27.08.13

¿Siria?

Son variadas y repetidas las intervenciones de los líderes religiosos cristianos a propósito del conflicto sirio. El papa Francisco, el pasado domingo, se refirió de modo explícito a esta cuestión alzando la voz para subrayar la necesidad de que se pare el ruido de las armas: “No es el enfrentamiento lo que ofrece perspectivas de esperanza para resolver los problemas, sino la capacidad de encuentro y de diálogo”, dijo al final del ángelus.

También se han expresado públicamente otros obispos; entre ellos, Mons. Antoine Audo, obispo católico de Alepo, quien ha alertado, de modo muy claro, que una intervención armada en Siria supondría el riesgo de una guerra mundial. La comunidad internacional, insistió, debe ayudar a dialogar y no a hacer la guerra.

Pero quizá de un modo más decidido aun ha hablado Hilarión de Volokolamsk, arzobispo ortodoxo que preside el Departamento para las relaciones externas del Patriarcado de Moscú. El arzobispo advierte de los posibles desarrollos que podría desencadenar esta crisis: “Una vez más – dice -, como en el caso de Iraq, los Estados Unidos se comportan como justicieros internacionales”.

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26.08.13

No todo es perfecto

Perfecto es aquello que, en su línea, tiene el mayor grado posible de bondad o excelencia o quien posee el grado máximo de una determinada cualidad (o defecto). Uno puede ser un perfecto caballero o un perfecto canalla.

Perfecto en sentido absoluto, entendiendo por tal quien posee la bondad en grado máximo e incomparable, es solo Dios. Y existe también una creatura perfecta, aunque como creatura: la Virgen.

Todos los demás, si nos fijamos en la bondad o excelencia, somos más o menos perfectos o, lo que es lo mismo, más o menos imperfectos. Depende de como se mire. Esta toma de conciencia de nuestra limitada perfección nos debería llevar a ser humildes e indulgentes.

Humildes porque somos lo que somos. Ni más ni menos. Tenemos debilidades y debemos ser conscientes de ello y no presumir, vanagloriándonos de lo que no somos. Uno puede ser capaz de hilar un discurso o un texto y, solo por eso, no se convierte, sin más, en un Descartes o en un Cervantes. Y hasta Descartes y Cervantes, siendo grandes en lo suyo, no son tampoco, en sentido absoluto, perfectos. No pueden serlo.

Indulgentes también; inclinados a perdonar y a no juzgar con dureza. A veces nos enervan las carencias o los defectos de los demás, porque son los suyos, y pensamos que no son los nuestros. La extrema dureza nos endurece y nos ciega. Vemos, quizá con realismo, lo que falta en el otro, pero no vemos, por exceso de ofuscación, lo que a nosotros nos falta.

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24.08.13

¿Nos dice algo la palabra "salvación"?

La palabra “salvación” constituye uno de los términos esenciales del vocabulario cristiano. Sin embargo, no resulta fácil proporcionar una definición. Puede entenderse como “el estado de realización plena y definitiva de todas las aspiraciones del corazón del hombre en las diversas ramificaciones de su existencia” (G. Iammarrone).

¿Es posible la salvación? ¿Cabe esperarla? ¿Debemos aguardar una vida que sea plenamente vida? Para muchos, la vida cumplida y feliz se circunscribe al horizonte de la historia. La “salvación” sería, entonces, una vida buena, caracterizada por el bienestar, por el disfrute de la salud, de una posición económica desahogada y de una estabilidad emocional.

El Evangelio abre un panorama más amplio. La salvación del hombre consiste en su apertura a Dios; en la comunión de vida con Él. Esta posibilidad de una existencia nueva es, fundamentalmente, un don de Dios. Un regalo que Dios nos ha hecho enviando a Cristo y haciéndonos partícipes de su Espíritu. La salvación como vida en comunión con Dios se inicia aquí, en la tierra, y encuentra su plenitud en el cielo.

Este don divino comporta la redención del mal y de la corrupción. Comporta también el rescate del pecado y de la muerte. Los bienes que hacen buena la vida no son, desde esta perspectiva, exclusivamente los bienes de este mundo, porque estos bienes pueden estar presentes o no estarlo. No es seguro que siempre podamos gozar de buena salud, o de la abundancia de dinero. No está tampoco en nuestras manos evitar la muerte de las personas a las que amamos.

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21.08.13

Egipto: No es una guerra entre cristianos y musulmanes

Los “Hermanos Musulmanes” no son “los musulmanes”. Ni “el Ejército” son “los cristianos”. En absoluto. En Egipto, entre otras cosas, los cristianos representan un 10% de la población: Coptos, en su mayoría, y también católicos y protestantes.

Lo que sí es verdad es que los cristianos se han convertido en el chivo expiatorio, a quienes se les quiere hacer pagar la caída de los Hermanos Musulmanes.

Desde hace muchos años el Islam y el Cristianismo conviven en Egipto. Muchos musulmanes han protegido iglesias cristianas y, al revés, muchos cristianos han protegido los lugares de culto musulmanes.

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19.08.13

La ley de la oración es la ley de la fe

En la celebración litúrgica “la eclesialidad de la fe es manifestada”(1). La liturgia sostiene la fe del cristiano, celebrando y proponiendo el objeto de la fe. Asimismo, en la liturgia se expresa la fe de la Iglesia, se alimenta y se confiesa. La liturgia forma parte de la fe, ya que en el plano sacramental el creyente entra en comunión con la vida trinitaria de Dios por la mediación de Cristo. También la liturgia es transmisora de la fe, porque la celebración se convierte en una catequesis integral que comunica y alimenta la fe .

Un discípulo de San Agustín, Próspero de Aquitania, sintetizó, en el siglo V, este aspecto con su famoso axioma: lex orandi - lex credendi. Tratando sobre la necesidad de la gracia de Dios, y en contra de los semipelagianos, se apela a las oraciones que se hacen en toda la Iglesia a fin de reafirmar la necesidad de la gracia para la perseverancia en la vida cristiana. La prueba de la fe – la prueba de que es necesaria la gracia de Dios para la perseverancia – son las oraciones que la Iglesia unánimemente eleva a Dios. La ley de la oración establece, al menos en lo que respecta a esta cuestión, la ley de la fe.

El Catecismo de la Iglesia Católica cita el axioma de Próspero de Aquitania como expresión de la prioridad de la fe de la Iglesia con respecto a la fe del fiel y parece reconocerle, al antiguo adagio, una validez general. Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de los apóstoles: “La ley de la oración es la ley de la fe. La Iglesia cree como ora. La liturgia es un elemento constitutivo de la Tradición santa y viva” .

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