24.05.14

El que ama tiene ya al Espíritu Santo

Homilía para el Domingo sexto de Pascua (Ciclo A)

La fe es la adhesión personal de cada uno de nosotros a Jesucristo, el Señor. Creer supone conocer y amar, sin que podamos establecer una separación tajante entre ambas dimensiones. En la medida en que amemos más a Jesucristo, mejor lo conoceremos y, a su vez, cuanto más lo conozcamos más lo amaremos.

En este proceso de identificación con el Señor se hace concreta la vocación fundamental de todo hombre, que no es otra que participar en la plenitud de la vida divina: “Dios, infinitamente Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada” (Catecismo 1).

La adhesión a Jesucristo comporta querer lo que Él quiere y hacer lo que Él hace. Como ha explicado Benedicto XVI: “Idem velle, idem nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al otro, que lleva a un pensar y desear común”(Deus caritas est 17). Este pensar y desear común se expresa, para el seguidor de Cristo, en el cumplimiento de los mandamientos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”, dice el Señor (Jn 14,15).

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21.05.14

Solo la fe permanece

El beato Newman escribió: “Las opiniones cambian, las conclusiones se debilitan, las investigaciones se agotan, la razón se detiene: solo la fe llega hasta el final, solo la fe permanece” (J.H. Newman, “Discursos sobre la fe”, Madrid 1981, 197).

La fe se asocia a la estabilidad, a la permanencia. Jesús no enseñaba algo distinto: “permaneced en mí y yo en vosotros” (cf Jn 15,1-8). Permanecer es mantenerse en el mismo lugar, en el mismo estado.

Necesitamos, como el agua, la permanencia. Necesitamos, como el agua, que nuestros padres permanezcan en el amor hacia nosotros. Difícilmente un niño podrá madurar sometido a una duda continua: ¿Mis padres me quieren o no?, ¿me siguen queriendo o ya no?, ¿mañana me querrán o no?

La instalación en la perplejidad, en la confusión, en la falta de confianza, goza de alta cotización en la actual bolsa de los valores. ¿Por qué seguimos hablando tanto de “valores” y menos de “bienes”?. Si nos quejamos de los altibajos de la bolsa, de los sustos que nos proporciona la economía – cada vez más financiera, más de diseño y menos real, menos apegada a la tierra - , ¿por qué anhelamos en el ámbito de la vida el mismo nivel de riesgo?

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19.05.14

Sobre Dios y el mundo. Una autobiografía dialogada

R. SPAEMANN, Sobre Dios y el mundo. Una autobiografía dialogada, Biblioteca Palabra 47, Ed. Palabra, Madrid 2014, ISBN 978-849061-034-3, 396 p., 13 euros.

1. Robert Spaemann (1927) es un filósofo alemán, catedrático emérito de Filosofía. Como se lee en la contraportada de la obra que recensionamos: Sus padres –ella bailarina, él historiador del arte – “eran ateos y vivían en el Berlín bohemio pero se convirtieron y le bautizaron a los 3 años de edad. En 1944 desertó y se escondió en una granja; si le hubieran descubierto habría sido fusilado inmediatamente. Posteriormente inició su carrera académica con su doctorado en filosofía en 1952 en Münster. De 1962 a 1992 ejerció como Profesor de Filosofía en Stuttgart y en las Universidades de Heidelberg y München compaginando la dedicación al estudio con su compromiso docente, particularmente en los turbulentos años 60. En München fue nombrado Profesor Emérito en 1992. Ha obtenido varios doctorados honoris causa y sus obras han sido traducidas a catorce lenguas. En una larga conversación con Stephan Sattler narra su vida y expone sus principales ideas desde la altura de décadas de reflexión y compromiso, ofreciéndonos un apasionante relato intelectual del siglo XX”.

2. Creo que este resumen de la contraportada ofrece una adecuada introducción a la vida de Spaemann y al libro del que se trata. El subtítulo del mimo dice que es “una autobiografía dialogada”. Stephan Sattler recoge en diez capítulos las conversaciones mantenidas con R. Spaemann, en las que el filósofo “narra su trayectoria vital a la par que expone las líneas principales de su pensamiento” (p. 5). Como añade Sattler, “a Robert Spaemann le encajan las palabras de Goethe: ‘Quien filosofa no está de acuerdo con las ideas de su tiempo’” (p. 7). Y este desacuerdo con las ideologías imperantes se manifiesta, sobre todo, en su ética y en su filosofía de la naturaleza. Su pensamiento gira sobre una cuestión fundamental: “Los dos intereses de la razón”; una cosa es “dominar” la naturaleza y otra “habitar” en ella.

