¿Qué hacer con las cenizas de los difuntos?

Ha sido noticia - y yo mismo he recibido un par de llamadas al respecto, por parte de periodistas que me pedían un comentario sobre el asunto – la Instrucción “Para resucitar con Cristo” de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Estamos muy cerca de la solemnidad de Todos los Santos y de la conmemoración de los Fieles Difuntos. Y, todo lo que tiene que ver con la muerte y con el trato dispensado a los muertos, no solo está relacionado con la fe cristiana, sino que tiene, obviamente, un hondo sentido antropológico.

La Iglesia Católica siempre se ha inclinado, y esto no es novedad, por la sepultura de los cuerpos. Y lo ha hecho por razones doctrinales y pastorales. Ambos tipos de razones – lo que es normativo en la fe, lo doctrinal,  y lo que es más conveniente para orientar a los cristianos, lo pastoral – van siempre unidas y no es posible establecer una separación tajante entre las mismas.

La fe de la Iglesia profesa, ante todo, la Resurrección de Cristo y, también, la resurrección de los muertos. ¿Qué significa hablar de resurrección? Significa, esencialmente, que el alma y el cuerpo, que se separan en la muerte, volverán a unirse en una existencia nueva que supera la muerte. Es decir, el hombre entero, cuerpo y alma, está destinado a vivir para siempre.

La pastoral de la Iglesia, en coherencia con su doctrina, ha recomendado que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios o en otros lugares sagrados. Se trata de recordar el itinerario de Cristo: muerto, sepultado y resucitado de entre los muertos.

La sepultura en los cementerios o en otros lugares sagrados asegura, en los posible, además, el debido respeto que merecen los cuerpos de los fieles difuntos, de aquellos, los fieles, que han sido convertidos, por el Bautismo, en templos del Espíritu Santo. El Cristianismo es la religión de la Encarnación. Dios y el hombre, el espíritu y la carne, lo trascendental y lo histórico no se pelean entre sí, sino que se aúnan en la condescendencia del Hijo de Dios hecho hombre.

Estas razones se unen a una razón que es, simultáneamente, doctrinal y pastoral. Y muy humana en el fondo: que haya un “lugar” para la memoria, donde se pueda llorar, recordar y orar por los difuntos.

¿Es, de por sí, un pecado mortal cremar a los difuntos? No, no lo es. “La cremación del cadáver no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo”, dice la Instrucción. O sea, no hay una negativa absoluta, total, a la cremación de los cadáveres.

En resumen, la cremación no está prohibida, “a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana”. Y, así como no hay una prohibición absoluta de la cremación, tampoco la hay acerca del destino de las cenizas. Se recomienda, siempre, que se mantengan en un lugar sagrado. Básicamente, para asegurarse de que rezarán por los difuntos y de que tratarán con respeto sus restos mortales.

¿Pueden conservarse las cenizas en el hogar? La respuesta es: Mejor que no; mejor, de ordinario, en un lugar sagrado. Para evitar malentendidos, se pide que no se permita la “dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua”, etc. Se trata de asegurar, también en este caso, el máximo respeto a los restos del difunto. Siempre son razones condicionadas las que se dan: “no, porque…”. No se dice que, en sí mismo, sea malo conservar las cenizas en casa o de otro modo.

El lenguaje incondicional vuelve cuando se recuerda lo que ya sabemos: “En el caso de que el difunto hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana, se han de negar las exequias, de acuerdo con la norma del derecho”.

¿Cuándo va a suceder eso? Prácticamente nunca.

O sea, la Instrucción nos recuerda lo que es más acorde con la doctrina y la práctica cristiana, pero, a la vez, se muestra muy permisiva con las razones que pueden inclinar en un sentido o en el otro. Si no hay un rechazo formal y expreso de la fe cristiana, todo seguirá, de hecho, como hasta ahora: Que cada cual haga lo que le parezca mejor; eso sí, sin ir explícitamente en contra de la fe.

 

Guillermo Juan Morado.

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