Nuestro Señor Jesucristo tuvo la Omnisciencia durante su vida terrena
En lo que sigue, continuación de un “post” anterior, queremos decir algo acerca del conocimiento que Nuestro Señor Jesucristo tuvo durante su vida terrena. Siguiendo el modo de hablar tradicional vamos a hablar de la “ciencia” de Cristo en el sentido simplemente de conocimiento intelectual y no en el sentido del conocimiento que se obtiene mediante el método científico.
Para empezar recordamos las siguientes verdades de fe:
1) Jesús tiene una voluntad humana distinta de su Voluntad divina y en total y libre acuerdo con Ella (Concilio III de Constantinopla, contra los monoteletas).
2) Por la misma razón, Jesús tiene dos inteligencias : la divina , que le corresponde por su naturaleza divina, y la humana , que le corresponde por su naturaleza humana.
3) Por su naturaleza divina, el hombre Jesús posee la Inteligencia Divina y la Omnisciencia.
Recordemos que el “hombre Jesús” es el Verbo de Dios encarnado , la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
Como dice el teólogo Charles Boyer:
“Certum est enim eum, cum sit ipsum Verbum, in natura sua qua communem habet cum Patre et Spiritu Sancto divinam scientiam habuisse, eamque scientiam tribuendam esse Christo homini, nam, propter unionem naturarum in unitate personae dicendum est: hic homo Christus habet divinam scientiam (quia est Verbum incarnatum).”
Traducimos:
“Es cierto que Él, siendo el mismo Verbo, en esa naturaleza suya que tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo tuvo la ciencia divina, y esa ciencia hay que atribuirla a Cristo hombre, pues, por la unión de las naturalezas en la unidad de Persona hay que decir: este hombre Cristo tiene la ciencia divina (porque es el Verbo encarnado).”
BOYER, Charles, S.J., De Verbo Incarnato, Roma, 1952, p. 178.
En este tema se debe distinguir entre ignorancia negativa o simple nesciencia, que consiste en el mero no saber algo, e ignorancia privativa, que es no saber aquello que se debería saber.
Igualmente, hay que distinguir entre omnisciencia absoluta, que incluye todas las cosas no solamente actuales sino también posibles, y omnisciencia relativa, que es el conocimiento de todo lo que de hecho existió, existe o existirá.
La doctrina tradicional de la Iglesia enseña en Jesucristo, en su vida terrena, según su humanidad, la omnisciencia relativa, y niega la ignorancia privativa.
No puede haber omnisciencia absoluta en la humanidad de Cristo, porque todo lo humano es esencialmente finito y limitado; de modo que el conocimiento humano de Cristo es compatible con la ignorancia meramente negativa o nesciencia.
Se debe afirmar en el hombre Jesús, desde el primer instante de su concepción, la Omnisciencia absoluta según su naturaleza e inteligencia divinas.
Basta, en efecto, con que un mismo sujeto sepa algo por alguna de sus facultades cognoscitivas, para que lo sepa absolutamente hablando. Puedo conocer que una pelota de fútbol es redonda mediante la vista o mediante el tacto. Basta que lo sepa mediante la sola vista, o mediante el solo tacto, ignorándolo por tanto según la otra facultad respectivamente, para que lo sepa absolutamente o simplemente hablando.
Y en el hombre Jesús hay un solo sujeto, el Verbo de Dios encarnado. Tanto la Inteligencia Divina, que posee la Omnisciencia, como la inteligencia humana de Cristo, son facultades de ese único Sujeto. Por tanto, como basta que Cristo sepa algo con su Inteligencia divina para que lo sepa absolutamente hablando, y como por esa Inteligencia divina tiene el Verbo Encarnado la Omnisciencia absoluta, el hombre Jesucristo no puede ignorar nada, absolutamente hablando.
En efecto, el que sabe o ignora algo no es, en última instancia, ni la inteligencia, ni el conocimiento, ni la ignorancia, sino el sujeto cognoscente.
Relativamente se puede afirmar ignorancia, no privativa , sino solamente negativa , de algunas cosas en Cristo, mirando sólo a su inteligencia humana .
En esa Omnisciencia absoluta que posee el hombre Jesús en virtud de su Naturaleza e Inteligencia divinas, se comprende también, como no puede ser de otro modo, el conocimiento de su propia Divinidad y de su propia Encarnación, y en ese sentido, la conciencia (divina) absolutamente clara y cierta de su propia Divinidad.
Y esto, desde que el hombre Jesús tiene la naturaleza divina, o sea, desde su misma concepción.
Porque, en efecto, para la conciencia divina, que es según la Inteligencia divina, no hace falta ningún estado de desarrollo de la inteligencia humana.
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Se ha objetado contra esto que la conciencia divina es algo común a las Tres Personas y que por tanto, no se puede hablar de una conciencia del Hijo, según su Divinidad, por la cual Él sea consciente de Sí mismo en tanto que Persona divina distinta del Padre y del Espíritu Santo, quedando por tanto en este planteo la cuestión de la autoconciencia de Cristo reducida a la de su autoconciencia humana.
Sin embargo, en el Nuevo Testamento es claro que el Verbo de Dios Encarnado se atribuye a sí mismo un “Yo” distinto del Padre: “Yo y el Padre somos uno”; “Padre, los que Tú me has dado, quiero que donde esté Yo, estén ellos también conmigo”, y muchos otros pasajes.
Y este diálogo no es solamente entre el Padre y la autoconciencia humana del Señor Jesucristo, sino que es claramente intratrinitario y eterno, divino, involucrando por tanto a la autoconciencia divina del Hijo:
“Antes que Abraham fuese, Yo Soy”, “Salí del Padre y vine al mundo, de nuevo dejo el mundo, y voy al Padre”; “Glorifícame, Padre, junto a Ti, con la gloria que tuve, cerca de Ti, antes que el mundo existiera”.
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En cuanto a la dificultad que dice que la autoconciencia, como tal, no dice oposición relativa, y por tanto, no puede ser plural en Dios, tal vez se pueda superar considerando que así como cada Relación divina es un sujeto personal distinto de la Esencia divina, así también es un sujeto personal distinto de la Ciencia divina, que se identifica realmente con la Esencia divina, y que abarca absolutamente todas las cosas: la Esencia divina, las Tres Personas divinas, todos los atributos divinos, y todo lo creado o creable.
Por tanto, cada Persona divina sabe que en Dios hay Tres Personas divinas realmente distintas entre sí, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que Ella es uno de esos tres sujetos personales de la Esencia y de la Omnisciencia divina, y obviamente que ha de saber, por esa misma Omnisciencia, cuál de esos tres sujetos personales divinos realmente distintos Ella misma es.
