26.03.14

La dignidad del cuerpo y los restos fetales quemados

Me ha llamado mucho la atención la noticia publicada en InfoCatólica sobre el tratamiento que algunos hospitales británicos han dispensado, según parece, a fetos abortados. En lugar de ser inhumados o incinerados, han sido quemados junto a otros residuos.

Y ese procedimiento ha causado escándalo: “Tras conocer la noticia las autoridades calificaron esta práctica como «totalmente inaceptable» y se han comprometido a investigar el caso”, dice la noticia.

Si lo he entendido bien, el motivo de asombro ha sido haber sometido a un procedimiento indigno los restos de fetos humanos. En mi opinión, la conciencia, el juicio de la razón que nos dice que algo está bien o mal, se puede oscurecer, pero difícilmente se apaga del todo.

Si hay preocupación por el tratamiento digno de unos restos humanos es porque, en el fondo, se diga o no, se les reconoce a esos restos la condición de humanos. Con lo cual, indirectamente, se reconoce que abortar es matar a un ser humano. Se pide para su cadáver un reconocimiento que, no sin paradoja, se le niega al embrión humano vivo.

Porque si indigno es quemar los restos mortales de un feto humano junto a residuos de desecho, de basura – y, ciertamente, es indigno - , mucho más lo es privar de la vida al sujeto de ese cadáver - porque un cadáver humano es un cadáver de “alguien”-.

Honrar el cuerpo humano, incluso el cadáver, es una actitud muy conforme con la antropología cristiana. Y vemos cada día los esfuerzos que las autoridades hacen para recuperar los cadáveres de un accidente o de un naufragio.

El hombre ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza. Y el hombre, la persona humana, es un ser a la vez corporal y espiritual. El cuerpo del hombre es el ámbito en el que la materia “toca” al Creador. No existe una barrera infranqueable entre Dios y la materia. En el hombre, la materia de su cuerpo es materia animada, espiritualizada. Y en la Encarnación, Dios se abraza a la materia y la eleva a la condición de “sacramento", de signo e instrumento, de su compromiso con los hombres.

Leer más... »

25.03.14

¿Moniciones en la Liturgia?: En general, mejor no

Una “monición” es una advertencia, o consejo, que se da a alguien. En las celebraciones litúrgicas de la Iglesia, tales advertencias, en ocasiones, son muy oportunas. En otras, sobran.

¿Qué criterio seguir? Pues el más objetivo posible. El que marcan los libros litúrgicos – sea el Misal o los rituales - . De la lectura atenta de esos libros podremos deducir cuándo, cómo y con qué palabras advertir al pueblo de algo.

Casi nunca son obligatorias estas advertencias. Un proverbio dice: “Si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate”. Y eso, si tiene aplicación en toda la vida, lo tiene también en la celebración de la fe.

La Liturgia – sea la de las Horas, la de la Santa Misa o la de los otros sacramentos – emplea palabras justas. Quizá alguna vez, solo y cuando los libros aprobados así lo contemplan, una palabra complementaria pueda resultar oportuna. Pero observando siempre la adecuación al momento y la proporción en la extensión.

Yo, personalmente, me siento inclinado, en principio, a no hacer ninguna. La celebración litúrgica no es un “parque temático” de ideas. Ni una clase. Ni una conferencia. Se celebra el Misterio de Cristo con toda su riqueza y no es preciso añadir “mensajes” al Mensaje.

Cuando uno va a celebrar la Misa, a presidir Laudes o Vísperas, o a oficiar otro sacramento, uno se siente, en parte, como un director de orquesta que va a interpretar una partitura que ya está escrita. Una partitura que tiene como autora a la Iglesia y, también, en cierto modo, a Dios mismo, ya que Dios establece cómo hemos de darle culto.

Puede caber, en un concierto para no iniciados, explicar brevemente en qué consiste la partitura. Pero hay que confiar en que el auditorio no está privado de razón ni de sensibilidad. Y, en el plano de la fe, sucede casi lo mismo. La fe es sencilla y la celebración de la misma también. Se entra en su lógica, en la de la fe y en la de la celebración, por una especie de ósmosis, que está formada, a la par, por la docilidad a la gracia y por la progresiva cercanía a los misterios que se conmemoran y actualizan.

