16.08.09

Cosmética

Según el “Diccionario de la Real Academia”, la “cosmética” hace referencia a los productos que se utilizan para la higiene o la belleza del cuerpo, especialmente del rostro. La cosmética es, de un algún modo, un índice de la singularidad humana. No nos basta con comer o beber; necesitamos sentirnos a gusto con nosotros mismo, ser conscientes de estar limpios, de no oler mal; en definitiva, necesitamos sentirnos humanos, a la altura de nuestra dignidad, y percibirnos como tales.

Las exageraciones en este campo no prueban nada en contra de la verdad de estos asertos. Los excesos son malos; pero son malos por ser excesos. Que el propio cuarto de baño parezca una planta de perfumería de unos grandes almacenes sería, posiblemente, un síntoma de exceso. Antes se atribuía la afición por los afeites a las mujeres. Hoy, ya no. Al menos, no en exclusiva. Jabón, gel, champú, pasta de dientes, desodorante, espuma de afeitar, quizá alguna loción para después del afeitado, colonia o perfume son, en la práctica, productos básicos. Y luego están las variadas ofertas de cremas: hidratantes, reafirmantes… Y la lista puede incrementarse hasta casi el infinito.

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Difícilmente se podría exagerar el realismo de estas palabras

La Sabiduría construye su casa y prepara el banquete: “Venid a comer mi pan y a beber mi vino que he mezclado”, nos dice el libro de los Proverbios. Dios se comunica con el hombre mediante el signo del banquete, de la comida, de la comunión. Si el inexperto y falto de juicio quiere compartir la sabiduría de Dios, ha de acudir a ese banquete, para seguir el camino de la prudencia.

Podemos ver esa Sabiduría como una anticipación de Jesucristo. Él es, en persona, la Sabiduría de Dios, que resplandece en la paradoja de la Cruz (cf 1 Corintios 1, 24-25). Él ha venido a su casa, ha acampado entre nosotros (cf Juan 1, 11.14), para prepararnos el banquete de la vida. Lo recuerda San Pablo en la primera carta a los Corintios: “el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan, y pronunciando la acción de Gracias, lo partió y dijo: ‘Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía’. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: ‘Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía’ ” (1 Corintios 11, 23-25).

La Eucaristía no es un puro símbolo de la entrega de Jesucristo; es mucho más, es el memorial de su vida, de su muerte, de su resurrección, de su intercesión ante el Padre (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 1341). Participar en su banquete es permitir que Él siga siendo para nosotros el Pan de la vida: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Juan 6, 55). Difícilmente se podría exagerar el realismo de estas palabras, en las que el Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle, a acrecentar nuestra unión con Él, la Palabra encarnada, la Sabiduría que tiene cuerpo y sangre, rostro crucificado y glorificado.

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14.08.09

Coronada de gloria y esplendor

En el misterio de su Asunción contemplamos a María “coronada de gloria y esplendor”. Ella es la mujer vestida de sol con la luna bajo sus pies, rodeada de doce estrellas, de la que habla el Apocalipsis (11-12). La gloria y el esplendor, la majestad y brillo que la envuelven totalmente, es la gloria y el esplendor de Dios. María, circundada por la comunión de los santos y vencedora de la mortalidad y de la muerte, “vive totalmente en Dios, rodeada y penetrada por la luz de Dios” (Benedicto XVI).

La gloria de Dios es nuestro origen y nuestra meta. Para comunicar su gloria, Dios ha creado todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, las visibles y las invisibles. En todo el universo, decía Santo Tomás de Aquino, está reflejada, por cierta imitación, la bondad divina. Particularmente en el hombre, creado “a imagen de Dios”. La belleza de la creación resplandece en Cristo, el Verbo encarnado, porque “todo fue creado por él y para él” y “todo tiene en él su consistencia” (cf Col 1,16-17).

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11.08.09

¿Es un peligro la ortodoxia?

Allá por los años 70 del siglo pasado, Alfredo Fierro publicó un libro titulado “La imposible ortodoxia”. Para este autor, a quien, sin embargo, debemos un importante estudio sobre San Hilario, todo dogma de la fe católica es imposible. La fe debe ser una fe sin dogmas, sin contenido, sin ortodoxia. Frente a la ortodoxa teología dogmática se impondría una teología “crítica”, distanciada de la conformidad con la doctrina eclesial, aunque no sabemos si tan independiente con respecto al marxismo o al psicoanálisis. Posiblemente, en Fierro y en otros, la conformidad con la fe recibida de la Tradición se transmuta en otras conformidades; con menos avales divinos, pero que exigen mayor militancia.

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10.08.09

Los amores de San Lorenzo

La vida y el martirio de San Lorenzo constituyen un elocuente testimonio de tres “amores” que debe hacer suyos cada cristiano, en cualquier época de la historia: el amor a la Iglesia, el amor a la Eucaristía y el amor a los pobres.

Su ministerio diaconal consistía en entregarse por entero al servicio de la Iglesia de Roma, colaborando con su Obispo, el Papa san Sixto. San Lorenzo fue muy consciente de las palabras que repetía su contemporáneo San Cipriano: “No puede tener a Dios por Padre el que no tiene a la Iglesia por madre”. La Iglesia era vista por San Lorenzo no como una mera institución humana, sino como un misterio de salvación querido por Dios: el sacramento universal de salvación; el Pueblo santo de Dios; el Cuerpo de Cristo; el Templo del Espíritu Santo.

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