10.06.15

La novedad cristiana es Jesús y nada más

Algo así ha dicho, según recogen los medios, el papa Francisco: “La cruz es un escándalo”, y por tanto hay quien busca a Dios “con esta espiritualidad cristiana un poco etérea”, “los gnósticos modernos”. Después, advirtió, están “los que siempre necesitan la novedad en la identidad cristiana” y “han olvidado que fueron elegidos, ungidos”, que “tienen la garantía del Espíritu” y buscan: ‘¿Dónde están los videntes que nos cuentan hoy la carta que la Virgen mandará a las 4 de la tarde?’¿Por ejemplo, no? Y viven de esto. Esto no es identidad cristiana. La última palabra de Dios se llama Jesús y nada más”.

Estoy completamente de acuerdo con estas palabras que se le atribuyen, espero que con fundamento, al Papa. La identidad cristiana la marca de un modo absolutamente “nuevo” Jesucristo. No hay más que buscar. Nada más.

Jesús es la última Palabra de Dios. Y hablar de lo “último” es lo mismo que hablar de lo “nuevo”. El tratado de lo último – la “Escatología” – se llama también “Los novísimos”. La novedad viene de Dios; los hombres somos muy cansinos y terminaríamos, más o menos, repitiendo siempre lo mismo. Jesús es lo nuevo y lo último y, en definitiva, lo único que cuenta.

“Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que esta” (Catecismo 65). Como decía San Juan de la Cruz:

“Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra […]; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (San Juan de la Cruz, Subida del monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos 1929), p. 184.)”.

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5.06.15

XVII Jornadas de Teología Fundamental: “El testimonio como categoría teológico-fundamental”

La Teología Fundamental es la disciplina teológica que se ocupa de la revelación, del acto de fe y de la credibilidad (de la revelación y de la fe); es decir, se ocupa de los fundamentos, de las bases, de la Teología.

En España y Portugal se celebran cada dos años las “Jornadas de Teología Fundamental”. Las últimas, en 2013, en Murcia. Las próximas, ya inmediatas, en Madrid, del 10 al 12 de junio.

En esta ocasión la organización corre a cargo de la Facultad de Teología de la Universidad San Dámaso, un centro joven que, en pocos años, ha ido logrando un nivel de excelencia. Justo es reconocer el papel que en este proyecto ha desempeñado el cardenal Rouco Varela.

Como tema de estas XVII Jornadas se ha optado por “el testimonio como categoría teológico-fundamental”. O lo que es lo mismo, a la hora de tratar sobre la revelación, el acto de fe y la credibilidad del Cristianismo, el testimonio ocupa un lugar central. Es en el testimonio, en la coherencia entre fe y vida, donde se hace visible que el relato cristiano es digno de ser tomado en cuenta.

El papa Benedicto XVI escribió en “Sacramentum caritatis” 85 lo que sigue: “Se puede decir que el testimonio es el medio con el que la verdad del amor de Dios llega al hombre en la historia, invitándolo a acoger libremente esta novedad radical. En el testimonio Dios, por así decir, se expone al riesgo de la libertad del hombre. Jesús mismo es el testigo fiel y veraz (cf. Ap 1,5; 3,14); vino para dar testimonio de la verdad (cf. Jn 18,37)”.

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29.05.15

Lo material y lo espiritual en una parroquia

Creo que establecer una distancia enorme entre espíritu y materia se aleja del núcleo del cristianismo: “El Verbo se hizo carne”. El Hijo de Dios se hizo hombre y, como dice el Credo, “su reino no tendrá fin”; es decir, el Verbo encarnado, Jesucristo, para siempre será Dios y hombre, Sumo y Eterno Sacerdote, mediador entre Dios y los hombres.

Una cierta analogía con el misterio de la Encarnación se perpetúa en la Iglesia: “Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos” (SC 2).

Una categoría que sirve de puente entre lo humano y lo divino es la categoría de sacramento. En un sentido muy amplio, el sacramento es el signo visible de lo invisible. En un sentido más estricto, es un signo sensible, instituido por Jesucristo, para darnos la gracia.

Pero es una categoría, la de sacramento, que nos ayuda a calibrar la importancia de las realidades materiales de nuestras iglesias y, secundariamente, de los locales que se usan con un fin pastoral.

No podemos despreciar, es más, debemos perseguir, que estos locales, que estos espacios, sean, en lo posible, dignos y bellos. Y no por ostentación, sino por coherencia. Porque el espíritu humano, y la lógica de la Encarnación no lo desmiente, va de lo visible a lo invisible.

Las parroquias, al menos en España, en lo que yo conozco por experiencia, suelen andar muy escasitas de fondos. Comprendo, en parte, que sea así. La iglesia parroquial, en cierto modo, encarna la situación de las piedras vivas, de  los cristianos que la conforman.

Pero pobreza material no es igual a resignación. Siendo pobres, que lo son, la mayoría de las parroquias, pueden aspirar, y deben hacerlo, a cierto decoro, y belleza, y hasta esplendor en lo material.

Lo visible lleva a lo invisible. En medio de un barrio, aunar esfuerzos para que la iglesia, el templo, sea más bella, es una contribución al bien común.  “No solo de pan vive el hombre”, decía Jesús.