El libro está articulado en diez capítulos: I. Juventud en el Tercer Reich. II. Estudio en el tiempo de posguerra. III. En torno al año 1950. IV. Regreso a la Universidad de Münster. V. Cátedras en Stuttgart y Heidelberg. VI. Llegada a München. VII. Captar la conciencia de la época. VIII. Sobre felicidad y benevolencia. IX. Después de ser nombrado emérito. X. Los dos intereses de la razón.

3. Creo que el recopilador – e interlocutor - de las conversaciones, S. Sattler, acierta cuando dice que este libro es “la mejor introducción a la filosofía de Robert Spaemann” (p. 10). Una filosofía extraordinariamente abierta al diálogo: con la tradición filosófica, con el pensamiento contemporáneo, con la ciencia y también con la fe y la teología.

No teme, ciertamente, Spaemann cuestionar la opinión dominante, desde una búsqueda de la “intentio recta”, de ocuparse de las cosas mismas (cf p. 63). Jean Paul se preguntaba si debería educarse a los niños para su época o más bien contra ella. Y Spaemann contesta: “Siempre hay que prepararles frente a su tiempo, pues el tiempo es tan poderoso que él mismo ya se cuida de que todos vayan en su dirección” (p.244).

O, más específicamente, añade: “El espíritu de la época – todo espíritu epocal- consiste en una colección de prejuicios para los que se reclama una especie de autoevidencia. La tarea de la Filosofía consiste en reflexionar sobre esas evidencias” (p. 310).

La ética, la filosofía práctica, reivindica la importancia de la conciencia, que no es “un molesto aguafiestas” (cf p. 281). En este sentido, ocupa un relevante papel el reconocimiento del “estatus de persona para todos los hombres”, sin negársela a los no nacidos, a los embriones, a los dementes y a los dementes seniles (cf p. 320).

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17.05.14

El camino seguro

“Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6). Con estas palabras, el Señor se define a sí mismo como el camino único que conduce al Padre: “Aquel que es el camino, no puede llevarnos por lugares extraviados, ni engañarnos con falsas apariencias el que es la verdad, ni abandonarnos en el error de la muerte el que es la vida”, comenta San Hilario.

El Señor se hizo camino por su Encarnación: “el Verbo de Dios, que con el Padre es verdad y vida, se hizo el camino tomando la humanidad”, dice San Agustín. El sendero que conduce a la meta es la humanidad de nuestro Señor Jesucristo. Si no queremos que el itinerario de nuestra vida termine en el fracaso, en el sinsentido, debemos dirigir nuestra mirada a Jesucristo y caminar siguiendo sus pasos.

San Juan Pablo II, en su primera encíclica, indicaba la urgencia de esta mirada: “la única orientación del espíritu, la única dirección del entendimiento, de la voluntad y del corazón es para nosotros ésta: hacia Cristo, Redentor del hombre; hacia Cristo, Redentor del mundo. A Él nosotros queremos mirar, porque sólo en Él, Hijo de Dios, hay salvación, renovando la afirmación de Pedro «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna»” (Redemptor hominis, 7).

Incluso para aquellos que todavía no han llegado a la fe, Cristo es, añadía el papa, un camino elocuente: “Él, Hijo de Dios vivo, habla a los hombres también como Hombre: es su misma vida la que habla, su humanidad, su fidelidad a la verdad, su amor que abarca a todos. Habla además su muerte en Cruz, esto es, la insondable profundidad de su sufrimiento y de su abandono”.

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13.05.14

Kenosis. Ensayo sobre el dolor humano a la luz del dolor de Cristo

JESÚS MARÍA FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Kenosis. Ensayo sobre el dolor humano a la luz del dolor de Cristo, ITC, Santiago de Compostela 2014, 333 páginas, ISBN 9788494240249.

1. D. Jesús María, a lo largo de los años, nos ha ido regalando muchos textos. Menciono solamente algunos de ellos: Memorias de Marcos el Evangelista (dos volúmenes; 2003-2004), Creer a pesar del dolor (2006), A la sombra del Padrenuestro (2009).

Acercarse a los libros de D. Jesús María es acercarse, en primer lugar, a la Sagrada Escritura. En la Biblia está la fuente por antonomasia de su reflexión y de su meditación. Él ha asumido con plena convicción la enseñanza del Concilio Vaticano II en la constitución Dei Verbum: “Las Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en verdad la palabra de Dios; por consiguiente, el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la Sagrada Teología” (DV 24).

