20.05.09

Ser humano

La ministra de Igualdad ha sentenciado que un feto (humano) de trece semanas de gestación es un ser vivo, pero no un ser humano. “Vivo” significa que tiene vida. Diciendo que es un ser vivo, lo único que se afirma es que no está muerto y, de paso, que el aborto consiste en matarlo. Pero no se puede estar vivo, sin más, sino que hay que ser algo o alguien para poder, además, estar vivo o no estarlo.

Y del ser, y no sólo del estar, va el debate. Un primer interrogante es negativo: ¿Si el feto que crece en el vientre de una mujer no es humano, entonces qué es? ¿Una planta, un mero animal? Ya sabemos, porque está vivo, que no es una piedra. Pero del amplio espectro de los seres vivos, ¿a qué especie pertenece?

Pues bien, la ciencia nos da una primera pista. Así el catedrático César Nombela ha explicado que “un ser humano tiene varias etapas de vida y una de ellas es su etapa fetal”. En realidad, el cigoto es ya un nuevo ser humano, diverso y distinto de sus padres, con un genoma humano. Entre esa célula resultante de la unión del gameto masculino con el femenino y un individuo adulto no hay saltos cualitativos. Con el tiempo, el jovencísimo ser humano pasará a ser un niño, un adolescente, un adulto y, si la suerte lo acompaña, hasta un anciano.

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16.05.09

El amor más grande

“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). El amor “más grande” es el amor de Dios; es Dios mismo. Todo amor meramente humano es limitado, parcial, finito. Sólo el amor de Dios consigue transformar el amor humano y vencer sus límites. “En esto consiste el amor – nos dice San Juan - : no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo, como víctima de propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10).

Es decir, la realidad del amor, su esencia, no se define partiendo de los hombres, sino partiendo de Dios. San Agustín dice que “aunque nada más se dijera en todas las páginas de la Sagrada Escritura, y únicamente oyéramos por boca del Espíritu Santo ‘Dios es amor’, nada más deberíamos buscar”. Saber que Dios es amor es el conocimiento fundamental, porque equivale a saber quién es Dios y qué es el amor.

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13.05.09

La risa de las ministras

Las ministras de Sanidad y de Igualdad se ríen. La boca se les distiende a ambas en un movimiento de aparente alegría. Anuncian más aborto, y se ríen. Anuncian más “píldora del día después” – o sea, más aborto también – y se ríen. Yo creo que, si las ministras asisten a unas exequias, se troncharán de risa. Ellas, se diría, están ahí para eso: para reírse de la muerte de los demás.

Hay risas y risas. La risa del conejo, que es la causada por algunos accidentes. La risa falsa. La risa sardónica. Y la risa de las ministras, que, a cada paso, se mean de risa.

No sabemos cuál es la causa de tal propensión al alborozo. Podría ser que, las dos, la de la Salud y la de Igualdad, estén algo faltas de entendimiento o razón y se rían a tontas y a locas, o como tontas y locas, o como ambas cosas a la vez. Sería éste el mejor supuesto, el más benévolo, el que las dejaría en mejor lugar, en una especie de limbo de la estulticia. Pero también se ríen los bellacos y las bellacas, los maliciosos y las maliciosas. Y hasta las hienas, carroñeras y repulsivas, parecen reírse.

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12.05.09

Belleza y vida de fe

JESÚS CASÁS OTERO, Belleza y vida de fe, San Pablo, Colección “Pensar y Creer” 22, Madrid 2009. 368 pág.

1. El autor

Tres aspectos confluyen en la formación y en la aportación intelectual de D. Jesús Casás Otero: su condición de capellán militar, su especialización en Historia del Arte y su doctorado en Teología, con una tesis que se inscribe en el área de la Teología Fundamental.

Es necesaria una buena dosis de disciplina castrense para emprender el arduo trabajo que supone elaborar no sólo la tesis de doctorado, sino también para escribir un libro tan meditado como el que presentamos, Belleza y vida de fe. La especialización en Historia del Arte ha dado ya frutos conocidos. Por citar sólo un par de ejemplos, en 1987 publicó Estudio histórico-artístico de Tacoronte (Santa Cruz de Tenerife , Cabildo Insular, 1987) y en 2000, el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando incluía en su número 91 un artículo sobre “Dos retratos de Camarón en el Museo Diocesano de Tui”. Desde la perspectiva de la Teología, se hace necesario mencionar la obra Estética y culto iconográfico (BAC, Madrid 2003).

En ese libro, Estética y culto iconográfico, trazando una serie de círculos concéntricos, Casás Otero encuadra la reflexión sobre el culto iconográfico en un marco más amplio, que va desde la ‘belleza’ como categoría de la Teología Fundamental al ‘arte’, en cuanto manifestación privilegiada de la belleza y, más en concreto, a las ‘imágenes’ cristianas, en su doble vertiente: didáctica y cultual.

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9.05.09

Permanecer

“Permaneced en mí y yo en vosotros” (Juan 15, 4) nos dice Jesús. La relación entre el Señor y cada uno de nosotros viene caracterizada en este pasaje del Evangelio por la “permanencia”, por el “estar”, por el “mantenerse”. A nosotros, que vivimos en la cultura de la liviandad, de los compromisos pasajeros, de la continua movilidad, nos resulta difícil comprender el significado de la permanencia. Apenas permanecemos en ningún sitio. En otras épocas, el hombre prácticamente moría donde nacía y asumía compromisos definitivos, inalterables: con su tierra, con su casa, con su familia, con su trabajo.

Hoy se nos empuja, de algún modo, a lo contrario: al cambio, a la variación. Casi todo lo que conforma nuestra existencia está amenazado por la inestabilidad: el trabajo, que puede perderse; los amigos, que van y vienen; el matrimonio, que no siempre es para toda la vida; el hogar, que puede quebrarse y deshacerse. En la cultura de la liviandad, el terreno firme se escapa debajo de nuestros pies y nos quedamos sin fundamento, sin asidero, sin valores que valgan siempre, sin normas que orienten, sin palabras que mantengan su significado.

La vida religiosa no está exenta de este riesgo; se ve también amenazada por el capricho y por la inconstancia; asediada por la tentación de elegir una “religión a la carta”, donde se escogen, según el propio gusto, las creencias, las formas de culto, los mandamientos que se van a cumplir, sin importar lo que Jesús ha enseñado y lo que la Iglesia, intérprete de la revelación, nos propone con la autoridad recibida de Cristo.

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