Estad alegres
Homilía para el III Domingo de Adviento (Ciclo C)
El domingo III de Adviento constituye una invitación a la alegría. Pero no se trata de una exhortación inmotivada, sino de una advertencia que va acompañada de la indicación del fundamento de ese júbilo: “El Señor está cerca”. La proximidad del Señor es la razón de la alegría.
El Señor viene a cancelar nuestra condena; Él es “un guerrero que salva” (cf Sofonías 3, 14-18a). Por eso la Iglesia, y a través de ella la humanidad entera, es convocada a gritar con júbilo: “¡Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel”. Y, en la Iglesia, cada uno de nosotros pedimos a Dios que nos conceda “llegar a la Navidad – fiesta de gozo y salvación – y poder celebrarla con alegría desbordante” (oración colecta de la Misa).
Sin la luz de la fe, una mirada dirigida al mundo no siempre suscitaría en nosotros la alegría. A lo sumo, encontraríamos una alegría momentánea, experimentando, en ocasiones, un sentimiento grato por los acontecimientos amables que nos toca vivir o de los que somos espectadores. Pero ese sentimiento se vería continuamente empañado por las nubes del dolor y del sufrimiento que, a poco que abramos los ojos, descubrimos en todas partes.
Hay quien busca “anestesias” para el dolor de la vida; paréntesis de excitación que conjuren la monotonía de la existencia, la amenaza del tedio, el cansancio de los días. El alcohol, las drogas, el aturdimiento del ruido, del alboroto, la exaltación orgiástica del sexo son paliativos con los que, a veces, se quiere ahuyentar la tristeza, o la amenaza de la tristeza.
La fe nos pide una “sobria ebriedad”, una alegría serena, que brota de la vecindad de Dios. Dios, el origen y la meta de lo que somos, el sentido del mundo, la razón de ser de todo, está cerca. Dios se manifiesta en la humildad de un Niño, en la debilidad de un recién nacido, para acompañar, desde un pesebre convertido en cuna, nuestras soledades y nuestros miedos.
No hay que huir lejos para encontrar a Dios. Él llama a la puerta de nuestra vida, de nuestro corazón. Se hace uno de los nuestros; pobre como nosotros; limitado, en su omnipotencia, como limitados somos los hombres.

“El plan del Señor subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de edad en edad” (Sal 32,11).
¿Tiene sentido celebrar la Navidad sin hacer referencia a la Navidad? Yo estoy convencido de que no. Sería, salvadas las distancias, como organizar la fiesta del patrono o la patrona del pueblo, o ciudad, sin mencionar el nombre de ese santo elegido como protector. Porque claro, una fiesta de San Isidro que no haga referencia a San Isidro o una fiesta de Santiago que no haga referencia a Santiago es algo así como celebrar la nada o, lo que es peor, celebrar la contradicción.
“Los obispos están llamados a ser pacientes, cordiales y amables según el espíritu de las bienaventuranzas”, les decía Benedicto XVI a los obispos de Bangladesh con ocasión de una visita “ad limina” (12.VI.2008). Creo que esta recomendación es válida para todos los cristianos. Para los pastores, sin duda alguna. Pero también para los demás fieles cristianos.
Homilía para solemnidad de la Inmaculada Concepción de Santa María Virgen