En ese sentido, tal vez se pueda decir que las tres autoconciencias divinas son la misma y única Ciencia divina infinita y eterna, en tanto que poseída diversamente por las Tres Personas divinas realmente distintas entre sí.
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¿Por qué entonces no hablamos de tres Esencias divinas, si la Esencia divina también es poseída diversamente por cada una de las Personas divinas? El Padre la tiene como no recibida de nadie, el Hijo, como recibida del Padre, el Espíritu Santo, como recibida del Padre y del Hijo.
La objeción no concluye, porque en todo caso, así como hablamos de una sola Esencia divina, que por su identidad real con las tres Relaciones divinas opuestas y realmente distintas entre sí nos permite hablar de Tres Personas divinas, así también podríamos hablar de una sola Ciencia divina, que por su identidad real con las tres relaciones divinas subsistentes y opuestas entre sí nos permite hablar de tres Autoconciencias divinas.
De hecho, no debe parecer raro, se diría, que si la Persona en Dios es del orden de las relaciones, la autoconciencia personal también lo sea.
De hecho, tampoco el concepto de “persona”, así simplemente tomado, dice de suyo oposición relativa, y sin embargo, en Dios sólo mediante las relaciones opuestas entre sí son concebibles las Personas divinas y su pluralidad.
Es claro que las relaciones divinas no son ni Personas ni autoconciencias fuera de su identidad real con la Esencia divina absoluta y única.
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La condena del agnoetismo por el Papa San Gregorio Magno.
Los “agnoetas” son los que afirman alguna ignorancia en Cristo absolutamente hablando, y no solamente según su naturaleza humana, o bien, una ignorancia privativa, y no solamente negativa.
El texto de San Gregorio Magno que vamos a comentar se entiende en el contexto de la polémica con el monofisismo y sus diversas ramas.
Los severianos eran los seguidores de Severo de Antioquía, un monje monofisita adversario del Concilio de Calcedonia.
Más precisamente, los severianos eran “miafisitas”, es decir, afirmaban una sola naturaleza en Cristo, pero divino-humana (“teándrica”), y entraron en controversia con los “incorruptibilistas” (Julián de Halicarnaso) que eran monofisitas puros, y que afirmaban la incorruptibilidad del cuerpo de Cristo.
Así como afirmaban una sola naturaleza, pero “divino-humana”, los severianos también afirmaban una sola operación “divino-humana” en Cristo, tanto respecto del querer voluntario, como del conocer.
Esa única operación divino – humana de Cristo era perfecta e infinita por su lado divino, pero imperfecta y limitada por su lado humano.
No está lejos de aquí, como se ve, la idea monofisita de una mezcla de lo divino y lo humano en Cristo.
Un seguidor de Severo, Temistio, llevó la afirmación de la corruptibilidad de la naturaleza humana del Señor hasta el extremo de afirmar la ignorancia en la humanidad de Jesucristo, apoyándose en el texto evangélico que parece atribuir al Hijo la ignorancia del día del Juicio Final, y así afirmó no solamente la ignorancia negativa o nesciencia en Cristo, sino también la ignorancia privativa, por eso fue condenado como hereje.
Los monotelitas, que a diferencia de Severo y Temistio, eran monofisitas puros, como afirmaban una única operación exclusivamente divina en Cristo, no podían aceptar ignorancia de ningún tipo en Cristo.
Como para ellos la unidad de Persona en Cristo es inseparable de la unidad de operación, concluyen que afirmar una inteligencia humana limitada y e ignorante de ciertas cosas en Cristo es afirmar en él dos personas: la Divina y la humana, cayendo en la herejía nestoriana.
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El texto de San Gregorio Magno es respuesta a una carta de los orientales donde le dan cuenta de la doctrina de Temistio:
“De ahí que se diga que sólo el Padre lo sabe, porque el Hijo consustancial con El, por su naturaleza que es superior a los ángeles, tiene el saber lo que los ángeles ignoran. De ahí que se puede dar un sentido más sutil al pasaje; es decir, que el Unigénito encarnado y hecho por nosotros hombre perfecto, ciertamente en la naturaleza humana sabe el día y la hora del juicio; sin embargo, no lo sabe por la naturaleza humana. Así, pues, lo que en ella sabe, no lo sabe por ella, porque Dios hecho hombre, el día y hora del juicio lo sabe por el poder de su divinidad… Así, pues, la ciencia que no tuvo por la naturaleza de la humanidad, por la que fue criatura como los ángeles, ésta negó tenerla como no la tienen los ángeles que son criaturas. En conclusión, el día y la hora del juicio la saben Dios y el hombre; pero por la razón de que el hombre es Dios. Pero es cosa bien manifiesta que quien no sea nestoriano, no puede en modo alguno ser agnoeta. Porque quien confiesa haberse encarnado la sabiduría misma de Dios ¿con qué razón puede decir que hay algo que la sabiduría de Dios ignore? Escrito está: En el principio era el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios… todo fue hecho por El [Ioh. 1, 1 y 3]. Si todo, sin género de duda también el día y la hora del juicio. Ahora bien, ¿quién habrá tan necio que se atreva a decir que el Verbo del Padre hizo lo que ignora? Escrito está también: Sabiendo Jesús que el Padre se lo puso toda en sus manos [Ioh, 13, 3]. Si todo, ciertamente también el día y la hora del juicio. ¿Quién será, pues, tan necio que diga que recibió el Hijo en sus manos, lo que ignora?”
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Como vemos, en ningún momento el Papa San Gregorio Magno atribuye la Omnisciencia absoluta a la naturaleza humana de Cristo.
San Gregorio argumenta en dos planos: el de la naturaleza divina de Cristo, y el de su naturaleza humana. En el primero, rechaza la ignorancia incluso negativa, por razón de la Omnisciencia absoluta (“porque el Hijo consustancial con El, por su naturaleza que es superior a los ángeles, tiene el saber lo que los ángeles ignoran”). Por lo mismo, rechaza en Cristo la que llamaremos luego “ignorancia absolutamente hablando”.
En el segundo, rechaza la ignorancia privativa, al afirmar el conocimiento del día del Juicio en Cristo también según su naturaleza humana(“…ciertamente en la naturaleza humana sabe el día y la hora del juicio; sin embargo, no lo sabe por la naturaleza humana.”)
Es de subrayar sobre todo la conexión lógica que establece el Papa entre el “agnoetismo” y el “nestorianismo”, sobre lo cual algo decimos más abajo.
