Un proyecto no ensombrecido
“Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas” (Sal 97). La Divina Liturgia es alabanza y acción de gracias a Dios por todo lo que ha hecho de bueno, de bello y de justo. La creación participa de su bondad y de su belleza: “Y vio Dios que era bueno”, muy bueno, todo lo que había creado, nos dice el Génesis.
El pecado del hombre consiguió empañar esa bondad de lo creado. El pecado es la desconfianza que genera el desprecio hacia Dios. Queriendo ser como Dios, y negándose a reconocer los propios límites, el hombre se dejó cegar por la vanidad más absurda, por la pretensión más imposible de alcanzar: ser dios sin Dios.
La historia atestigua la verdad del pecado original. La presencia aplastante del pecado en el mundo ha tenido un origen, una causa, en esa rebeldía del principio. Y el precio del pecado, su salario, es la muerte. Cuando el hombre no quiere ser criatura, sino que juega a ser dios, siembra la muerte; transforma las leyes de vida en leyes de muerte.