El bozal y el maleducado
He leído que el portavoz de un gobierno autonómico ha pedido un bozal para un obispo que, en una carta, ha manifestado su disconformidad sobre algunos aspectos de la llamada “ideología de género”. No quiero entrar en el fondo del tema. Voy a quedarme en la forma, porque no solo importa el contenido de lo que se dice, sino también el estilo o modo de expresar las cosas; en este caso, de expresar el desacuerdo.
Uno esperaría de un representante político un cierto nivel de cortesía, de respeto, de civilidad. En esto, los políticos deberían dar ejemplo. No se representan a sí mismos; representan al pueblo que los ha elegido y a las instituciones que, a causa de esa elección, ellos tienen la responsabilidad de gestionar. Está mal que cualquier ciudadano sea grosero, pero está aun peor que lo sea quien desempeña un cargo oficial.
Un bozal es – como se sabe - un aparato, de correas o de alambres, que se pone en la boca a los perros para que no muerdan. Un obispo, como cualquier otro ciudadano, tiene la libertad de expresar sus propias ideas. Podrá acertar más o menos en la manera de hacerlo. Se podrá coincidir o disentir con lo que dice; pero no se le puede amordazar y, menos, ponerle un bozal. En el peor de los casos, si se considera que en el libre uso de la palabra ha vulnerado algún precepto legal, se le podrá denunciar ante las autoridades. Nada más. Como a cualquiera.
Un obispo tiene, encima, la obligación de enseñar la doctrina cristiana. Y en un país que respeta la libertad religiosa esa tarea no puede ser obstaculizada. Alguien que de algún modo forma parte de un gobierno ha de ser escrupuloso en la observancia de ese respeto. Si los políticos se echan al monte, ¿qué cabe esperar de los bandoleros? ¿O es que es lo mismo ser político y ser bandolero? No debería ser lo mismo, ni tampoco parecerlo.

No es noticia. La Iglesia está viva porque es la Esposa de Cristo, el Viviente, el Resucitado. Pero, si uno abre los ojos, esa convicción de fe se hace - hasta desde la perspectiva meramente humana – cotidianamente palpable.
Cada año nuevo comienza bajo la protección maternal de la Santísima Virgen: “concédenos – le pedimos a Dios en la Santa Misa – experimentar la intercesión de aquélla de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida”. Dios da a todo bien principio y cumplimiento, en la historia de la salvación y en nuestra propia historia personal. Y un reflejo de ese principio y de ese cumplimiento lo tenemos en Santa María, la Inmaculada, la Madre de Dios, la Asunta en cuerpo y alma a los cielos.
Al lado de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, contemplamos a María y a José. Dios ha querido tener su familia en la tierra, un hogar caracterizado por la fidelidad y el trabajo, por la honradez y la obediencia, por el respeto mutuo entre los padres y el hijo.












