13.12.12

Estad alegres

Homilía para el III Domingo de Adviento (Ciclo C)

El domingo III de Adviento constituye una invitación a la alegría. Pero no se trata de una exhortación inmotivada, sino de una advertencia que va acompañada de la indicación del fundamento de ese júbilo: “El Señor está cerca”. La proximidad del Señor es la razón de la alegría.

El Señor viene a cancelar nuestra condena; Él es “un guerrero que salva” (cf Sofonías 3, 14-18a). Por eso la Iglesia, y a través de ella la humanidad entera, es convocada a gritar con júbilo: “¡Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel”. Y, en la Iglesia, cada uno de nosotros pedimos a Dios que nos conceda “llegar a la Navidad – fiesta de gozo y salvación – y poder celebrarla con alegría desbordante” (oración colecta de la Misa).

Sin la luz de la fe, una mirada dirigida al mundo no siempre suscitaría en nosotros la alegría. A lo sumo, encontraríamos una alegría momentánea, experimentando, en ocasiones, un sentimiento grato por los acontecimientos amables que nos toca vivir o de los que somos espectadores. Pero ese sentimiento se vería continuamente empañado por las nubes del dolor y del sufrimiento que, a poco que abramos los ojos, descubrimos en todas partes.

Hay quien busca “anestesias” para el dolor de la vida; paréntesis de excitación que conjuren la monotonía de la existencia, la amenaza del tedio, el cansancio de los días. El alcohol, las drogas, el aturdimiento del ruido, del alboroto, la exaltación orgiástica del sexo son paliativos con los que, a veces, se quiere ahuyentar la tristeza, o la amenaza de la tristeza.

La fe nos pide una “sobria ebriedad”, una alegría serena, que brota de la vecindad de Dios. Dios, el origen y la meta de lo que somos, el sentido del mundo, la razón de ser de todo, está cerca. Dios se manifiesta en la humildad de un Niño, en la debilidad de un recién nacido, para acompañar, desde un pesebre convertido en cuna, nuestras soledades y nuestros miedos.

No hay que huir lejos para encontrar a Dios. Él llama a la puerta de nuestra vida, de nuestro corazón. Se hace uno de los nuestros; pobre como nosotros; limitado, en su omnipotencia, como limitados somos los hombres.

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12.12.12

Sagrado Corazón. I. El plan del Señor subsiste por siempre

“El plan del Señor subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de edad en edad” (Sal 32,11).

El Salmo 32 es un himno de alabanza que se refiere al proyecto divino que guía la historia: “El plan del Señor subsiste por siempre”. Un proyecto que no está abocado al fracaso, ya que Dios triunfará.

Acercarse al Sagrado Corazón de Jesús equivale a meditar sobre este plan, sobre este misterio, contemplando la magnitud del amor de Dios a los hombres manifestado en Cristo.

El Concilio Vaticano II enseña que “dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina” (DV 2).

El misterio de su voluntad es un designio de benevolencia, de misericordia y de amor que consiste en “recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1,10). Toda la realidad encuentra su síntesis en Cristo, Dios y Hombre, auténtico vértice de la creación.

¿Cómo entramos cada uno de nosotros en este proyecto? Entramos de un modo muy significativo, ya que no hemos venido a la existencia por azar o casualidad, pues Dios nos ha elegido, incluso antes de la creación del mundo, para ser hijos adoptivos suyos por la gracia: “Él nos ha destinado por medio de Jesucristo según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos” (Ef 1,5).

La iniciativa divina está en el origen de todo. Es, como enseña el papa Benedicto XVI, “un don gratuito de su amor que nos envuelve y nos transforma” (“Audiencia General”, 5-XII-2012).

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11.12.12

Navidad “aconfesional”

¿Tiene sentido celebrar la Navidad sin hacer referencia a la Navidad? Yo estoy convencido de que no. Sería, salvadas las distancias, como organizar la fiesta del patrono o la patrona del pueblo, o ciudad, sin mencionar el nombre de ese santo elegido como protector. Porque claro, una fiesta de San Isidro que no haga referencia a San Isidro o una fiesta de Santiago que no haga referencia a Santiago es algo así como celebrar la nada o, lo que es peor, celebrar la contradicción.

Con esto de la “aconfesionalidad” se camina a veces por un sendero que conduce al precipicio del absurdo. Un Estado puede ser de hecho “aconfesional”; es decir, no adscrito a ninguna confesión religiosa, pero un Estado no debe ser absurdo. El Estado es el conjunto de los órganos de gobierno de un país soberano. O sea, el Estado no es, sin más, el país ni la nación ni el territorio.

Y un país o una nación está formado por un conjunto de habitantes. Un país o nación tiene una historia, unas costumbres, un modo más o menos compartido de entender la vida. Todo este conjunto de realidades son, en cierto modo, previas a la determinación de las posibles estructuras de gobierno que se puedan adoptar.

¿Qué significa la palabra “Navidad”? Por muy “aconfesional” que fuese el Diccionario, “Navidad” significa principalmente “Natividad de Nuestro Señor Jesucristo”. “Natividad” es lo mismo que “Nacimiento”. Y no un nacimiento cualquiera, sino exactamente el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Ese y no otro. Si se celebra la Navidad es solo y exclusivamente porque se conmemora ese Nacimiento.

