La visita del Papa y sus críticos
Oyendo algunas críticas a la visita del Papa uno se pregunta si merece la pena escuchar y, sobre todo, si merece la pena responder. Es evidente que determinadas personas van a lo que van, a la carga contra todo lo que suene a “católico”. Son, en este propósito, incansables. Cualquier pretexto les basta y si no hay pretexto se lo inventan.
Algunos críticos obvian un dato fundamental: El Papa ha venido a Santiago de Compostela y a Barcelona porque ha sido invitado. Y no una ni dos veces, sino muchas veces. Y esa invitación no ha sido revocada. Invitado por las autoridades de la Iglesia y por las del Estado. Que yo sepa, el embajador del Reino de España ante la Santa Sede no se ha dirigido al Papa diciéndole: “Lo siento, Santidad, España está tan pobre que no podemos hacer frente a los gastos que ocasionará su viaje”. Si le hubiesen dicho esto, el Papa no vendría. Es más, es muy probable que se organizase una colecta en San Pedro para socorrer nuestra miseria.
Algunos críticos obvian una evidencia: Los católicos – que también somos ciudadanos – pagamos impuestos. Exactamente igual que los no católicos y que los anticatólicos. Pagamos el IRPF, el IVA y las demás tasas establecidas. No nos hacen ni una rebaja. Bueno, pues parece que sólo valemos para pagar. ¿Que viene el Papa a España y que hay que hacer frente a unos gastos a cargo del erario público? ¿Y? ¿De dónde sale el dinero público sino del bolsillo de los ciudadanos, también de los ciudadanos católicos? Todos los contribuyentes nos rascamos el bolsillo hasta para pagar lo que no nos gustaría en absoluto pagar, pero que nos obligan a hacerlo: la limpieza de los residuos que siguen a cada botellón; las subvenciones al cine, a los sindicatos, a los partidos; el coste de determinadas acciones presuntamente sanitarias que nos repugnan profundamente – abortos incluidos -. Pero, en la estricta aplicación de una misteriosa ley del embudo, no tenemos derecho a nada. Nosotros, a pagar y a callar como si fuésemos ciudadanos de segunda.