7.07.14

El volumen 6 de “Telmus”

rightTelmus. Anuario del Instituto Teológico San José / Seminario Mayor San José, Vigo (6/2013), 254 páginas, ISSN: 1889-0237, 35 euros.

El Anuario Telmus, del Instituto Teológico de Vigo, se va consolidando y ve, a fecha de hoy, su sexto volumen publicado.

Nos encontramos con seis apartados: I. Año de la fe. II. Año Jubilar de Nuestra Señora de A Franqueira. III. Comentarios. IV. Otros estudios. V. Memoria del curso académico 2012-2013 y VI. Recensiones y reseñas.

Las tres primeras secciones dejan constancia de acontecimientos significativos en la vida de la Iglesia universal y diocesana. Se recoge, de este modo, la homilía pronunciada por el Obispo de Tui-Vigo, D. Luis Quinteiro Fiuza, con ocasión de la clausura del Año de la Fe.

Un año, 2013, que fue en Tui-Vigo “Año Jubilar de Nuestra Señora de A Franqueira”. La advocación mariana, y el santuario, más destacada de la Diócesis. Xabier Alonso Docampo traza “Un retazo da historia” del santuario. La Prof.ª Cendón Fernández titula su artículo “Una realización histórica y su materialización artística: el monasterio de Santa María de A Franqueira”. Finalmente, el Dr. Casás Otero completa esta sección con un estudio sobre la “Imagen de la Virgen de la Franqueira: devoción y belleza”.

La sección III, “Comentarios”, es, en cierto modo, evocativa. Así, el Porf. Pérez Gondar recuerda el “50º Aniversario de Ecclesiam Suam”, de Pablo VI. El artículo del Prof. Juan Morado, “Fe y caridad. De Porta fidei a Evangelii gaudium”, se hace eco de los documentos pontificios más recientes, subrayando el vínculo que en estos textos se establece entre fe y caridad.

El apartado IV, “Otros estudios”, recoge tres trabajos diferentes. Uno, a cargo de J.A. García Acuña, sobre “La mujer según los escritos antropológicos y pedagógicos de Edith Stein”. El siguiente, firmado por J.A. Montes Rajoy, se ocupa de “La nueva evangelización a la escucha de Verbum Domini” y, finalmente, el biólogo A. Guerra Sierra ofrece un estudio sobre “La información natural: relaciones entre la naturaleza y la acción divina”.

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5.07.14

Cualquier otra carga te oprime

Homilía para el XIV Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)

Jesús ha venido a nosotros como un rey “justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica” (cf Za 9,910). En su humildad, Jesucristo es el Revelador y la Revelación del Padre; el Hijo que conoce al Padre y que nos lo da a conocer (cf Mt 11,25-30). El concilio Vaticano II enseña que Cristo es, a la vez, “mediador y plenitud de toda la Revelación” (Dei Verbum 3); es decir, Dios se manifiesta y se comunica a sí mismo a los hombres por medio de Jesucristo y en la misma persona de Jesucristo, el Verbo encarnado.

Si queremos saber cómo es Dios debemos escuchar lo que Dios nos dice a través de su Hijo; más aún, debemos contemplar a su Hijo, a Jesucristo. Él es la Verdad, la Verdad completa, que se ha aproximado a cada uno de nosotros para que, por la gracia, cada uno de nosotros participe del diálogo que, en la intimidad divina, sostienen, en el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo. En la celebración de la Iglesia ese diálogo, que es alabanza y acción de gracias, se hace presente y actual. Junto a Cristo, toda la Iglesia, especialmente en la Santa Misa, se dirige al Padre para darle gracias “porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla”.

¿Quiénes son “los sencillos”? Son aquellos que no ponen su confianza en sí mismos, o en sus saberes, sino en Dios. Los sencillos son los creyentes, aquellos que con docilidad a la gracia escuchan y se someten libremente a la revelación. Sin la humildad la fe resulta imposible. María, que “realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe” (Catecismo 148), se presenta, acogiendo el anuncio del ángel, como “la esclava del Señor”, dispuesta a que en ella se cumpla lo que la palabra del ángel manifiesta (cf Lc 1,38).

