7.01.13

¿Por qué existe una diplomacia pontificia?

La diplomacia existe porque unas naciones se relacionan con otras. La Santa Sede no es, propiamente hablando, una nación. La “Santa Sede” hace referencia a la jurisdicción y potestad del Sumo Pontífice, vicario de Cristo. Se trata de una jurisdicción y potestad que resulta, también en lo temporal, soberana; es decir, suprema e independiente. Para favorecer esta soberanía e independencia existe, en la actualidad, el Estado Vaticano.

Pero los medios no son los fines. Leyendo el Discurso del Papa pronunciado en la Audiencia al Cuerpo Diplomático acreditado cerca de la Santa Sede (7.I.2013) podemos comprender la razón última por la que la Santa Sede se relaciona con los Estados: “Ya desde sus comienzos, la Iglesia está orientada ‘kat’holon’, abraza a todo el universo”.

La Iglesia no es una nación más. Es el Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo, el sacramento universal de salvación. Pero como tal “sacramento” tiene una parte visible, social, institucional. Visiblemente, socialmente, institucionalmente, es posible decir: “Ahí está la Iglesia”.

La Iglesia no está fuera del mundo, sino en el mundo, aunque no sea del mundo. ¿Por qué y para qué? Para promover “el bien integral, espiritual y material, de todo hombre”, tratando de “promover por todas partes su dignidad trascendente”. ¿Y por qué? Porque todo hombre ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza. Todo hombre ha sido redimido por Cristo. Y la Iglesia, unida a Cristo, es, como decía Pablo VI, “el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad”.

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5.01.13

La docilidad de los Magos

Homilía para la solemnidad de la Epifanía del Señor

“Hemos visto salir su estrella, y venimos a adorarlo”, dicen los Magos (Mt 2,2). Los astros que, para los hombres de la Antigüedad representaban poderes temerosos, que pesaban sobre sus destinos, se convierten ahora en guías que anuncian el nacimiento de Cristo. La estrella que siguen los Magos conduce a Jesús, la verdadera Estrella de la mañana (cf Ap 2,28). En Él brilla la gloria del Señor, su luz atrae a todos los pueblos, su resplandor hace caminar a los reyes (cf Is 60,1-6).

Podemos ver en la estrella un signo de la gracia de Dios, de la acción del Espíritu Santo, que “prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo” (Catecismo, 737). El hecho exterior de la revelación divina va acompañado de un hecho interior, de una actuación oculta de la gracia, que se adelanta y que nos ayuda, que mueve el corazón y que abre los ojos del espíritu. Y esta acción de la gracia es universal, llega a todo hombre de buena voluntad, también a los paganos. Como los Magos, todo hombre que busca a Dios tiene, debemos creerlo así, la posibilidad de encontrarlo.

“La estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño”. La Salvación es Cristo. Es Jesús, nacido de María. Él es el Mesías de Israel, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. No hay sentido, ni meta, ni realización plena del hombre sin Cristo. Sólo Él nos reconcilia con Dios. Sólo Él ha vencido la muerte. Sólo Él es Cabeza de toda la creación amada por Dios. Sólo Él es el Camino, la Verdad y la Vida.

Dejarnos conducir por la estrella equivale a sentir el deseo, el ansia, de ser salvados. Sin Dios, que nos sale al encuentro en Jesús, nuestra vida se queda a medio camino, nuestro afán de verdad permanece sin respuesta, nuestro anhelo de felicidad más o menos condenado al fracaso. Los Magos no se arrepienten de haber encontrado a Jesús, sino que sus corazones se llenaron de inmensa alegría. Y la alegría se plasma en adoración y en ofrenda de lo que son y de lo que tienen. Reconocer a Dios como Dios, reconocerlo en la humildad de aquella gruta de Belén, convertir en regalo para Él lo que de Él hemos recibido es vivir la experiencia de la salvación. Una experiencia que podemos renovar cada día, al tomar conciencia de la proximidad de nuestro Dios.

El camino hacia Jesús pasa por Jerusalén, por la entrada en la familia de los patriarcas y de los profetas. El camino hacia Jesús pasa también por la Iglesia, la “Jerusalén de arriba”. San Pablo, en la carta a los Efesios, describe su misión de anunciar a los gentiles la revelación del misterio salvífico de Dios “para dar a conocer ahora a los principados y a las potestades en los cielos las múltiples formas de la sabiduría de Dios, por medio de la Iglesia” (Ef 3,10). A Jesús lo encontramos en la humildad de su Iglesia; por medio de ella “manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre” (GS 45).

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4.01.13

El bozal y el maleducado

He leído que el portavoz de un gobierno autonómico ha pedido un bozal para un obispo que, en una carta, ha manifestado su disconformidad sobre algunos aspectos de la llamada “ideología de género”. No quiero entrar en el fondo del tema. Voy a quedarme en la forma, porque no solo importa el contenido de lo que se dice, sino también el estilo o modo de expresar las cosas; en este caso, de expresar el desacuerdo.

