26.06.11

No es una cuestión de tiempo

¿Sacerdocio para las mujeres, sí o no? Si pensásemos en términos de “derechos” la respuesta no podría ser más que una: “Sacerdocio sí”. Las mujeres no son menos dignas que los hombres, ni menos inteligentes, ni menos hijas de Dios.

¿Pero el sacerdocio es un “derecho”? Obviamente, no lo es. Nadie tiene “derecho” a ser ordenado diácono, presbítero u obispo. Nadie. Ni un hombre ni una mujer. El sacerdocio es una llamada que procede de Cristo y que la Iglesia ha de verificar.

En la Antigüedad las mujeres eran, con frecuencia, sacerdotisas de los cultos paganos. Sin embargo, Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, no eligió a las mujeres para ser, en el sentido pleno del término, “apóstoles” suyos. No consta que lo haya hecho. ¿Podría haberlo hecho? Sin duda, pero no se sabe que lo haya hecho nunca.

El problema es que la Iglesia se siente vinculada a la voluntad de Cristo. No es menos digna la cerveza que el vino, pero Él escogió el vino como materia de la Eucaristía. Ni es menos digno el queso que el pan, pero Él escogió el pan…

Hay una remisión constante a “lo recibido”, a lo que no depende de nosotros, a lo que Dios, en su libre voluntad, ha dispuesto. ¿Cuál es la lógica de la fe? ¿Pedirle a Dios cuentas por haber actuado como ha actuado o tratar de atenerse a su actuación?

Dios es Dios. Y el sacerdocio es lo que es: un signo de la grandeza de Dios, de su “excedencia”, de la gratuidad de sus dones. El Hijo de Dios se hizo “hombre”, no “ser humano” genéricamente hablando, sino “hombre”, varón. ¿Por qué? No lo sé. Y Cristo no es la más perfecta criatura, porque Cristo es el Creador y no la criatura. La más perfecta criatura es una mujer: María, la madre de Cristo.

San Pablo, hablando de la Eucaristía, se remite a lo que él ha recibido; a lo que ha recibido procedente del Señor. ¿Podemos acaso anticipar “a priori” la voluntad divina? ¿Dios debe acomodarse a lo que nosotros queremos? ¿O, por el contario, Dios es Dios?

Me merece mucho respeto una Iglesia servidora del querer de Dios, cuidadosa con lo que Dios ha dicho, “secundaria” con respecto a la revelación. Una Iglesia que llegase a pensar que es ella la que decide, la que tiene la última palabra, la que no se sintiese vinculada a la Palabra, me daría motivos fundados para la desconfianza.

Se diga o no, en el fondo de los debates sobre el sacerdocio femenino late una interrogación: “¿Por qué el Hijo de Dios se hizo hombre?”. Y si digo “hombre” digo también “varón”. ¿Por qué? Yo no lo sé, pero así sí ha sido. Solo puedo pensar una cosa: No es lo más importante ser varón o mujer, ser sacerdote o no serlo: Lo más importante es ser santos.

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24.06.11

El pan de la vida

Homilía para la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Ciclo A)

La Iglesia se admira ante el Sacramento en el que Cristo nos dejó el memorial de su pasión y le pide al Señor que nos conceda venerar de tal modo los sagrados misterios de su Cuerpo y de su Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de su redención.

La solemnidad del Corpus Christi tiene como finalidad esta veneración; es decir, el sumo respeto y el culto reverente al Santísimo Sacramento del Altar, no solo durante la celebración de la Santa Misa sino también en la reserva eucarística en el sagrario, en la exposición solemne o en la bendición y en las procesiones eucarísticas.

El motivo de esta veneración es la presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas: En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y, por consiguiente, Cristo entero”, enseña el Concilio de Trento.

La presencia de Cristo en la Eucaristía es una presencia real por excelencia, por ser substancial: “por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre”, dice también el Concilio de Trento.

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23.06.11

Un libro interesante: “En defensa del Papa”

P. Rodari – A. Tornielli, “En defensa del papa”, Ediciones Martínez Roca, Madrid 2011, ISBN 978-84-270-3755-7, 383 páginas, 21 euros.

Paolo Rodari es el vaticanista del periódico “Il Foglio” y Andrea Tornielli el de “Il Giornarle”. Ambos periodistas siguen de modo asiduo, en la prensa escrita y a través de importantes blogs, la actividad de la Santa Sede y, en concreto, del papa Benedicto XVI.

El libro, que se publicó originalmente en italiano con el título “Attacco a Ratzinger. Accuse e scandali, profezie e complotti contro Benedetto XVI”, recorre los primeros cinco años de pontificado del actual papa (2005-2010). Estos años han estado sembrados de polémicas, críticas y significativas batallas mediáticas. Baste enumerar los temas que, sucesivamente, se van tratando en los catorce capítulos del libro: La cita “políticamente incorrecta” del discurso de Ratisbona, los fallidos nombramientos del arzobispo de Varsovia y del obispo auxiliar de Linz, el “asunto Williamson” y el “negacionismo”, la crisis motivada por la referencia a los condones en el viaje a África, las críticas de los “teocon” de EEUU a la encíclica “Caritas in veritate”, el escándalo de la pedofilia, las luchas entre cardenales a propósito de los casos Maciel y Gröer, la constitución apostólica para los anglicanos…, por señalar solo algunos puntos conflictivos.