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4.07.14

El Catecismo y la izquierda (y derecha) caviar

Yo creo que cierta izquierda (y cierta derecha) española – política y mediática – está obsesionada por lo que dice la Iglesia. Malamente nos ha llegado a los párrocos un nuevo “Catecismo”, a mí ni me ha llegado, y ya salen algunos como locos denunciando las maldades del “Catecismo de los obispos”.

Hablan de un “Catecismo” dedicado a “los asuntos sexuales”. Jamás, en la historia, ha existido un catecismo así. Los mandamientos son 10. Y sobre el sexo, de modo directo, recaen a lo sumo dos: el sexto y el noveno. Dos mandamientos importantes, nadie lo duda – ellos menos que nadie –, pero son dos. Ni uno más. Ni uno menos.

A cierta izquierda – y a cierta derecha - le encantaría que en vez de dos mandamientos sobre lo “único”, hubiese novencientos. Es una pena, pero no los hay. No hay nada semejante Jamás ha habido una obsesión por un “mapa del clítoris” en la historia de la catequética. Ni por un “mapa del glande”, ni por un mapa similar.

Esta izquierda del caviar o de la lata de sardinas – si es que queda algo de eso, que creo que no –, o esta cierta derecha - que tampoco, en lo de las sardinas, no queda - parecen coincidir en un único aforismo: “La jodienda no tiene enmienda”. Lo esencial es la jodienda. La enmienda es lo de menos. ¿Que hay que abortar?, se aborta. ¿Que hay que abortar más?, se aborta más. ¿Qué más da?

A ellos les da lo mismo. Ellos se creen, perpetuamente, en el máximo vigor. ¿La doctrina de la Iglesia? Para los viejos – que, ya se sabe, no tienen derecho a nada - . Son puro descarte. Pero, para los jóvenes y adolescentes, no. Los jóvenes, parecen decir, son una especie de cerditos que solo pueden sucumbir a las llamadas de la carne. A saber hasta dónde. ¿Podrán hacer todo, en directo, en las redes sociales, en WhatsApp? Parece que sí. Si eres joven, sé guarro. Si más joven, más guarro.

Y, luego, como los diez mandamientos los reducen a dos, o a uno - y no precisamente al principal de ellos - , viene el tema de los homosexuales. Yo casi me conformo con decirles a los homosexuales que procuren cumplir, como yo y todos hemos de intentar cumplir, también los ocho mandamientos restantes. Y si cumplen esos ocho, los cumplen casi todos y se predisponen a cumplirlos todos. Que no hagan causa, los católicos que piensen que son homosexuales, de este tema.

La Iglesia no hace más que defender la dignidad de la persona. De su cuerpo y de su alma. Los seres humanos, con alma y cuerpo, hemos sido creados por Dios a su imagen y semejanza. El Cristianismo no es el cartesianismo. No es la oposición de la “res cogitans” y la “res extensa”. Nada que ver. El Cristianismo es la religión del Verbo encarnado, del espíritu encarnado.

Ya es de delirio que alguien – por perturbado que esté – piense que la Iglesia Católica en España saque un “Catecismo” coincidiendo con el día del “Orgullo Gay”. No tiene ni pies ni cabeza, y no merece ni un átomo de respuesta. No lo habrá.

Se ve que buena parte de la “casta” mediática- que el nuevo “mesías” me perdone por copiarle el término – no ha superado el trauma – para ellos – de la masturbación. Menos mal que, incluso, esa casta, dice que ya los obispos no son el problema. Ya no. Ya la Iglesia no pinta nada. Ya solo la Banca. Bueno, sí. ¡Pues no se obsesionen ustedes con los Catecismos!

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30.06.14

Convicciones claras y tenacidad

“Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad”, recomienda el papa Francisco en Evangelii Gaudium, 223.

La palabra “ansiedad” tiene dos acepciones: 1. “Estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo” y 2. “Angustia que suele acompañar a muchas enfermedades, en particular a ciertas neurosis, y que no permite sosiego a los enfermos”.