¿Y por qué se hace memoria de ese Nacimiento? Porque históricamente la mayoría de los habitantes de una nación como la nuestra – y como muchísimas otras del Planeta - han reconocido a Jesucristo, a Jesús de Nazaret, como el Señor, como el Hijo de Dios hecho hombre y el Salvador del mundo.

Tal ha sido el impacto de Jesucristo que ha dividido en dos la historia: los años se cuentan antes de Él o después de Él. Y aunque algunos, partidarios de celebrar al patrono sin patrono, quieran sustituir la realidad por el álgebra, hablando del siglo –V o +V, no aluden a una incógnita, a un valor desconocido, sino a un hecho real: el Nacimiento de Jesús.

Los cristianos no siempre han celebrado la Navidad. La Iglesia primitiva celebraba la Pascua, la Muerte y la Resurrección del Señor. Pero, relativamente pronto – en el siglo IV – Hipólito de Roma afirmó que Jesús nació el 25 de diciembre y en ese mismo siglo la fiesta de la Navidad asumió una forma definida.

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8.12.12

Pacientes, cordiales, amables

“Los obispos están llamados a ser pacientes, cordiales y amables según el espíritu de las bienaventuranzas”, les decía Benedicto XVI a los obispos de Bangladesh con ocasión de una visita “ad limina” (12.VI.2008). Creo que esta recomendación es válida para todos los cristianos. Para los pastores, sin duda alguna. Pero también para los demás fieles cristianos.

No es fácil ser paciente. La paciencia, dice esa síntesis del saber que es el “Diccionario”, es la “capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse”. Paciente, propiamente hablando, es Dios: “El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos acceden a la conversión” (2 Pe 3,9).

Dios nos da tiempo; sabe esperar. La paciencia divina se refleja en la paciencia de Cristo. Iesu patientissime, invoca una de las letanías del Santísimo Nombre de Jesús. Jesús es infinitamente paciente. Parece soportarlo casi todo, hasta que no le entiendan ni los suyos, a pesar de explicarse con toda claridad (cf Mc 8,32).

Todos debemos ser pacientes. En primer lugar, con nosotros mismos. No se puede desesperar. Pocas cosas se solucionan de hoy para mañana. Somos, o podemos serlo, muy lentos a la hora de enmendarnos, de mejorar, de caminar hacia adelante.

Pero también pacientes con los demás. Los ritmos de las diferentes personas raramente están sincronizados. El orden acompasado, la armonía, la proporción, es más un ideal que hay que perseguir que una realidad constatable aquí y ahora. En la carrera de la vida no podemos dar por seguro que, siempre y para todos, “A” quiera decir “A”.

“Cordiales” quiere decir “afectuosos”. Una de las acepciones del término “cordial” es una bebida que se da a los enfermos para confortarlos. Lo cordial es lo “de corazón”. También en este caso de debe pensar por elevación y fijar la mirada en el Corazón de Cristo, símbolo y expresión del amor del Verbo encarnado por cada uno de nosotros. Amar “de corazón”, desde el fondo de nuestro ser, para así poder confortar, animar y consolar a los muchos afligidos por la vida.

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7.12.12

Llena de gracia

Homilía para solemnidad de la Inmaculada Concepción de Santa María Virgen

En la Anunciación a María el ángel Gabriel le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28). “Llena de gracia” es – ha dicho Benedicto XVI – “el nombre más hermoso de María”. La Virgen es la “kecharitomene”, la que ha estado y sigue estando llena del favor divino.

San Pablo escribe, en la Carta a los Romanos, que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5,20). El pecado ha introducido un desorden en la creación y en la historia de la humanidad, pero no ha podido hacer fracasar el plan de Dios.

En el libro del Génesis, el relato de la caída incluye también una promesa de victoria. El Señor Dios dijo a la serpiente: “pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza, cuando tú la hieras en el talón” (Gen 3,15).

La Iglesia, que “no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas” (DV 9), sino de la Sagrada Escritura unida a la Tradición, ha visto en ese pasaje del Génesis una profecía de lo que había de suceder en Cristo y en María: la victoria de Jesús sobre el mal. Una victoria a la que, de modo singular, está asociada su Madre.

Poco a poco, partiendo del paralelismo antitético existente entre Eva – la primera mujer - y María – la nueva mujer - , la Iglesia ha tomado conciencia explícita de que la santidad de Dios reclama la santidad absoluta de María. De una manera muy gráfica lo expresa San Cirilo de Alejandría en una homilía contra Nestorio: “¿Quién oyó nunca que el arquitecto, cuando edifica una casa para él mismo, cede primero a su enemigo la ocupación y habitación de ella?”.

María es más que la casa en la que Dios habita: es la Madre de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Es la Madre de Dios. En Ella el proyecto creador de Dios no se ve ensombrecido por ninguna mancha. La Virgen es la Purísima, “la pureza en persona, en el sentido de que en Ella espíritu, alma y cuerpo son plenamente coherentes entre sí y con la voluntad de Dios” (Benedicto XVI).

La solemnidad de la Inmaculada tiene sus orígenes en Oriente, en los siglos VII y VIII, y paulatinamente se extendió a Occidente y a toda la Iglesia. Algunos teólogos se resistían a aceptar la Inmaculada Concepción de María porque no veían compatible esa verdad con la redención universal obrada por Cristo.

Esta dificultad fue solucionada por el beato Duns Scoto: Cristo es el Redentor de todos; también el Redentor de su Madre, a quien redimió preservándola del pecado original y haciendo que desde el primer instante de su existencia recibiese la plenitud de la gracia.

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