Melitón y Rómulo, desde la hora prima, repasaban el plan de vigilancia, diseñado para la fiesta del Shavuot, el plano de Yerushaláyim, incluyendo los alrededores, era recorrido una y otra vez por los legionarios, distribuyendo los puestos de guardia, marcando los recorridos de patrullas a caballo, estableciendo contraseñas y señales (un silbido atención, dos silbidos petición de ayuda, tres alarma y zafarrancho de combate). Era un momento especial para ambos, pues una vez concluido el Shavuot, habría finalizado la misión que les trajo a Yerushaláyim, regresarían a Damasco y volverían a su rutina militar, tenían planes al respecto: maniobras, nuevos movimientos, algunas nuevas armas, volverían a lo suyo.
Era la hora tertia del sexto yôm, víspera del Shavuot, y la puerta de la Torre Antonia, que daba a la calle, era un hervidero de gentes de toda suerte y condición, no solo militares sino civiles, vendedores ambulantes, arrieros y carreros, rabinos y escribas; los desocupados cruzaban por delante de la misma, pues curioseaban, y, elucubraban sobre el número de soldados que podrían estar alojados, cuántos habrían venido este año a la Fiesta; en fin, animadas conversaciones, totalmente estériles, y odiosas, para un romano, pero que provocaban encendidas disputas y abundantes predicciones en los habitantes de Yerushaláyim, era una manera de mantener las relaciones personales, además de ejercer la ironía, la picardía y el relato intercambiado de anécdotas de años pasados.
Era el momento del saludo a los menos frecuentados, y, el de la bienvenida a los viajeros llegados para la ocasión, que a su vez incrementaban el acervo de anécdotas, noticias y sucedidos entrando en esa desordenada tertulia de paseo por la ciudad, tan cara a los jerosolimitanos y a todos los israelitas, realmente a todos los próximo-orientales.
Eliecer, pasó por casa de Mohse, para confirmar que a la hora tertia, los nazarenos jerosolimitanos, estaban citados en “su esquina”, que era la más cercana a la Puerta del Pescado, haciendo una diagonal a la planta cuadrangular de las cuatro torres de la Fortaleza Antonia; eficiente y callado, como siempre, se había encargado de los contactos familiares, y, había seguido, a distancia a su prima Ana, cuando llevó los regalos, acompañado, “solo”, de Eulogio: su promesa de cuidarla, cerrada con Ambrosyós, era, para él, más valiosa que su vida, y, esos días había muchos devotos y “no devotos” en la ciudad. También había comprado los dos panecillos, que Ana llevaría como ofrenda al Templo, aunque no pudiera entrar en él, se quedaría con Judith en el Patio de las Mujeres, la ofrenda la haría Eulogio, apadrinado por Eliecer y Mohse, junto a todos los parientes “nazarenos”, varones, allí el muchacho formularía su deseo de consagrar su vida al servicio de YHWH, eso llevaría la aceptación del sacerdote de turno en el servicio del Templo, sería afirmativa la respuesta, ya que todo estaba hablado, y los “nazarenos” habían pagado el preceptivo estipendio, a escote.
Lejos, muy lejos de allí, en Antioquía en casa de Isaac ben Simon, Isabel preparaba los pasteles de “leche y miel”, de mejor paladar de un día para otro – en recuerdo de la promesa, realizada felizmente - además de amasar para los kreplaj, pues la masa debería estar varias horas fermentando y subiendo, era una elaboración laboriosa y no quería rozar el límite de horas de actividad permitido en Shabat, mientras tanto, Isaac despedía a su yerno Ambrosyós, Isaac le besó la mejilla , le puso las manos en la frente, para lo que el gálata tuvo que arrodillarse si no quería que Isaac se descoyuntara estirando los brazos para alcanzarle; tras haber cenado allí, marchaba para hacer la entrega de un pedido para un joven médico, recién llegado, de regreso, a la ciudad, pues era antioqueno de origen y familia, Lucas, se llamaba.
La expresión mostrada por Lucas, y la franca sonrisa, dejaron satisfecho al metalúrgico, que desdoblaba con mucho cuidado los escalpelos, cinco, en distintos tamaños y formas, los había planos y curvos, de distintas longitudes, los curvos no tenían el mismo radio de curvatura, cada uno con sus dimensiones y geometría distintas.
Había seleccionado las piedras con la mejor veta de hierro, había separado, cuidadosamente la ganga terrosa del mineral procedente de la explotación, bien conocida por él, sita en las estribaciones de la cadena montañosa del Tauros, cerca de Tarso; había partido de unos dibujos hechos por el propio médico - años después supo de su habilidad pictórica – y tras fundir la mena, había trabajado cuidadosamente los radios, los filos y las hojas para conseguir el brillante resultado.
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