Leer más... »

22.03.14

Una iniciativa del beato Juan Pablo II: la Jornada por la Vida

Publicado en Atlántico Diario.

En la encíclica “Evangelium vitae”, fechada el 25 de marzo de 1995, el beato Juan Pablo II había pedido la celebración anual de una “Jornada por la Vida”. Esa petición del Papa es hoy una realidad. La finalidad de la misma es, según decía el Papa: “suscitar en las conciencias, en las familias, en la Iglesia y en la sociedad civil, el reconocimiento del sentido y del valor de la vida humana en todos sus momentos y condiciones, centrando particularmente la atención sobre la gravedad del aborto y de la eutanasia, sin olvidar tampoco los demás momentos y aspectos de la vida, que merecen ser objeto de atenta consideración” (“Evangelium vitae”, 85).

“Suscitar” es promover y levantar. Y la secuencia de ámbitos en los que se ha de promover “el sentido y el valor de la vida humana” es enormemente amplio. En primer lugar, en las conciencias. La conciencia moral es el juicio de nuestra razón que nos orienta a practicar el bien y evitar el mal. Si estamos atentos a esa voz de la conciencia, percibiremos que algunas acciones son buenas y otras malas, que algunas cosas nos están permitidas y otras prohibidas. No todo está bien. No está bien matar a un inocente. No está bien mentir ni engañar. No está bien promocionar el mal o la simple ley del más fuerte.

Las familias tienen una enorme responsabilidad. La familia es la célula de la vida social, la unidad fundamental de la vida. En la familia comienza el aprendizaje humano. En ese marco deberíamos poder aprender a cuidar a los pequeños y a los mayores, a los enfermos y a las personas con discapacidad. Y también a los pobres.

La Iglesia es otro ámbito. “Cuando leemos los Evangelios, vemos que Jesús reúne a su alrededor una pequeña comunidad que acoge su palabra, lo sigue, comparte su camino, se convierte en su familia, y con esta comunidad Él se prepara y edifica su Iglesia”, ha recordado el Papa Francisco en una de sus catequesis (29 de mayo de 2013).

La Iglesia tiene que recordar el evangelio de la vida. Ella misma es “el pueblo de la vida y para la vida” (“Evangelium vitae”, 78-79). La Iglesia recibe del Evangelio su identidad de pueblo de la vida, porque el Evangelio es el anuncio de Jesucristo, el autor de la vida. Es, asimismo, un “pueblo para la vida”, porque ha sido enviado por Dios para anunciar, celebrar y servir el evangelio de la vida.

Y la sociedad civil. La sociedad tiene un fin último: el respeto de la dignidad trascendente del hombre. Como recuerda el “Catecismo”: “El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral” (n. 1930).

Leer más... »

Tengo sed

Homilía para el Domingo III de Cuaresma (Ciclo A)

Sin la necesaria aportación de agua nuestro organismo no puede sobrevivir. Pero la sed del hombre va más allá de la necesidad física de evitar la deshidratación. La sed simboliza el deseo profundo de nuestra alma. Aspiramos no solamente a mantenernos con vida, sino que queremos que nuestra vida merezca la pena ser vivida. Tenemos sed de algo más que de agua. Tenemos sed de justicia, de amor y de sentido.

Jesucristo, Dios y hombre verdadero, expresa en su petición a la samaritana: “Dame de beber” (Jn 4, 7), un doble anhelo. El Señor, consustancial con nosotros por su humanidad, experimenta el cansancio y el calor, solidarizándose así con todos los sedientos. También, poco antes de su muerte, dirá desde la Cruz: “Tengo sed” (Jn 19, 28). Pero su sed manifiesta, a un nivel más profundo, el deseo que Dios tiene de nuestra fe y de nuestro amor: “La sed de Cristo es una puerta de entrada al misterio de Dios, que se hizo sediento para saciarnos, como se hizo pobre para enriquecernos (2 Co 8,9)”, comenta Benedicto XVI.

Dios tiene sed de nosotros y suscita en nosotros la sed de Él. Así como el agua no es un lujo, Dios tampoco es para el hombre un complemento superfluo, sino Alguien de “primera necesidad” para nuestras vidas.

