Dieciocho años después he vuelto a ese país, siguiendo las huellas del itinerario vital del Papa Juan Pablo II. Realmente, si uno quiere conocer Polonia, no ha de recurrir necesariamente a las guías turísticas al uso. Puede optar por otra fuente, por otro recorrido, aquel que, por ejemplo, marca el mismo Juan Pablo II en su libro “Don y misterio”.