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El III Concilio de Constantinopla enumera a Severo y Temistio entre los herejes:
“…el autor del mal, quien, al principio, se valió de la ayuda de la serpiente y trajo el veneno de la muerte sobre la raza humana, (…) al haber encontrado instrumentos adecuados para trabajando su voluntad (…) los ha empleado activamente para levantar para toda la Iglesia los tropiezos de una voluntad y una operación en las dos naturalezas de Cristo, nuestro verdadero Dios, uno de la Santísima Trinidad; así diseminando, en términos novedosos, entre la gente ortodoxa, una herejía similar a la loca y malvada doctrina de los impíos Apolinar, Severus y Themistius, y esforzándose astutamente para destruir la perfección de la encarnación del mismo Señor nuestro Jesucristo, nuestro Dios, al representar blasfemamente su carne dotada de un alma racional como carente de voluntad u operación.” http://www.ccel.org/ccel/schaff/npnf214.xiii.x.html (traducción nuestra)
Según esto, el Concilio hace referencia solamente al aspecto monotelita y monofisita de la doctrina de Severo y Temistio, sin entrar el asunto “teándrico”, que distingue propiamente a los “miafisitas”, y que como vimos lleva a Temistio a introducir la ignorancia en el conocimiento de Cristo.
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“Quien no sea nestoriano, no puede ser agnoeta”
Curiosamente, la particular forma de monofisismo que sostenía Temistio lo llevó a conclusiones que el Papa San Gregorio Magno pudo llamar “nestorianas”. En efecto, mientras que para el “miafisismo” de Temistio la afirmación de la ignorancia en Cristo era consecuencia de la mezcla, en realidad, de aspectos divinos y humanos en la única operación “teándrica” de la única naturaleza “teándrica” de Cristo, para el nestorianismo, la misma afirmación de la ignorancia en Cristo es consecuencia de la afirmación en Cristo, no solamente de dos naturalezas, la divina y la humana, realmente distintas entre sí, sino además de dos personas en Cristo realmente distintas entre sí, la divina y la humana.
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Dado que no solamente el nestorianismo lleva, como vemos, a la afirmación de la ignorancia simplemente hablando en Cristo, esa afirmación del Papa San Gregorio Magno debe entenderse en el sentido de que toda afirmación de ignorancia absolutamente hablando en Cristo, si no sostiene junto con el “kenotismo” que la Naturaleza divina ha quedado limitada en su misma Divinidad por la Encarnación, implica ese elemento común al nestorianismo y a otras herejías de negar la identidad personal entre Jesús y el Verbo de Dios.
Ejemplo de la convicción tradicional de la Iglesia al respecto son estas palabras del Card. Billot:
“(…) la humanidad de Cristo fue órgano conjunto y permanente de la Sabiduría Increada, en la cual, sin lugar a duda, no se puede fingir sino blasfematoria e impíamente una opinión falsa, una sentencia falsa, y sobre todo, una falsa predicación.” (BILLOT, Ludovico, S.I., De Verbo Incarnato, Roma, 1927, p. 255, traducción nuestra).
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La negación de la Omnisciencia absoluta en el hombre Jesús, también durante su vida terrena, implica negar la identidad personal entre Jesús y el Verbo de Dios (como hacen el adopcionismo, el arrianismo, el nestorianismo), o bien afirmar la limitación de la naturaleza divina del Verbo como consecuencia de su Encarnación (como hace el kenotismo).
Los nestorianos afirmaban dos personas en Cristo, el hombre Jesús y el Verbo de Dios, y entonces, es claro que podían afirmar en Jesús alguna ignorancia absolutamente hablando. Pero también es claro que no pueden hacer eso los católicos, que afirman en Cristo una única Persona, la Persona divina del Verbo de Dios Encarnado.
Este punto fundamental no ha sido suficientemente subrayado, a nuestro juicio, por la teología occidental, al menos, en la época moderna.
En efecto, la discusión sobre la ciencia de Cristo, que ha sido abundantísima, ha versado casi exclusivamente sobre su ciencia humana, sea para afirmar, sea para negar la visión beatífica y/o la ciencia infusa en el alma humana de Cristo.
En la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, el tema de la ciencia de Jesucristo se comienza a tratar de este modo, en el artículo 1 de la cuestión IX de la IIIa. Parte:
“Si además de la ciencia divina, Cristo poseyó alguna otra ciencia”,
o sea que se trata casi exclusivamente de su ciencia humana.
Y esa ha sido la pauta en los tratados de Cristología, hasta el día de hoy.
Es claro que la situación de Santo Tomás, como se puede ver ya desde el título del artículo citado, es distinta de la de muchos teólogos y exégetas actuales: él no pone en duda la ciencia divina de Jesucristo, sino que dice:
“Cristo conoció todas las cosas por la ciencia divina en una operación increada, que es la misma esencia de Dios, pues la intelección de Dios es su propia sustancia, como se demuestra en el libro XII Metaphys. Por eso el alma de Cristo no pudo tener un acto de esta clase, porque es de otra naturaleza. Por consiguiente, si en el alma de Cristo no hubiera existido otra ciencia distinta de la divina, no hubiera conocido nada. Y, en tal supuesto, hubiera sido asumida en vano, porque las cosas existen en orden a su operación.” (IIIa, q. 9, a. 1, ad 1um)
Nótese que en este texto Santo Tomás atribuye a la Naturaleza divina de Cristo esa operación intelectual increada, puesto que excluye expresamente que sea operación de la naturaleza humana del Señor. Y en esta última exclusión se opone Santo Tomás, según he leído, a otros teólogos de su tiempo, por ejemplo, a San Buenaventura, que según esto se colocarían precisamente en el extremo opuesto de lo lamentablemente habitual hoy día: afirmaban la Omnisciencia en la inteligencia humana de Cristo, mientras que hoy día se la elimina muchas veces en la práctica, pues no se tiene en cuenta la Inteligencia divina del Señor.
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En ese contexto en el que se discute solamente la ciencia humana de Cristo, es que se plantea la clásica discusión acerca de si la inteligencia humana de Cristo tuvo o no, durante su vida terrena, la visión beatífica y la ciencia infusa sobrenatural, además de la ciencia adquirida experimentalmente.
Por tanto, cuando actualmente, junto con el hecho de considerar solamente la ciencia humana de Cristo se afirma alguna ignorancia en Él, se la afirma absolutamente hablando, y por tanto, se niega implícitamente su Divinidad.
En la actualidad, muchos teólogos caen en el nestorianismo por la forma en que limitan el conocimiento o la autoconciencia de la Divinidad en Jesucristo.
Por eso también, en nuestros días, la afirmación de la ignorancia absolutamente hablando en Cristo suele ir unida a una Cristología en el fondo nestoriana.
