Aborto: No cabe transigir
El Diccionario de la Real Academia Española define “transigir” como “consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia”. La disputa y el enfrentamiento resultan agotadores y, “pro bono pacis”, transigimos cada día en muchas cosas: Pagamos una multa de tráfico, aunque nos parezca desproporcionada, sin presentar en contra un recurso; soportamos que parte del dinero que proviene de nuestros impuestos se destine a fines que, a nuestro juicio, no son los mejores; cedemos, incluso, parte de lo que nos corresponde en puro derecho para facilitar la convivencia.
Pero hay temas en los que no es posible transigir. No podemos consentir, ni siquiera en una mínima parte, que se insulte a nuestra madre. Nadie diría: “Bueno, que se le insulte en público, no, pero en privado sí”. Ya plantear esa alternativa nos parece, con buen sentido, algo ridículo. Un hijo no acepta que insulten a su madre, ni en público ni en privado ni en ninguna otra ocasión.
Con el aborto no cabe transigir. No hay que consentir en nada. No hay que rebajar en lo más mínimo la reivindicación de lo que reconocemos como justo, razonable y verdadero. Y no es posible hacerlo porque aquí topamos con un absoluto moral, que no admite excepciones: “Todo ser humano inocente tiene derecho a la vida”. Es un derecho inviolable, inalienable, que pertenece a la naturaleza humana y es inherente a la persona. No es una concesión del Estado o de un hipotético “consenso social”, sino que es algo previo e indisponible. Las leyes humanas pueden ser justas o injustas. Nuestras acciones pueden ser buenas o malas. Pero carecería hasta de sentido hablar de lo bueno y de lo malo sin la referencia a una norma moral, anterior a las preferencias de cada uno y a lo positivamente establecido por una ley del Estado.