Aconfesionalidad, laicidad y religión
Yo no tengo nada en contra del rey Felipe ni de su consorte, la reina Letizia. Más bien me inspiran simpatía porque emprenden una tarea – ser reyes de España – en un momento muy difícil en el que, hagan lo que hagan, van a ser criticados por todos o por casi todos.
Si, siguiendo los trámites legales, en el futuro se optase por una República, habría que aceptarlo. Portugal, Italia e Irlanda - tres países de gran tradición católica - son repúblicas. Inglaterra, Suecia y Noruega son monarquías.
Lo que no me parece tan normal es la ambivalencia, la incoherencia, con la que, en nuestro país, se aborda la relación entre religión y vida pública. Me parece que se enfoca esa relación de un modo demente y absurdo.
El Estado es aconfesional, de acuerdo. Es un hecho. ¿Y qué significa que el Estado es aconfesional? Significa solo una cosa: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal” (Constitución española, art. 16,3). Es una opción, entre otras posibles. Porque nadie ha dicho que, lo contrario, un Estado confesional, tenga que ser no democrático. Pensemos en el Reino Unido, por ejemplo.
Pero un Estado aconfesional como el nuestro es, al mismo tiempo, un Estado garantista de los derechos humanos, entre los cuales – y no en último lugar – figura la libertad religiosa: “Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley” (Constitución española, art. 16,1).
O sea, en España todos – hasta el Rey – tenemos libertad religiosa y de culto. Casi sin limitaciones – o solo con las necesarias para mantener el orden público - .

En un encuentro con los niños que se preparan para recibir la Primera Comunión, les he preguntado, a ellos, : “¿Quién es el protagonista en la Santa Misa?”. Y, sin dudarlo, han contestado: “El protagonista es Jesús”.
La doctrina de la Iglesia, y la moral natural, destacan el valor del respeto a los padres; de la “piedad filial”. El “Catecismo” dice que la piedad filial consiste en gratitud “para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia” (Catecismo, 2215).
Es necesario rezar por la autoridad. Y por una razón muy sencilla, porque la necesitamos. Necesitamos que alguien regule la búsqueda del bien común. El “bien común” es, dice el Concilio Vaticano II, “el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección” (GS 26).