Véase, por ejemplo, Karl Rahner, (cuyos planteos nestorianos ya vimos en el “post” anterior): “Ponderaciones dogmáticas sobre el saber de Cristo y su conciencia de Sí mismo”, en “Escritos de Teología”, t. V, Ed. Taurus, Madrid, 1964, pp. 221 – 243.
El título habla del saber de Cristo y su conciencia de Sí mismo, sin más, pero todo el artículo habla solamente del saber y la conciencia humanos de Cristo.
En efecto, en seguida aclara que el tema de su conferencia es “el saber de Cristo y su conciencia de Sí mismo en cuanto hombre”, pero ahí está justamente la cuestión, porque así formulado, el tema sigue siendo abstracto, ya que en concreto, Jesús no es solamente hombre, sino también Dios, y eso, en unidad de persona y de sujeto personal de todos los actos de conocimiento y de “conciencia” tanto divinos como humanos del Verbo Encarnado.
Y por tanto, una decisión definitiva (no me refiero a una decisión dogmática del Magisterio, sino a una decisión teológica) acerca de si Jesús sabe o no sabe algo, es consciente o no de algo, sólo puede hacerse teniendo en cuenta también el conocimiento divino (Omnisciente) del que también es sujeto personal el hombre Jesús, Verbo de Dios encarnado.
Y Rahner quiere ciertamente dar en su artículo esa tal decisión definitiva, pero como quiere hacerlo basado solamente en el conocimiento humano de Jesús, su intento falla fundamentalmente.
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Dice Rahner:
“Por todo lo cual es completamente legítimo querer observar en qué ámbito de conceptos dado de antemano, en qué desarrollo dado eventualmente y que se alza históricamente y sin trabas a posteriori, ha acontecido desde el comienzo ese llegar-a-sí-mismo, que se hace temático, del talante fundamental humano-divino, de la inmediateidad para con Dios y de la filiación de Jesús; qué conceptos, dados al Jesús histórico de antemano por su religioso mundo entorno, ha utilizado para decir lentamente lo que en el fondo de su existencia supo ya desde siempre. Dicha historia de su autodeclaración no es necesario que se interprete, al menos sistemáticamente, como historia de su acomodación pedagógica, sino que puede ser leída sin inquietud como historia de una autointerpretación para sí mismo (…) Si alguien objetase contra la teoría bosquejada, que afirma de entrada una inmediateidad para con Dios de índole radical de la autoconsciencia de Jesús, pero que enseña, sin embargo, por lo menos en la dimensión de la reflexión y objetualización conceptuales de ese talante fundamental originario, una historia y un desarrollo auténticos, que implican por necesidad estadios en los que no estaban dadas todavía determinadas objetualizaciones, conformaciones y mediaciones de ese talante fundamental, y en los que por tanto en este sentido y en esta dimensión estaba dado un no-saber, habrá entonces que conceder, ante tal objeción, un no-saber inicial estructurado de ese modo, pero habrá también que impugnar radicalmente que dicho no-saber no pueda ser aceptado a la vista de declaraciones del ministerio docente de la Iglesia o de una tradición teológica obligativa.”
Hay que decir que esa “lento” decirse a sí mismo, por parte de Jesucristo, quién es Él, partiendo de algo sabido ya desde siempre en el fondo de su existencia, se puede interpretar de dos maneras: como pasaje de una conciencia actual, pero no reflexiva, a una conciencia actual y reflexiva, o como pasaje de una conciencia solamente potencial a una conciencia actual, y además, se lo puede entender respecto de la conciencia divina de Cristo, o respecto de su conciencia humana.
Respecto de la conciencia divina de Cristo, dicho pasaje gradual y lento y dicha autointerpretación progresiva no tienen, obviamente, sentido alguno. Dios se conoce perfectamente a Sí mismo desde la Eternidad, sin posibilidad alguna de progreso o disminución.
Respecto de la conciencia humana del Señor, es concebible el pasaje de una conciencia actual pero no reflexiva a una conciencia actual y reflexiva, pero no el pasaje de una conciencia solamente potencial a una conciencia actual.
Porque lo que es en potencia solamente, simplemente hablando no es, como el estudiante de arquitectura no es arquitecto, simplemente hablando.
Por tanto, si ya viviendo en esta tierra como hombre, sólo en potencia sabía Jesús primero de su propia Divinidad, y luego lo supo en acto, eso quiere decir que al principio el Señor estuvo en la ignorancia y el error respecto de su propia naturaleza, lo cual es absolutamente absurdo e insostenible.
En efecto, no se trataría sólo de ignorancia, sino también de error, porque una conciencia humana normal no puede pasarse sin una convicción acerca de su propia naturaleza. No sería normal, e incluso habría que ver si es posible y si se ha dado alguna vez (puede ser que haya sido el caso de los llamados “niños lobos“, que fueron criados por animales o se criaron en la selva sin contacto con humanos, que los ha habido) , que un ser humano no tenga una convicción clara, y afirmativa, obviamente, respecto de si es un ser humano o no.
En todos los otros casos, excepto, precisamente, el de Nuestro Señor, esa convicción espontánea y normal es la de ser puramente humanos, es decir, humanos y nada más que humanos.
En Cristo, en cambio, esa convicción sería un error monstruoso, una equivocación radical acerca de Sí mismo nada menos que en el Dios hecho hombre. Por tanto, también a nivel humano ha debido estar en el Señor la convicción espontánea, desde el principio de su uso de razón,de su propia Divinidad.
Semejante error, decimos, como el que consistiría en que Jesucristo, según su conciencia humana, se considerase a sí mismo como un puro hombre, sería absurdo e inaceptable incluso si al mismo tiempo se admitiese la conciencia divina Omnisciente en Jesucristo. Es más, el absurdo sería más grande aún, porque la misma Persona sería a la vez sujeto de ambas conciencias: la divina, que diría con verdad que esa Persona es divina, y la humana, que diría falsamente que se trata de una persona humana.
Pero prescindiendo en los hechos, y en definitiva, por eso mismo, negando implícitamente, como hace Rahner, la conciencia propiamente divina en Cristo, a lo que se llega es a un error, pura y simplemente hablando, en la mente de Cristo acerca de su propia naturaleza personal, que sería equivalente a una forma grave de locura, salvo que no se lo considere error por el simple hecho de que no se cree que Jesús sea personalmente Dios (recordemos del “post” anterior el texto de Rahner que pone a Jesús en actitud de adoración ante el Verbo de Dios !!)