Uno esperaría de un representante político un cierto nivel de cortesía, de respeto, de civilidad. En esto, los políticos deberían dar ejemplo. No se representan a sí mismos; representan al pueblo que los ha elegido y a las instituciones que, a causa de esa elección, ellos tienen la responsabilidad de gestionar. Está mal que cualquier ciudadano sea grosero, pero está aun peor que lo sea quien desempeña un cargo oficial.

Un bozal es – como se sabe - un aparato, de correas o de alambres, que se pone en la boca a los perros para que no muerdan. Un obispo, como cualquier otro ciudadano, tiene la libertad de expresar sus propias ideas. Podrá acertar más o menos en la manera de hacerlo. Se podrá coincidir o disentir con lo que dice; pero no se le puede amordazar y, menos, ponerle un bozal. En el peor de los casos, si se considera que en el libre uso de la palabra ha vulnerado algún precepto legal, se le podrá denunciar ante las autoridades. Nada más. Como a cualquiera.

Un obispo tiene, encima, la obligación de enseñar la doctrina cristiana. Y en un país que respeta la libertad religiosa esa tarea no puede ser obstaculizada. Alguien que de algún modo forma parte de un gobierno ha de ser escrupuloso en la observancia de ese respeto. Si los políticos se echan al monte, ¿qué cabe esperar de los bandoleros? ¿O es que es lo mismo ser político y ser bandolero? No debería ser lo mismo, ni tampoco parecerlo.

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2.01.13

La Iglesia está viva: Iglesia e Internet

No es noticia. La Iglesia está viva porque es la Esposa de Cristo, el Viviente, el Resucitado. Pero, si uno abre los ojos, esa convicción de fe se hace - hasta desde la perspectiva meramente humana – cotidianamente palpable.

Yo no soy muy simpatizante de las “redes sociales”. No me he aficionado al “Facebook” ni al “Twitter”. No tengo cuenta ni en una ni en otra de esas redes. Sí tengo una pequeña experiencia en el blog. A veces mis amigos me dejan asomarme a esas redes. Y, si me asomo, en general me gusta lo que veo, en lo que respecta a las noticias que parten de las personas que forman parte de la Iglesia – en concreto, hablo ahora de los sacerdotes -.

No me refiero al “Facebook” que, a título personal, un sacerdote pueda tener. Que puede ser, el “Facebook” – y por analogía el “Twitter” - , conveniente o menos según la sensatez, la prudencia y hasta la madurez de su titular. Como la vida misma, ni más ni menos. Una cuenta en la que el protagonista sea “fulanito” o “menganito” me interesará muy poco. Y menos que poco si el sujeto va de “guay”.

Una cuenta parroquial ya hace ver las cosas de otro modo. Me decía esta misma tarde un amigo, que tiene una cuenta parroquial en el “Facebook”, que era, el “Facebook”, un interesantísimo tablón de anuncios. Es verdad: allí se puede comunicar muchas cosas de las que se hacen, aunque sigan siendo mayoría las cosas que se hacen y que no se comunican.

No es malo comunicar, hacer partícipe a otros de lo que uno tiene. Y lo que uno tiene, porque lo ha recibido, es la Buena Noticia del Evangelio. ¿Qué habrían hecho San Pablo, San Agustín o Santo Tomás en la era de Internet? Me imagino que aprovecharla al máximo.

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31.12.12

Santa María, Madre de Dios

Cada año nuevo comienza bajo la protección maternal de la Santísima Virgen: “concédenos – le pedimos a Dios en la Santa Misa – experimentar la intercesión de aquélla de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida”. Dios da a todo bien principio y cumplimiento, en la historia de la salvación y en nuestra propia historia personal. Y un reflejo de ese principio y de ese cumplimiento lo tenemos en Santa María, la Inmaculada, la Madre de Dios, la Asunta en cuerpo y alma a los cielos.

San Pablo sintetiza en una frase la relación que vincula a María con Jesús: “nacido de una mujer” (Ga 4,4). El Hijo de Dios ha venido a la tierra en una humanidad como la nuestra; una humanidad que recibió de Dios a través de la Virgen. De Ella asumió el cuerpo sagrado dotado de un alma racional que, en la Encarnación, se unió perfectamente a la Persona divina de Cristo. Jesucristo es, a la vez, verdadero Dios y verdadero hombre.

La concepción virginal de Jesús es indicio de su identidad, de su condición divina y humana. Él es el Hijo de Dios hecho hombre. Fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, sin intervención de varón. Sólo en la fe podemos adentrarnos en la comprensión de este misterio, que va más allá de las posibilidades humanas, pero no de las posibilidades de Dios.

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