“λέγει αὐτῇ Ἰησοῦς, Μή μου ἅπτου, οὔπω γὰρ ἀναβέβηκα πρὸς τὸν πατέρα: πορεύου δὲ πρὸς τοὺς ἀδελφούς μου καὶ εἰπὲ αὐτοῖς, Ἀναβαίνω πρὸς τὸν πατέρα μου καὶ πατέρα ὑμῶν καὶ θεόν μου καὶ θεὸν ὑμῶν".
Un jovencísimo lector me ha hecho llegar una duda acerca de la interpretación de un pasaje del IV Evangelio, en el que Jesús dice a María Magdalena: “No me toques, que todavía no he subido al Padre” (Jn 20,17). Yo no soy un especialista en la exégesis neotestamentaria, esa ciencia tan complicada que puede, bien entendida, acercarnos a la Escritura o, por el contrario, alejarnos de ella, como una sobredosis de crítica literaria puede apartarnos del gozo de la literatura, que supone una cierta inmediatez con el texto, sin infinitos filtros que nos hagan sospechar que lo que leemos no es en realidad lo que leemos.
No es extraño que un jovencísimo lector se sorprenda de ese versículo. Nos sorprendemos todos. Y el mismo Catecismo habla, al respecto, del carácter velado de la gloria de Cristo Resucitado que se transparenta en sus “palabras misteriosas” a María Magdalena (n. 660). La revelación es revelatio, manifestación, y re-velatio, volver a velar; es decir, ocultamiento.
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