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Por otra parte, véase en el “Curso fundamental sobre la fe”:
“Históricamente hablando, deberán permanecer abiertas muchas preguntas acerca del Jesús prepascual: si él tenía una conciencia verbalizada de Mesías; cuáles de entre los cincuenta nombres aproximadamente que en el Nuevo Testamento se dan a Jesús corresponde mejor o por completo a su conciencia de sí mismo; si, p. ej., el título de Hijo del hombre en la cristología neotestamentaria pertenece a las ipsissima verba de Jesús, o bien esto no puede demostrarse; si Jesús (por lo menos en ciertos momentos) pensó en una posible diferencia entre él mismo y su futuro Hijo del hombre; si, en qué medida y en qué sentido el Jesús prepascual atribuyó explícitamente a su muerte una función soteriológíca más allá de lo implicado en las afirmaciones antes mencionadas (en 4); si y en qué sentido él, antes de pascua, dada su esperanza de la proximidad del reino de Dios, previó, quiso e institucionalizó a sus discípulos como nueva comunidad, fundada ya y que debía fundarse, como nuevo Israel de los que creen en él.”
Rahner admite, por tanto, como posible, es decir, como no incompatible con nuestra fe católica, que Jesús haya creído, al menos por un instante, que Él no era el Hijo del Hombre, que Jesús no haya atribuido a su muerte una función soteriológica, y que Jesús no haya realmente querido ni fundado la Iglesia antes de su muerte y Resurrección.
Eso, decimos nosotros, sólo puede pensarse coherentemente negando la Encarnación de Dios, es decir, negando la Divinidad de Cristo, es decir, negando que la única Persona que hay en Cristo sea la del Verbo de Dios encarnado, la cual, por tanto, al menos según su Inteligencia divina, posee la absoluta Omnisciencia.
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Dice también Rahner:
“La diferencia entre la autoconciencia humana y Dios, una diferencia que prohíbe entender esta autoconciencia humana en cierto modo como un doble de la conciencia divina, se muestra además en el hecho de que Jesús durante su aparición pública hubo de llegar a conocer (hablamos siempre de conciencia objetivada y verbalizada de Jesús) que el reino de Dios, por causa de la dureza del corazón de los oyentes, no llegaba en la manera como él había pensado al principio de su predicación. A pesar de una identidad última —mantenida durante toda la vida— de una profunda conciencia no refleja de cercanía radical y singular respecto de Dios (tal como se pone de manifiesto en la peculiaridad de su conducta con el “Padre”), esta (auto)conciencia de Jesús, que se objetiva y verbaliza, tiene una historia: comparte los horizontes de inteligencia y de conceptos de su entorno (también para sí mismo, no sólo por mera “condescendencia” para con otros); aprende, hace nuevas experiencias que le sorprenden; está amenazado por crisis supremas de propia identificación, aun cuando éstas estén a su vez envueltas —sin perder su agudeza— por la conciencia de que también ellas mismas permanecen acogidas en la voluntad del “Padre”.”
Aquí vemos claro cómo Rahner prescinde simplemente de la autoconciencia divina de Cristo, para centrarse solamente en la humana y justificarse así con la obviedad de que la autoconciencia humana no es la autoconciencia divina.
Pero ése no es el punto, sino que en una misma y única Persona, que posee tanto la naturaleza divina como la humana, y por ello tiene tanto la autoconciencia humana como la autoconciencia divina, obviamente que el objeto de ambas autoconciencias ha de ser uno y el mismo, que es la Persona divina del Verbo de Dios encarnado.
Y por esa autoconciencia tanto divina como humana de su propia Divinidad, Jesús se conoce a Sí mismo como infinitamente más que “singular y radicalmente cercano” respecto del Padre: no puede conocerse sino como CONSUSTANCIAL con el Padre.
Y obviamente también, por tanto, se conoce Jesús humanamente hablando como Mesías.
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No faltan tampoco en Rahner las referencias al “neocalcedonismo”, supuestamente distinto de la cristología “puramente calcedoniana”, tema al que hacíamos referencia en el “post” anterior mencionado:
“Aludamos, al menos de pasada, a que hay un problema intradogmático en la teología de los últimos años que se ocupa del lo di Cristo, de su consciencia, de su autoconsciencia creada, bajo los aspectos dogmáticos del neocalcedonismo o de una cristología más bien puristamente calcedoniana, o bajo los puntos de vista de una teología del Assumptus-Homo o del llamado Baslismo.” (Escritos de teología, V).
Estos autores llaman “neocalcedonismo” a la tesis que afirma que, cuando el Concilio de Calcedonia dice que en Cristo hay una sola Persona, y dos naturalezas, la divina y la humana, esa Persona es la Persona divina del Verbo de Dios, y según ellos, el supuesto “equlibrio” y “moderación” del Concilio de Calcedonia habría sido que dijo que en Cristo había una sola Persona, pero no que fuese divina.
¿Y qué otra cosa iba a ser la única Persona del Verbo Encarnado, sino una Persona divina? ¿Y qué otra cosa pudo haber dicho el Concilio de Calcedonia, sino precisamente eso?
Si en Cristo hay una sola Persona, y Cristo es el Verbo de Dios hecho hombre, y el Verbo de Dios es una Persona divina, entonces necesariamente, la única Persona que hay en Cristo es la divina. Ciertamente que bajo esas premisas no pudo haber en Cristo una persona humana, ni menos aún una persona “neutra” o “vacía”, ni divina ni humana, ni menos aún una persona “mezclada”, en parte divina y en parte humana.
Dice el Concilio de Calcedonia:
“se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha trasmitido el Símbolo de los Padres.”
Es claro que para el Concilio de Calcedonia la única persona que hay en Cristo es el “Hijo Unigénito, Dios Verbo”, y por tanto, una Persona divina. Nótese que cuando se habla de la unidad en Cristo se habla de la Persona del Señor, y allí los títulos que se le dan son divinos: Dios, Verbo, Señor, Hijo, Unigénito.
El “neocalcedonismo”, por tanto, no existe.
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Pero nótese la diferencia abismal, infinita, entre esas dos religiones: la que cree que Cristo es una Persona divina, la Segunda Persona de la Trinidad (es decir, la religión cristiana y católica) y la que cree que Cristo es una persona humana en la que habita, está, se hace presente, se manifiesta, el Verbo de Dios que, como Persona divina que es, sería por tanto una persona distinta de Cristo, y ésta es la religión pseudocristiana y pseudocatólica de muchos “progresistas” que están dentro (físicamente) de la Iglesia hoy día.
La diferencia entre esas dos religiones, esas dos fes, es infinita, como es la diferencia entre esos dos Cristos: el que es una persona humana, y el que es una Persona divina.
Es a partir de aquí, a partir de la crisis de fe, dogmática y de la crisis de la teología especulativa, dentro de la Iglesia, que se debe entender luego la crisis de la teología moral, y, entre otras cosas, la consiguiente plaga de la red homosexual clerical que actualmente parasita y canceriza a la Iglesia.