El pontificado de un papa tan racional, tan evangélico, tan profundamente moderno – en el mejor sentido de la palabra “moderno” – parece estar transcurriendo entre continuos sobresaltos y turbulencias, a pesar de que, como señalan con acierto los autores en el capítulo 13 de esta obra, el mensaje de Benedicto XVI es propositivo y emplea como palabras recurrentes “belleza”, “amor” y “alegría”. Sería injusto reducir su magisterio pontificio a lo que ha sido objeto de polémica.

¿Existe un complot contra el papa Ratzinger? El capítulo 14 intenta responder a esta pregunta recogiendo el parecer de diversos expertos. Para Rino Fisichella, “lo que está en curso es un atentado contra la credibilidad global de la Iglesia” (página 356). Según P. Rodari y A. Tornielli hay tres círculos concéntricos que suelen “atacar” al papa: “lobbies” que intentan debilitar el mensaje de la Iglesia, el disenso en el interior de la misma y los ataques involuntariamente autoproducidos por imprudencias y errores de los colaboradores del papa.

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18.06.11

La Santísima Trinidad

Homilía para la solemnidad de la Santísima Trinidad (Ciclo A)

“Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros”, proclama la liturgia. Celebrando la fe, reconocemos y adoramos al Padre como “la fuente y el fin de todas las bendiciones de la creación y de la salvación: en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones y por él derrama en nuestros corazones el don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo” (Catecismo 1082).

Dios se revela a Moisés como “compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad” (Ex 34, 6). En la misericordia “se expresa la naturaleza del todo peculiar de Dios: su santidad, el poder de la verdad y del amor”, enseña Benedicto XVI. Dios se manifiesta como misericordioso porque Él es, en sí mismo, Amor eterno e infinito. Por medio de su Iglesia hace posible la comunión entre los hombres porque Él es la comunión perfecta, “comunión de luz y de amor, vida dada y recibida en un diálogo eterno entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo”, explica también el papa.

La naturaleza divina es única. No hay tres dioses, sino un solo Dios. Cada una de las personas divinas es enteramente el único Dios: “El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza”, dice el XI Concilio de Toledo. Siendo por esencia lo mismo, Amor, cada persona divina se diferencia por la relación que la vincula a las otras personas; por un modo de amar propio, podríamos decir. Como afirmaba Ricardo de San Víctor, cada persona es lo mismo que su amor.

El Padre es la primera persona. Ama como Padre, dándose a sí mismo en un acto eterno y profundo de conocimiento y de amor. De este modo genera al Hijo y espira el Espíritu Santo. La segunda persona es el Hijo, que recibe del Padre la vida y, con el Padre, la comunica al Espíritu Santo. El Espíritu Santo es la tercera persona, que recibe y acepta el amor divino del Padre y del Hijo.

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¿Vocación de secta?

Sigo con preocupación la deriva que, en ocasiones, se observa en algunos blogs pretendidamente católicos. Sin ir más lejos, me fijaré en el mío. Parece que, por momentos, hemos perdido, quienes entramos en este juego de internautas, el sentido común.

El detalle, lo secundario, lo opcional, se diría que pretende ocupar todo el espacio. Pequeñas batallas, o batallitas, se erigen en grandes guerras. Disputas muy secundarias, y a la postre irrelevantes, captan, siquiera sea por momentos, una atención que objetivamente no les corresponde.

Hoy los cristianos, hablo desde Europa, estamos situados en un mundo que tiende a dejar de ser cristiano por completo. No es nada fácil encontrar un lenguaje común que permita a la fe acreditarse en medio de la sociedad, y a la mentalidad secular – o secularista, más bien – llegar a comprender, aunque sea de lejos, las coordenadas según las que se orienta un creyente.

Sin una base común el diálogo resulta prácticamente imposible. Podemos hablar de las mismas cosas, quizá, pero no decimos lo mismo. Ni el emisor ni el receptor usan un código compartido. Tantas veces tenemos que conformarnos con coexistir, los unos yuxtapuestos a los otros, sin atrevernos a traspasar las fronteras de la cortesía, de una convivencia puramente formal, que jamás puede afrontar a fondo un tema porque no se sabe ya ni cómo abordarlo ni cómo aproximarse a él.

Cada vez más los lenguajes se vuelven esotéricos, particularistas, endogámicos. Lo triste del caso es que incluso dentro de la Iglesia católica, universal por definición, sucede lo mismo. No somos capaces de entendernos con los no católicos y, a muy duras penas, nos entendemos con los que, teóricamente al menos, comparten nuestra misma visión del mundo y de la vida.

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