El pan es necesario, y todos los esfuerzos en procurar el pan, en favor de los que más lo necesiten, serán escasos. Pero no solo de pan.

Cualquier apoyo, sin olvidar el pan, que ayude a elevarse de lo visible a lo invisible será una ayuda que se presta a la sociedad.

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20.05.15

“Tomar la Comunión”

Una cosa es la semántica de las palabras y otra la pragmática. Quizá semánticamente la expresión “tomar la Comunión” sea correcta, pero si atendemos a los usuarios del lenguaje y a las circunstancias de la comunicación, no me parece muy logrado hablar de “tomar la Comunión”.

Me ha chocado escuchar noticias del tipo: “La Princesa de Asturias ha tomado la Comunión”. No sé, pero creo que cuando hablamos decimos cosas como “tomar una caña”, pero no me suena lo de “tomar la Comunión”.

Es verdad que una de las acepciones del verbo “tomar” es “recibir algo y hacerse cargo de ello”. O también “comer o beber”.

Al comulgar por primera vez recibimos a Cristo que se hace alimento para nuestra alma: “Tomad, comed: esto es mi cuerpo” (Mt 26,26). Jesús se identifica con el pan partido y entregado para alimentar y dar vida.

De todos modos, en vez de usar “tomar la Comunión”, me parecería mejor emplear otras formas de hablar: “Ha recibido la Primera Comunión” o, simplemente, “ha hecho su Primera Comunión”.

Hacer la Primera Comunión significa recibir por primera vez a Jesucristo que viene a nuestro encuentro en este Sacramento. No es tanto que nosotros vayamos a su encuentro, sino que, sobre todo, es Él quien viene a nuestra vida.

La Comunión sacramental es un signo eficaz de la comunión real, del encuentro entre cada uno de nosotros y Jesús, “cuyo reino no tendrá fin”, como dice el Credo. Es decir, entre cada uno de nosotros y el Hijo de Dios hecho hombre, y no por una temporada, sino para siempre.

Para siempre, desde la Encarnación, el Hijo de Dios es hombre, sin dejar de ser Dios. Y por ser Dios y hombre es el mediador entre Dios y los hombres: es el “universal concreto”.

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18.05.15

Una experiencia enriquecedora: Director de un Instituto Teológico

Estoy ya “en funciones” en el cargo de director del Instituto Teológico de Vigo, afiliado a la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad de Salamanca. Han sido seis años, dos trienios – ya que se elige al director cada tres años – , muy interesantes. No era conveniente ni deseable un tercer trienio – que ya tendría carácter excepcional - . Yo apuesto por lo “ordinario”, en el mejor sentido del término. Y no es bueno que un Centro se identifique con una persona.

Dentro de la defensa de lo “ordinario”, está mi apuesta por mantener, siempre que sea viable, el Seminario en la Diócesis. A veces no cabe hacerlo y hay otras alternativas: un Seminario interdiocesano, regional o nacional. No son malas opciones. Pero lo mejor es, si se puede, esforzarse por mantener el Seminario en la Diócesis.

Y, si hay Seminario, ha de haber un Centro de Estudios – normalmente un Instituto Teológico, afiliado a una Facultad de Teología - , para que los cursos estén convenientemente respaldados académicamente a fin de que los egresados cuenten con la titulación adecuada.

Seminario e Instituto Teológico suponen un enorme esfuerzo para una diócesis, pero creo que el esfuerzo compensa. Significa, contar con esas instituciones, la necesidad de estar continuamente apostando por el futuro. Significa vivir de la fe. Supone tener un lugar de referencia para todo aquello que tiene que ver con algo no opcional, sino esencial: la formación teológica.

Si hay Centro de Estudios – uno en esta expresión el Seminario y el Instituto Teológico – habrá que:

  1. Intentar que haya sacerdotes que se especialicen en las diversas ramas de los estudios eclesiásticos: Filosofía, Teología, Derecho canónico…
  2. Ofrecer a los sacerdotes y a los laicos cursos académicos de calidad para que puedan avanzar en la reflexión sobre la fe.
  3. Abrir un espacio de diálogo entre fe y cultura, entre saberes seculares y saberes que provienen de la fe.

Un Centro de Estudios, con más o menos alumnos, pero con buenos profesores, es una instancia misionera muy valiosa. Y la luz que proviene de ahí abarca a los candidatos al sacerdocio, a los ya sacerdotes, a los fieles laicos y a la sociedad en general.

En estos seis años no han faltado los trabajos: Los informes para la renovación de la afiliación – que ha de conceder la Santa Sede -; la adaptación de los estudios al Plan de Bolonia; la evaluación interna y externa del Centro; la renovación del Plan de Estudios, a fin de aplicar el Decreto de la Santa Sede sobre los estudios de Filosofía, etc.

También nos ha tocado elaborar planes de Formación teológica para sacerdotes y un Aula de Teología para laicos.

Y no es menor esfuerzo hacernos presentes en la prensa local, cada vez que los medios piden una palabra que pueda tener que ver con la Teología, que interesa menos de lo que nos gustaría a los que nos dedicamos a enseñar, pero más de lo que pensamos.

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