El pasado domingo, solemnidad de la Ascensión, se celebraron ordenaciones de diáconos y de sacerdotes en la Catedral de Santiago de Compostela. Muchos de los ordenados son alumnos míos, que tienen la paciencia de soportarme cada miércoles. Desde el blog les hago llegar mi felicitación.
Esto es lo que les decía D. Julián, el Sr. Arzobispo, en la homilía:
HOMILÍA en las ORDENACIONES
16 de mayo de 2010
“El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Este es nuestro sentimiento en esta celebración en la que estos hermanos nuestros, unos recibirán el presbiterado y otros el diaconado dentro del Año Jubilar Sacerdotal y en el Año Santo Compostelano. Os acompañan, queridos candidatos, vuestra familia y amigos a los que saludo y felicito también cordialmente, uniéndose también toda la comunidad diocesana a vosotros. Mi gratitud al Sr. Rector, Formadores, Profesores, Sacerdotes, Miembros de Vida Consagrada y Laicos que os han acompañado con el testimonio de su fe, con la ciencia de sus conocimientos y con la bondad de su virtud.
Jesús “hizo y enseñó” (Hech 1,1). Realizaba primero lo que después enseñaba; enseñaba siempre lo que vivía primero con fidelidad a la voluntad del Padre, encomendando a los apóstoles: “Id por el mundo entero; predicad mi evangelio a toda criatura” (Mc 16,15). Este mandato ministerial suponía que fueran ellos mismos “testimonios vivientes del Evangelio” con toda su vida. “Vosotros daréis testimonio de estas cosas”. Así lo hizo el Apóstol Santiago, amigo y testigo del Señor, así lo habéis de hacer vosotros. Esta era la misión y la esperanza con que Jesús amaba a los suyos en la
noche pascual del Cenáculo y ese fue el mandato en su Ascensión al Padre. El futuro de su causa y su obra se confiaban a la responsabilidad testifical del Espíritu Santo y de los suyos; de éstos por su incorporación selectiva y vocacional a Cristo Jesús; del
Espíritu Santo, como garantía divina de que el testimonio de los suyos fuera auténtico, a pesar de su condición humana defectible.
Esta solemnidad nos indica que el triunfo en plenitud del Señor es el nuestro, el de la humanidad, el de la historia, el de la creación toda. Ahora tenemos un proyecto en el que poder mirarnos; la humanidad un objetivo total al que aspirar; la historia un final feliz que contar; la creación una plenitud a alcanzar. “Este es el plan: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de
la tierra” (Ef 1,10).
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