¿Hay o no hay una autoridad doctrinal en la Iglesia?
La pregunta no es baladí. Da la sensación de que no la hay. No porque la autoridad no ejerza su papel, que lo ejerce. Y basta leer lo que dicen los papas para corroborarlo. El problema radica, más bien, en que, por la “izquierda” y no menos venenosamente por la “derecha", se tiende a impugnar, a reducir, a limitar hasta la insignificancia, la enseñanza del magisterio eclesiástico. Al final, es magisterio lo que a mí me gusta. Lo que no, no lo es.
Sin fe católica no se puede aceptar la función del magisterio de la Iglesia. Porque la confianza en esa función brota de la relación que vincula la Palabra de Dios con la sucesión apostólica. Es decir, el poder magisterial de los apóstoles y de sus sucesores no se fundamenta en un grado mayor de competencia técnica – algo que indigna los oídos de los católicos de hoy, que, por ser expertos en algo, si lo son, se creen “ipso facto” expertos en todo -. No es preciso que el Papa sea el más listo, ni que el Obispo lo sea. Pero, más o menos listos, tienen una potestad que deriva de la sucesión apostólica, no de sus conocimientos privados.
¿Quién les ha confiado ese poder? Sólo el que puede confiárselo: Jesucristo. Les ha confiado, sacramentalmente, el poder de hacer, dar y enseñar lo que, por sí mismos, no serían capaces de hacer ni de dar ni de enseñar. En el tema que nos ocupa, la enseñanza, se trata de la potestad de exponer, guardar y defender la doctrina de la revelación de forma auténtica; es decir, autorizada, dotada de autoridad.
Toda la Iglesia es portadora de la revelación, pero la Iglesia es jerárquica. Y la autoridad de enseñar deriva de Cristo y está estrechamente vinculada a la sucesión apostólica y al sacramento del Orden. Sí, al sacramento del Orden. No sólo al del Bautismo.