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No solamente en el nestorianismo es posible afirmar la ignorancia en Cristo absolutamente hablando, sino también en las teologías “kenóticas”.
En efecto, en estas Cristologías, como decíamos en el “post” anterior, no se niega que en Cristo hay una sola Persona, que es la divina, pero sí se afirma que la misma Naturaleza divina del Verbo ha sufrido alguna pérdida, disminución o limitación por la Encarnación, de modo que ha perdido, por ejemplo, la Omnisciencia.
Veamos por ejemplo a Bruno Forte. En primer lugar, afirma la ignorancia y el error, absolutamente hablando, en Jesucristo durante su vida terrena:
“La cristología tradicional respondía a estas preguntas partiendo de un esquema “descendente”; si Dios se hizo hombre, es necesario reconocerle a este hombre todas las posibles perfecciones consiguientes a la “unión hipostática". Es decir, la unicidad del sujeto divino establecería la exigencia de reconocer en Jesús junto al conocimiento divino un conocimiento humano adecuado lo más posible a la perfección de la persona cognoscente. (…) No es difícil observar que semejante imagen de Jesús contrasta con lo que de él nos ofrecen los Evangelios: un Jesús que crece “y se fortalecía lleno de sabiduría y de gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2 52), que ignora el día del Juicio (cf Mc 13,32 y Mt24,36), lo mismo que hechos ordinarios de la vida (cf, por ejemplo, Mc 5,30-33); un Jesús que refleja a menudo en sus conocimientos religiosos “las ideas inadecuadas, incluso erróneas, de su tiempo", difícilmente se concilia con un Jesús “omnisciente” que lo ve todo en Dios.”(FORTE, Bruno, “Jesús de Nazareth, historia de Dios, Dios de la historia”, Ed. Paulinas, 1991, pp. 192 - 193).
Como vemos, Forte también hace una consideración nada más que de pasada del conocimiento divino de Cristo, para concentrarse solamente en su conocimiento humano. No parece preguntarse en ningún momento cómo es posible que un mismo y único Sujeto Personal que posee la Inteligencia divina ignore algo absolutamente hablando.
Ese “lleno” de sabiduría que incluye Forte en la cita de San Lucas no está en el original y más bien iría contra la tesis de Forte, curiosamente.
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En segundo lugar, incluye este obligado colofón “kenótico”:
“La fe y la esperanza de Jesús nos hablan de la radicalidad con que el Dios cristiano ha salido de sí para hacerse pobre y peregrino por amor al hombre. La oscuridad e ignorancia en la historia de su conocimiento nos manifiestan la maravillosa “condescendencia” de Dios con nuestra debilidad. El Dios absolutamente libre y transcendente -y de esta libertad y transcendencia es señal la relación única y exclusiva entre Jesús y el Padre, enteramente distinta de cualquiera otra posibilidad humana- deviene, o sea entra en el movimiento de la historia humana, se empeña en construir con el hombre la novedad del porvenir, con toda la condición corporal y la resistencia que implica. (…) El Dios de la historia de Jesús es el Dios de parte del hombre, que se hace cargo del oscuro devenir y en él construye su reino; es el Dios que, en su soberana libertad acepta entrar en las tinieblas del tiempo para convertirlo en aurora de gloria futura; un Dios de hombres, que no hace competencia al hombre, que incluso se hace humano para que el hombre crezca. La historia de la conciencia de Jesús es en este sentido la historia de la humildad de Dios; sólo el que puede aniquilarse –y sólo Dios lo puede, porque sólo él puede acercarse a quien le es infinitamente inferior (la “kenosis” de que habla Flp 2,5 ss)- puede ser verdaderamente humilde. “La virtud que tiene por nombre humildad está arraigada en lo más profundo de Dios” (Maestro Eckhart). La historia del humilde Nazareno “manifiesta a la vez que la humildad es el centro de la gloria".” (FORTE, Bruno, “Jesús de Nazareth, historia de Dios, Dios de la historia”, Ed. Paulinas, 1991, pp. 214 – 215).
Parte de esto puede interpretarse en sentido calcedonense: la Persona divina del Verbo encarnado sufre la ignorancia (= nesciencia, ver arriba), la limitación, la oscuridad, etc., y cambia, es sujeto del devenir, en su naturaleza humana, no en su naturaleza divina.
Pero entonces no se puede hablar de la fe y la esperanza de Jesús.
Porque la fe es de lo que no se ve, y el hombre Jesús, al menos según la ciencia divina de su Inteligencia divina, ve con absoluta claridad a Dios y a absolutamente todas las cosas.
Y la esperanza tiene por objeto la salvación, cosa de la que no necesitaba, ni era capaz, ciertamente, el Salvador, el Hijo de Dios hecho hombre.
Además, ya vimos por el texto anterior que Forte niega la Omnisciencia de Jesús.
Más bien parece, entonces, que el texto se ha de interpretar en sentido kenótico: es la misma Divinidad del Verbo Encarnado, o dicho de otro modo, es según su misma Divinidad que el Verbo Encarnado es limitado, ignora, sufre, y hasta necesita salvación.
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Sigue Forte:
“Podemos apreciar cómo el Dios de Jesús es capaz de sufrir por amor, porque Él es amor: lo ha destacado con las palabras intensas Juan Pablo II en Dominum et Vivificantem:”El Libro sagrado parece vislumbrar un dolor, inconcebible e inefable en las “profundidades de Dios” y, en cierto sentido, en el corazón de la Trinidad inefable … En las profundidades de Dios hay un amor de Padre que, ante el pecado del hombre, según el lenguaje bíblico, reacciona hasta el punto de decir: “Lamento haber hecho al hombre” … Hay, pues, un misterio paradójico del amor: en Cristo sufre un Dios rechazado por su propia criatura … pero, al mismo tiempo, desde lo profundo de este sufrimiento el Espíritu dibuja una nueva medida del don dado al hombre y a la creación desde el principio. El amor obra en las profundidades del misterio de la Cruz “(n. ° 39 y 41).
Y sigue Forte:
“Es el dolor del amor divino lo que hizo que los Concilios de la Iglesia antigua se atrevieran a pronunciar las palabras: “Deus passus est” - “Dios ha sufrido“. Es la revelación del abismo de la divinidad lo que hizo decir a Agostino: “Deus crucifixus” - “el Dios crucificado". Aquí yace la base de lo que Orígenes dijo una vez: “¡Ni siquiera el Padre está impasible! ¡Dios está llorando incluso por Nabucodonosor!”
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Sin negar que la expresión del pensamiento en estos pasajes de San Juan Pablo II podría indudablemente haber sido más feliz de lo que es, en ningún momento, sin embargo, se llega a decir explícitamente y taxativamente en ellos que Dios sufre en tanto que Dios.
