26.08.13

No todo es perfecto

Perfecto es aquello que, en su línea, tiene el mayor grado posible de bondad o excelencia o quien posee el grado máximo de una determinada cualidad (o defecto). Uno puede ser un perfecto caballero o un perfecto canalla.

Perfecto en sentido absoluto, entendiendo por tal quien posee la bondad en grado máximo e incomparable, es solo Dios. Y existe también una creatura perfecta, aunque como creatura: la Virgen.

Todos los demás, si nos fijamos en la bondad o excelencia, somos más o menos perfectos o, lo que es lo mismo, más o menos imperfectos. Depende de como se mire. Esta toma de conciencia de nuestra limitada perfección nos debería llevar a ser humildes e indulgentes.

Humildes porque somos lo que somos. Ni más ni menos. Tenemos debilidades y debemos ser conscientes de ello y no presumir, vanagloriándonos de lo que no somos. Uno puede ser capaz de hilar un discurso o un texto y, solo por eso, no se convierte, sin más, en un Descartes o en un Cervantes. Y hasta Descartes y Cervantes, siendo grandes en lo suyo, no son tampoco, en sentido absoluto, perfectos. No pueden serlo.

Indulgentes también; inclinados a perdonar y a no juzgar con dureza. A veces nos enervan las carencias o los defectos de los demás, porque son los suyos, y pensamos que no son los nuestros. La extrema dureza nos endurece y nos ciega. Vemos, quizá con realismo, lo que falta en el otro, pero no vemos, por exceso de ofuscación, lo que a nosotros nos falta.

Leer más... »

24.08.13

¿Nos dice algo la palabra "salvación"?

La palabra “salvación” constituye uno de los términos esenciales del vocabulario cristiano. Sin embargo, no resulta fácil proporcionar una definición. Puede entenderse como “el estado de realización plena y definitiva de todas las aspiraciones del corazón del hombre en las diversas ramificaciones de su existencia” (G. Iammarrone).

¿Es posible la salvación? ¿Cabe esperarla? ¿Debemos aguardar una vida que sea plenamente vida? Para muchos, la vida cumplida y feliz se circunscribe al horizonte de la historia. La “salvación” sería, entonces, una vida buena, caracterizada por el bienestar, por el disfrute de la salud, de una posición económica desahogada y de una estabilidad emocional.

El Evangelio abre un panorama más amplio. La salvación del hombre consiste en su apertura a Dios; en la comunión de vida con Él. Esta posibilidad de una existencia nueva es, fundamentalmente, un don de Dios. Un regalo que Dios nos ha hecho enviando a Cristo y haciéndonos partícipes de su Espíritu. La salvación como vida en comunión con Dios se inicia aquí, en la tierra, y encuentra su plenitud en el cielo.

Este don divino comporta la redención del mal y de la corrupción. Comporta también el rescate del pecado y de la muerte. Los bienes que hacen buena la vida no son, desde esta perspectiva, exclusivamente los bienes de este mundo, porque estos bienes pueden estar presentes o no estarlo. No es seguro que siempre podamos gozar de buena salud, o de la abundancia de dinero. No está tampoco en nuestras manos evitar la muerte de las personas a las que amamos.

Leer más... »

21.08.13

Egipto: No es una guerra entre cristianos y musulmanes

Los “Hermanos Musulmanes” no son “los musulmanes”. Ni “el Ejército” son “los cristianos”. En absoluto. En Egipto, entre otras cosas, los cristianos representan un 10% de la población: Coptos, en su mayoría, y también católicos y protestantes.

Lo que sí es verdad es que los cristianos se han convertido en el chivo expiatorio, a quienes se les quiere hacer pagar la caída de los Hermanos Musulmanes.

Desde hace muchos años el Islam y el Cristianismo conviven en Egipto. Muchos musulmanes han protegido iglesias cristianas y, al revés, muchos cristianos han protegido los lugares de culto musulmanes.

Leer más... »

19.08.13

La ley de la oración es la ley de la fe

En la celebración litúrgica “la eclesialidad de la fe es manifestada”(1). La liturgia sostiene la fe del cristiano, celebrando y proponiendo el objeto de la fe. Asimismo, en la liturgia se expresa la fe de la Iglesia, se alimenta y se confiesa. La liturgia forma parte de la fe, ya que en el plano sacramental el creyente entra en comunión con la vida trinitaria de Dios por la mediación de Cristo. También la liturgia es transmisora de la fe, porque la celebración se convierte en una catequesis integral que comunica y alimenta la fe .

