29.09.09

¿Son iguales todas las religiones?

¿Son iguales todas las religiones? ¿Tienen el mismo valor en orden a la salvación? ¿Es indiferente ser católico, musulmán o budista? Interrogantes de este tipo se formulan en el momento presente, en un contexto marcado por el pluralismo y por una cultura democrática para la que, en principio, las distintas opciones - en el terreno político, cultural y también religioso - gozan de idénticos derechos.

En este marco, el Cristianismo avanza una pretensión escandalosa. Aún reconociendo la posibilidad de manifestación de Dios en otras religiones, considera que lo que de verdadero hay en ellas constituye una preparación para el Evangelio; las ve como una especie de “Antiguo Testamento", apuntando a un cumplimiento último que sólo se da en Jesucristo, Salvador único y definitivo. El cristianismo pretende ser la religión verdadera, la “revelatio revelata", el camino de salvación por antonomasia. ¿Es una pretensión exagerada? ¿Debería la Iglesia silenciarla y contentarse con proponer un mensaje más, equivalente a otros?

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28.09.09

Una frase de Annibale Bugnini

Poco antes de morir, el arzobispo Annibale Bugnini dijo de sí mismo: “He servido a la Iglesia, he amado a la Iglesia, he sufrido por la Iglesia”. Es una bella frase, un condensado resumen de la actitud que un católico ha de vivir con relación a la Iglesia: amarla, servirla y sufrir por ella y en ella.

A veces me sorprende – y me duele – la acritud con la que algunos católicos hablan o escriben sobre la Iglesia. En sus palabras parece encontrar cobijo todo el desamor, todo el rencor, toda la rabia que almacena el universo. Claro que únicamente se habla con esa dosis de pasión de lo que a uno le importa. Yo soy incapaz de decir una palabra más alta que otra cuando se trata de opinar sobre el fútbol. Me resulta absolutamente indiferente que gane un equipo o que pierda otro. El fútbol ocupa en mi recreación del mundo un espacio mínimo, como si tratase de un elemento opaco que está ahí, pero que nunca ha sido capaz de despertar el afán de mi mirada.

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27.09.09

Amigos virtuales

Es muy bella la definición de amistad que proporciona el “Diccionario de la Real Academia”: “Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”. El afecto es una forma de amor, de cariño. Pero en la amistad ese afecto es libre, desprendido, participado. La comunicación lo hace más vigoroso, lo confirma, lo corrobora.

En un blog se hacen amigos, amigos “virtuales”, aunque no por ello menos reales. Porque el tiempo dedicado a Internet es real y, en un comentario o en un post, uno va dejando siempre, de una forma o de otra, algo de sí mismo.

Al leer los comentarios se aprende. No sólo por lo que dicen, sino por la capacidad de desvelar, hasta cierto punto, a la persona que los dice. Personas inteligentes, cultas, curiosas, persuasivas, obstinadas, que, con sus ecos, nos ayudan a comprender la complejidad de las cosas y la limitación de nuestra aproximación a ellas.

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26.09.09

Una urgencia en un día aciago

Para rezar hoy, ahora, y para invitar a rezar (hasta reenviándolo por e-mail):

Oh María,
aurora del mundo nuevo,
Madre de los vivientes,
a Ti confiamos la causa de la vida:
mira, Madre, el número inmenso
de niños a quienes se impide nacer,
de pobres a quienes se hace difícil vivir,
de hombres y mujeres víctimas
de violencia inhumana,
de ancianos y enfermos muertos
a causa de la indiferencia
o de una presunta piedad.
Haz que quienes creen en tu Hijo
sepan anunciar con firmeza y amor
a los hombres de nuestro tiempo
el Evangelio de la vida.

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Apertura e intransigencia

Domingo XXVI TO (B)

En Jesús se compagina la apertura y la intransigencia. No desea que los discípulos sientan celos de quienes, sin pertenecer al grupo inmediato de sus seguidores, hacen buenas obras en su nombre: “El que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9,40). Esta actitud del Señor ha sido prefigurada en la actitud de Moisés, que no fue celoso del poder del Espíritu Santo y se alegró de que actuase también fuera del círculo de sus colaboradores más directos: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!” (Nm 11,29).

No es bueno que en la Iglesia nos dejemos llevar por celos y exclusivismos, despreciando a quienes, siguiendo a Jesús como nosotros, viven de manera diferente, sin menoscabo de la unidad, según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles. Debemos alegrarnos de que el árbol de la vida cristiana sea un árbol frondoso, con múltiples ramas: la vida laical, la vida consagrada, la vida eremítica, la vida religiosa, los diversos institutos seculares, las sociedades de vida apostólica o los llamados “nuevos movimientos”, que el Espíritu Santo puede suscitar, deben ser bienvenidos a la gran casa común de la Iglesia.

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