A la mujer samaritana no le faltaba el agua. Tenía cerca el pozo, un manantial con el que el patriarca Jacob había asegurado la vida de su pueblo. Pero el agua de ese pozo sólo podía saciar parcialmente su sed. Jesús, en el diálogo con esta mujer, le promete un agua “que salta hasta la vida eterna”, un agua que sacia de modo definitivo la sed.

Leer más... »

18.03.14

Don José Delicado Baeza. In memoriam

Don José Delicado Baeza. In memoriam

Publicado en Faro de Vigo

Los sacerdotes, conforme vamos cumpliendo años, solemos llegar a nuevos destinos, aunque siempre queda una huella, en la memoria y en el corazón, para nuestras primeras parroquias, aquellas en las que hemos empezado a ejercer el ministerio pastoral. Creo que algo similar les sucede a los obispos. Su primera diócesis suele ser recordada por ellos de un modo especial.

Cuando yo estudiaba en Roma, en un más de una ocasión tuve la oportunidad de saludar a Mons. Delicado Baeza. Él era, por aquel entonces, arzobispo de Valladolid (lo fue desde 1975 hasta 2002). Bastaba decirle: “Soy sacerdote de la diócesis de Tui-Vigo", para que, enseguida, se dibujase una sonrisa en su rostro y de estableciese una breve, pero grata conversación.

D. José Delicado Baeza fue el segundo de una saga de obispos de Tui-Vigo que compartían el nombre de “José". Tras el pontificado de D. Antonio García y García, que pasó del obispado de Tui al arzobispado de Valladolid, fue nombrado obispo de Tui el agustino José López Ortiz, quien rigió la diócesis tudense - y , luego, de Tui-Vigo - desde 1944 hasta 1969. Tras él, José Delicado Baeza (1969-1975); José Cerviño Cerviño (1976-1996) y José Diéguez Reboredo (1996-2010).

Su etapa episcopal en Tui-Vigo fue corta, pero intensa. Esos años, de 1969 a 1975, son años de transición, primero, en el terreno religioso y, sucesivamente, en el terreno político y social. El Papa Pablo VI, aplicando las directrices del recientemente clausurado Concilio Vaticano II, propició un nuevo perfil de obispos que preparasen a la Iglesia en España para desempeñar su labor pastoral en un contexto nuevo, abierto, poco a poco, a la pluralidad de un régimen democrático, similar al que ya por entonces estaba vigente en las demás naciones de Europa occidental.

En esa clave de cambio se ha de situar, creo yo, la tarea episcopal de Mons. Delicado Baeza en Tui-Vigo, con sus aciertos y con sus límites. Había nacido en Almansa (Albacete) en 1927 y fue ordenado presbítero en esa misma ciudad en 1951.

Ya como arzobispo metropolitano de Valladolid, en continuidad con el estilo iniciado en Tui-Vigo, se distinguió por favorecer una pastoral más participativa y por potenciar el diálogo fe-cultura. Fue uno de los impulsores de la exitosa iniciativa “Las edades del hombre", que inició su andadura en Valladolid.

En la Conferencia Episcopal Española desempeñó importantes cargos: miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral, de la Comisión Episcopal del Clero, Vicepresidente (1981-1987), así como presidente la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis y vicepresidente de la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades.

Como se ve, una trayectoria amplia, de grandes responsabilidades. Pero, más allá de los cargos desempeñados, está la vida interior de un hombre de fe y de apasionada dedicación a la Iglesia. Siendo yo un joven sacerdote pude atisbar algo de esta dimensión más oculta participando en unos ejercicios espirituales que Mons. Delicado predicó al clero de nuestra diócesis en el convento franciscano de Canedo.

En una muy reciente entrevista, D. José Delicado hablaba de esta experiencia interior. “¿Cómo le gustaría ser recordado?", le preguntaba el periodista Jesús Bastante. Y él contestaba: “Me gustaría que rezasen por mí. Y que mis amigos, y también los que no me conocieron, se preocupasen por estar unidos en la función principal que es el trabajo por la Iglesia".

Leer más... »