Un discípulo de San Agustín, Próspero de Aquitania, sintetizó, en el siglo V, este aspecto con su famoso axioma: lex orandi - lex credendi. Tratando sobre la necesidad de la gracia de Dios, y en contra de los semipelagianos, se apela a las oraciones que se hacen en toda la Iglesia a fin de reafirmar la necesidad de la gracia para la perseverancia en la vida cristiana. La prueba de la fe – la prueba de que es necesaria la gracia de Dios para la perseverancia – son las oraciones que la Iglesia unánimemente eleva a Dios. La ley de la oración establece, al menos en lo que respecta a esta cuestión, la ley de la fe.

El Catecismo de la Iglesia Católica cita el axioma de Próspero de Aquitania como expresión de la prioridad de la fe de la Iglesia con respecto a la fe del fiel y parece reconocerle, al antiguo adagio, una validez general. Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de los apóstoles: “La ley de la oración es la ley de la fe. La Iglesia cree como ora. La liturgia es un elemento constitutivo de la Tradición santa y viva” .

Leer más... »

17.08.13

¿Nos toman el pelo?

En un ensayo muy interesante, recogido en el volumen “Fe, verdad y tolerancia” (Salamanca 2005), J. Ratzinger comenta la opinión de Wittgenstein según la cual la religión carecería de valor de verdad, ya que las proposiciones religiosas no se parecen a las proposiciones de las ciencias naturales. La fe religiosa sería algo así como el enamoramiento y no, propiamente, una convicción de que algo sea verdadero o falso.

Agudamente señala Ratzinger la consonancia de esta idea con las tesis de Bultmann: “creer en un solo Dios que sea el Creador del cielo y de la tierra no significa creer que Dios haya creado ‘realmente’ el cielo y la tierra, sino únicamente que uno se entiende a sí mismo como criatura y que, de este modo, vive una vida más significativa”, glosa Ratzinger.

Y añade: “Ideas parecidas se han venido difundiendo entretanto en la teología católica, y pueden escucharse más o menos claramente en la predicación. Los fieles lo experimentan y se preguntan si no se les estará tomando el pelo”.

Tiene razón. Recuerdo, a este respecto, una anécdota vivida hace ya bastantes años. Salíamos de una conferencia sobre un tema bíblico. Una conferencia muy ilustrada, impartida por un experto. Una conferencia, también, supuestamente “desmitificadora” y, sin duda, en el fondo bultmanniana. Unas señoras, creo que eran religiosas, comentaban al salir: “Tiene razón el conferenciante. Nos han tenido toda la vida engañadas”.

Curiosamente, las “certezas” acumuladas durante años – certezas se ve que no bien fundamentadas – se convertían en “engaños” por arte del prestigio de un título de especialista en “Ciencias Bíblicas”. Si esto sucede tras una conferencia, más y peor puede suceder tras una predicación con ínfulas “desmitificadoras”. El paciente fiel que la haya escuchado puede salir pensando, no solo que lo han tenido engañado durante años, sino que siguen queriendo tomarle el pelo. Y a nadie le gusta que le tomen el pelo.

El cristianismo no necesita desmitificación – o desmitologización – alguna. El cristianismo no es un mito. No es una narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico. Es, como decía Newman, una historia sobrenatural casi escenificada. Historia y sobrenatural. Ambas cosas. Ambas en plena armonía con la lógica de la Encarnación de un Dios que, sin dejar de serlo, se hace hombre.

El cristianismo no repudia la razón, ni la hermenéutica de los textos, ni la búsqueda de la inteligibilidad de la fe. Pero si no repudia, sino que exige todo eso, es porque el Cristianismo se concibe y se presenta como verdad.

Sí. Como verdad. No como un cuento bello y piadoso, sino como algo que realmente existe y acontece. Para poder encontrar en los acontecimientos, en los hechos, su dimensión sobrenatural – su fondo, por decirlo así – se hace necesaria la fe. Y nada puede sustituir a la fe.

Podemos ser creyentes o ateos. Cristianos o paganos. Pero conviene poner las cartas sobre la mesa, sin jugar a un absurdo juego de la confusión. A los cristianos se nos pide cada día más formarnos bien – y tenemos a mano la Sagrada Escritura, el “Catecismo de la Iglesia Católica”, y muchos y buenos libros de teología - .

A los “desmitificadores”, a quienes crean que el cristianismo es solo un bello relato que, supuestamente, nos ayuda a ser más solidarios y mejores, se les pide una única cosa: honradez. Si eso creen, que eso digan, sin ampararse en su condición de “teólogos”, de “sacerdotes” o de “monjas” – con o sin “liderazgo emergente” - .

Leer más... »