De hecho, San Juan Pablo II agrega en ese mismo numeral citado por Forte:
“La concepción de Dios, como ser necesariamente perfectísimo, excluye ciertamente de Dios todo dolor derivado de limitaciones o heridas (…)”
Ahora bien, hay que preguntarse qué queda del concepto de “dolor” si se extrae de él todo mal y toda imperfección o limitación.
Respuesta: no queda nada. El dolor es esencialmente un mal y una imperfección, y no sólo por la circunstancia contingente de si es pasivamente soportado o no. De lo contrario, no es dolor, simplemente hablando, sino otra cosa distinta a la que se la que querido aplicar la misma palabra.
En cuanto al “Deus passus est” de los Padres, obviamente que hay que entenderlo en el sentido de la “comunicación de idiomas”: la Persona divina del Verbo sufre, en su naturaleza humana asumida, no en su naturaleza divina. Por eso no sufren ni el Padre ni el Espíritu Santo.
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Sigue Forte:
“El sufrimiento de Dios es, por lo tanto, el signo de su humilde amor, no de su debilidad o su limitación: no se trata de un sufrimiento pasivo, que se sufre ya que no es posible prescindir de él. En cambio, es un sufrimiento activo, elegido libremente y aceptado por amor al ser amado. A diferencia de la creencia generalizada en la tradición griega occidental, según la cual no hay otro sufrimiento que el padecido, que es una señal de imperfección y por lo tanto hacer que muchos postulen la impasibilidad de Dios, el Dios cristiano revela un dolor activo, aceptado libremente, perfecto en la perfección del amor: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15:13)".
El argumento, entonces, es que el dolor sólo es imperfección si es pasivamente soportado, no si es libre y activamente elegido. El supuesto del argumento es que la imperfección sólo es tal, si es pasivamente soportada.
Como ya dijimos, un dolor que no tenga nada de imperfección ni de mal no es un dolor, simplemente hablando.
Además, se puede elegir libre y activamente las peores cosas.
Por otra parte, el aspecto de “pasividad” es esencial al dolor como tal. Una pura y libre actividad que no encontrase frente a sí ninguna barrera ni ninguna contrariedad, no se ve cómo podría todavía sufrir dolor alguno.
De hecho, estas teologías suelen afirmar el dolor de Dios ante el pecado del hombre, y ahí es claro que el que es activo es el hombre, no Dios.
Afirmar dolor auténtico en Dios en tanto que Dios es negar la Suma Perfección divina y por tanto, a Dios mismo.
No es la razón “griega” o “helénica”, es la razón simplemente hablando la que encuentra absurdas tales afirmaciones.
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Dice el Catecismo:
“Por tanto, todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto (cf. ya Concilio de Éfeso: DS, 255), no solamente los milagros sino también los sufrimientos (cf. Concilio de Constantinopla II: DS, 424) y la misma muerte: “El que ha sido crucificado en la carne, nuestro Señor Jesucristo, es verdadero Dios, Señor de la gloria y uno de la Santísima Trinidad” (ibíd., 432).”
Esto se debe complementar con el Concilio Romano de 382, Sobre la Trinidad y la Encarnación D-72:
“Si alguno dijere que en la Pasión, Dios sentía el dolor de cruz y no lo sentía la carne junto con el alma, de que se había vestido Cristo Hijo de Dios, la forma de siervo que para sí había tomado, como dice la Escritura [cf. Phil. 2, 7], no siente rectamente.”
Es decir, el Catecismo dice que en virtud de la Encarnación, Dios mismo (el Verbo) sufre y muere, porque el sujeto de la naturaleza humana, en la que se da el sufrimiento y la muerte, es la Persona divina.
Y el Concilio Romano dice que Dios, encarnado, sufre y muere en su naturaleza humana asumida, no en su naturaleza divina, porque la naturaleza divina como tal es incapaz de sufrimiento y de muerte.
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Por eso es ambiguo, considerando además el contexto, dedicado a ensalzar una supuesta mutabilidad divina, lo que dice Galot:
“La persona divina del Verbo ha experimentado, por tanto, lo que es ser hombre. Lo ha experimentado por medio de su naturaleza humana, pero lo ha experimentado verdaderamente en cuanto persona divina” (GALOT, J., Hacia una nueva cristología, Ed. Mensajero, Bilbao, 1972, p. 102).
No ha sido solamente “por medio de su naturaleza humana”, sino además “según (solamente) su naturaleza humana”:
Ese “en cuanto persona divina”, o bien quiere decir que esa experiencia la ha tenido la misma Persona del Verbo, pero sólo según su naturaleza humana, y no según su naturaleza divina, y entonces no se trata para nada de una “nueva cristología”, sino de la tradicional, o bien quiere decir que la Persona divina hace una nueva experiencia también según su naturaleza divina, y eso es negar la inmutabilidad divina que es dogma de fe por el Concilio de Nicea.
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Existe respecto de nuestro tema un documento de la Comisión Teológica Internacional, denominado “Teología-cristología-antropología”, del año 1988. Dice lo siguiente:
“En la teología actual se ponen frecuentemente en duda, por motivos históricos o sistemáticos, la inmutabilidad y la impasibilidad de Dios, sobre todo en el contexto de la teología de la cruz. De esta manera han nacido diversas concepciones teológicas sobre el «dolor de Dios». En ellas hay que separar las ideas falsas de los elementos conformes con la revelación bíblica. Puesto que el problema se está tratando todavía hoy, aquí se busca sólo un primer acercamiento, el cual, sin embargo, quiere abrir el camino a la solución de la cuestión.”
Como veremos, la solución no aparece aquí clara, sí el riesgo de contradecir verdades fundamentales de la fe.
“Según el Concilio de Éfeso (cf. la carta de San Cirilo, dirigida a Nestorio), el Hijo se apropió los dolores infligidos a su naturaleza humana (oikeiosis); los intentos de reducir esta proposición (y otras existentes en la Tradición, semejantes a ella) a mera «comunicación de idiomas» sólo pueden reflejar su sentido íntimo, de modo insuficiente y sin agotarlo. Pero la Cristología de la Iglesia no acepta que se hable formalmente de pasibilidad de Jesucristo según la divinidad.”
¿Y entonces? La “comunicación de idiomas” no es un mero recurso verbal, sino que es la expresión misma del misterio de la Unión Hipostática, por el cual la Persona divina misma es realmente afectada por todo aquello que sucede en su naturaleza humana, pero no en su Naturaleza divina, sino precisamente en su naturaleza humana asumida.