Una teología, por erudita que fuese, si se aparta de la inmediatez de la Escritura, leída en la tradición de la Iglesia, se vuelve una teología muerta, sin alma; un cadáver más o menos adornado con conceptos y razonamientos.

Junto a la Escritura, y no en una mera yuxtaposición a la misma, sino en una auténtica convergencia, que nace del diálogo entre la palabra de Dios y la propia vida, está la experiencia personal de D. Jesús María. La experiencia de un sacerdote que lee su vida como si fuese una partitura de canto gregoriano, formada de arsis y tesis, de ascensos a las cimas y de descensos a las simas (cf p. 14). Una partitura en la que Dios se hace presente para ayudar a descubrir al autor que el ejercicio del ministerio sacerdotal comprende ser, a la vez, como Cristo, sacerdote y víctima (cf. p. 15).

La experiencia del dolor humano se abre al misterio del dolor de Cristo, a la co-redención con Él y a la compasión con todos.

Una tercera fuente – además de la Sagrada Escritura y de la experiencia vital – la constituye, a mi juicio, la compañía de muchos autores, cuyas obras han sido leídas muchas veces: Olegario González de Cardedal, S. Kierkegard, San Agustín, H. U. von Balthasar o Miguel de Unamuno, por citar solamente algunos de ellos. La abundante bibliografía que figura al final del libro da cuenta, además, de la erudición de D. Jesús María y de su amplio conocimiento de muchos nombres destacados en el ámbito teológico y filosófico.

2. El título del libro describe perfectamente su contenido y el tipo de aproximación que se hace al mismo: Kenosis. Ensayo sobre el dolor humano a la luz del dolor de Cristo.

La palabra kenosis no es una palabra más del vocabulario bíblico. M. Kähler escribió que los evangelios son “historias de la pasión con una extensa introducción”. Y W. Kasper afirma. “La cruz no es solo la consecuencia de la conducta terrena de Jesús, sino el objetivo de la encarnación; no es un apéndice, sino lo que da sentido al acontecimiento de Cristo y es la meta final de todo lo demás. Dios no se habría humanado de no haber penetrado en el abismo y en la noche de la muerte” (El Dios de Jesucristo, Salamanca 1986, 220).

Cristo, siendo de condición divina, “se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo” (Flp 2,7). Dios no de desdiviniza, ya que ello es imposible, pero sí siente desde la eternidad compasión por nuestra miseria. Como decía Orígenes: “Caritas est passio”.

La kenosis de Cristo Jesús, la kenosis de Dios, es el eje a la luz del cual D. Jesús María se adentra en el abismo del dolor humano, en el profundo interrogante que el dolor plantea; un interrogante que no es, ante todo, una pregunta por el hombre, sino una pregunta por Dios, por la veracidad de su compromiso con el hombre.

El dolor humano solo encuentra consuelo si se abre al dolor de Cristo. Él es el Cordero de Dios que porta sobre sí el sufrimiento de la humanidad. A la luz del dolor de Cristo, el dolor humano encuentra la consolación que brota del amor: “El dolor, porque ha sido vivido por el Hijo de Dios, es acogido y abrazado en su amor que transforma y recrea” (R. Fisichella).

La obra de D. Jesús María es un ensayo, un género literario que permite al autor desarrollar sus ideas con mayor agilidad y, sin detrimento del rigor intelectual, conferir a la obra un marcado tono personal y un estilo de gran fuerza expresiva. Por ejemplo, al referirse a cómo la Iglesia ha de transmitir la verdad de Dios, nos dice el autor: “Sin preguntas elocuentes, sin distinciones groseras o interesadas, sin sobar la gracia recibida, que por ser divina es muy delicada. Así creo yo que debe actuar la Iglesia al transmitir al mundo la verdad de Dios que es su Gloria [….] Las rosas hay que ofrecerlas en su mismo tallo, y la nieve en la alta montaña. Toda otra forma de ofrecerla es degradarla. Es así como Dios nos regala su Gloria y así debe ser como la Iglesia debe transmitirla” (p. 271).

El libro está articulado en tres partes. La primera se titula “la kenosis de Dios”: en el seno de la Trinidad, en la creación, en la Encarnación, en la Cruz, en el descenso a los infiernos. La segunta parte se titula “la kenosis eucarística”: la Iglesia kenótica y la kénosis del creyente. La tercera parte ofrece un “epílogo testimonial para un creyente agónico”.

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