Es evidente que, para la Iglesia, pongamos para la Iglesia en España, no es rentable ni la agitación ni la zozobra de la angustia. ¿De dónde puede venir la inquietud? De la constatación de que ya no es la Iglesia – ya no somos los católicos – lo que ha (hemos) sido. Hoy somos una minoría, grande por comparación con otras minorías, pero minoría al fin y al cabo. Y es sano ser conscientes de ello.

¿Debemos perder el sosiego, la serenidad? Creo que no. Debemos – podemos – re-situarnos a base de convicciones claras y tenacidad.

Una convicción es una idea a la que uno está fuertemente adherido. Y los cristianos tenemos convicciones. La fe no es un solo un “sentimiento”; es una convicción, una idea. Un acto del entendimiento y, a la vez, una intención de hacer algo. Creer, si somos católicos, supone una visión global del mundo y un fundamento para un imperativo ético, para un modo de actuar.

Y esa convicción ha de ser “clara”; es decir, ha de distinguirse sin enorme dificultad de otras convicciones, y ha de ser, en lo posible, nítida. No puede ser que no sepamos muy bien en qué consiste ser católicos. No puede ser que alguien se llame “católico” en medio de la confusión sobre cuál es el contenido de la fe, cuál la línea moral que se ha de seguir, cuál el modo de orar y cuál la forma concreta de culto que es agradable a Dios.

Y en orden a esta necesaria clarificación no cabe pedirles a los que no son Iglesia que tracen nuestra identidad. ¿De dónde brota esta identidad? Brota de la revelación divina, que tiene su centro en Cristo, atestiguado en la Sagrada Escritura interpretada en el contexto de la Tradición. Y, en caso de duda, la palabra última le corresponde, de acuerdo con la Escritura y con la Tradición, al Magisterio de la Iglesia.

En este objetivo hay que trabajar enormemente. Podemos seguir engañándonos – y pretender engañar a otros – expandiendo hasta el infinito el calificativo de “católico”. No es “católico”, sin más, quien, por costumbre, ha recibido el Bautismo. No lo es, plenamente, si esa incorporación inicial a la Iglesia no va acompañada de la profesión de fe, de la coherencia moral – pese a los pecados - , de la persistencia en la oración y de la participación en la vida litúrgica.

No hay tantos católicos como se suele decir, pero hay más de los que se piensa. Y los que sean católicos – no perfectos, pero sí católicos – han de ser “tenaces”: Firmes, porfiados y constantes a la hora de reivindicar su identidad. Sin plegarse a las modas ni a las convenciones.

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28.06.14

San Pedro y San Pablo

“Estos son los que, mientras estuvieron en la tierra con su sangre, plantaron la Iglesia: bebieron el cáliz del Señor y lograron ser amigos de Dios”, dice la liturgia en la solemnidad de San Pedro y San Pablo.

Ambos fueron (son) fundamento de nuestra fe cristiana, columnas de la Iglesia. Como ha dicho Benedicto XVI: “La tradición cristiana siempre ha considerado inseparables a san Pedro y a san Pablo: juntos, en efecto, representan todo el Evangelio de Cristo”.

Y en esta celebración conjunta tenemos un primer símbolo. Pedro y Pablo, como unos nuevos Rómulo y Remo, aunque ya no legendarios, sino reales ponen las bases de la familia de Jesús, de una comunidad de hermanos. “Pedro, el apóstol, y Pablo, el doctor de las gentes, nos enseñaron tu ley, Señor”, dice también la liturgia. Ya no son Caín y Abel, signos de una creación dañada por el pecado, sino de una nueva creación que encuentra su comienzo en la Iglesia de Cristo.

Un segundo símbolo es la roca, la piedra. Simón, al confesar la fe, pasa a ser Pedro, roca: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará”. Esta roca-fundamento tiene como razón última no la carne y la sangre, sino la gracia de Dios. Cuando Pedro se resiste a la acción de la gracia, cuando consiente que en él primen la carne y la sangre, deja de ser roca-fundamento para convertirse en “piedra de escándalo”: “Aléjate de mí, Satanás. Eres para mí piedra de tropiezo”. La fortaleza de la roca no depende de las fuerzas humanas, sino de la docilidad al Espíritu Santo.

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