Si eso es “insuficiente”, lo único “suficiente” será afirmar de algún modo una afección en la Naturaleza divina como tal, y entonces se está en contradicción con la última frase: “la Cristología de la Iglesia no acepta que se hable formalmente de pasibilidad de Jesucristo según la divinidad.”
La mera yuxtaposición verbal no debe ser vista como síntesis conceptual o doctrinal.
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Dice el Documento:
“4. A pesar de cuanto hasta ahora hemos dicho, los Padres citados afirman claramente la inmutabilidad e impasibilidad de Dios. Así excluyen en la misma esencia de Dios la mutabilidad y aquella pasibilidad que pasara de la potencia al acto.”
¿Hay otra pasibilidad que no implique pasaje de la potencia al acto? La noción misma de “pasibilidad” hace referencia al ente en potencia, en cuanto implica el concepto de “recibir pasivamente la acción de otro”, que es lo propio de la “pasión”.
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Finalmente, el documento enuncia la doctrina ortodoxa:
“4.1. Con respecto a la inmutabilidad de Dios hay que decir que la vida divina es tan inagotable e inmensa, que Dios no necesita, en modo alguno, de las creaturas y ningún acontecimiento en la creación puede añadirle algo nuevo o hacer que sea acto, algo que fuera todavía potencial en él. Dios, por tanto, no puede cambiarse ni por disminución ni por progreso. «De ahí que, al no ser Dios mutable de ninguna de estas maneras, es propio de él ser completamente inmutable». Lo mismo afirma la Sagrada Escritura, de Dios Padre, «en el cual no hay variación ni sombra de cambio» (Sant 1, 17). Sin embargo, esta inmutabilidad del Dios vivo no se opone a su suprema libertad, como lo demuestra claramente el acontecimiento de la encarnación.”
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Pero enseguida:
“5.1. En nuestros tiempos, los aspiraciones de los hombres buscan una Divinidad que ciertamente sea omnipotente, pero que no parezca indiferente; más aún, que esté como conmovida misericordiosamente por los desgracias de los hombres, y en este sentido «compadezca» con sus miserias. La piedad cristiana siempre rehusó la idea de una Divinidad a la que de ningún modo llegaran las vicisitudes de su creatura; incluso era propensa a conceder que, como la compasión es una perfección nobilísima entre los hombres, también existe en Dios, de modo eminente y sin imperfección alguna, la misma compasión, es decir, «la inclinación […] de la conmiseración, no la falta de poder» y que ella es conciliable con su felicidad eterna. Los Padres llamaron a esta misericordia perfecta con respecto a las desgracias y dolores de los hombres, «Pasión de amor», de un amor que en la Pasión de Jesucristo llevó a cumplimiento y venció los sufrimientos.”
“Pasión” es “padecer”, y “compasión” es “padecer con”. Todo esto es ininteligible sin alguna potencialidad e imperfección, y por tanto, afirmarlo de Dios según su naturaleza divina en un sentido que no sea metafórico es negar la absoluta Perfección divina.
Con el mismo argumento de la “perfección nobilísima entre los hombres” se podría decir que en Dios deben darse en forma “eminente” la castidad matrimonial o célibe, la templanza ante los ataques de la gula, etc., etc. Precisamente una diferencia entre Dios y las creaturas es que en éstas hay “perfecciones” que implican esencialmente imperfección y que por eso como tales no pueden darse propiamente en Dios: por ejemplo, la velocidad, la fuerza muscular, la presteza en el raciocinio, la fortaleza ante las tentaciones, etc.
Si pasamos por el contrario al lenguaje impropio, es decir, metafórico, es claro que no hay dificultad alguna. Pero el teólogo debe avisar claramente cuándo está usando un lenguaje de mera analogía impropia, o metafórica, y cuándo un lenguaje de analogía propia, no metafórica, que es el que ante todo conviene a la teología.
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Sigue el Documento:
“5.2. Por ello, en las expresiones de la Sagrada Escritura y de los Padres, y en los intentos modernos, que hay que purificar en el sentido explicado, ciertamente hay algo que retener. Quizá hay que decir lo mismo del aspecto trinitario de la cruz de Jesucristo. Según la Sagrada Escritura, Dios ha creado libremente el mundo, conociendo en la presciencia eterna —no menos eterna que la misma generación del Hijo— que la sangre preciosa del Cordero inmaculado Jesucristo (cf. 1 Pe 1, 19s; Ef 1, 7) sería derramada. En este sentido, el don de la divinidad del Padre al Hijo tiene una íntima correspondencia con el don del Hijo al abandono de la cruz. Pero, ya que también la resurrección es conocida en el designio eterno de Dios, el dolor de la «separación» (cf. supra II, B, 1.1) siempre se supera con el gozo de la unión, y la compasión de Dios trino en la pasión del Verbo se entiende propiamente como una obra de amor perfectísimo, de la que hay que alegrarse. Por el contrario, hay que excluir completamente de Dios el concepto hegeliano de «negatividad».
En definitiva: el Padre ha sufrido el “dolor de la separación” al engendrar al Hijo, porque por su presciencia eterna sabe que el Hijo así engendrado se ha de encarnar y morir en la cruz.
Absurdo, evidentemente. Todo esto suena más a las fábulas gnósticas que a la teología católica.
De nada sirve el “consuelo” o “segundo premio” de que el dolor de la separación se supera con el gozo de la unión, pues el hecho es que se admite la existencia del primero, y eso ya alcanza para situarnos infinitamente por debajo de la Perfección divina.
La “compasión del Dios Trino” habría que explicarla muy bien. El único que padece, y eso, en su naturaleza humana solamente, es el Hijo. Del Padre y el Espíritu Santo, que no se han encarnado, eso sólo puede decirse metafóricamente. Nada de esto se aclara en el texto.
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Sigue el Documento:
“En el intento y en la experiencia de esta reflexión, la razón humana y teológica se encuentra no sólo con problemas dificilísimos (por ejemplo, los «antropomorfismos»), sino que toca también, de modo singular, el misterio incomprensible del Dios vivo, y siente, en sumo grado, los límites de sus conceptos.”
Pero eso no es excusa para afirmar cosas absurdas y contradictorias de Dios, porque entonces la teología toda sería superflua y bastaría conformarse con enunciar contradicciones.
El texto intenta balancear, por un lado, la justificadísima acusación de “antropomorfismo” dirigida a estas teorías “doloristas” que hacen de Dios al final una especie de “hombre grande”, con la excusa de los límites de los conceptos, para seguir sosteniendo, pese a todo, antropomorfismos como es éste del “dolor de Dios en tanto que Dios”.
Según lo arriba dicho, este texto nos parece un intento de conciliar lo inconciliable: la Inmutabilidad y Perfección divinas, por un lado, y el dolor y sufrimiento, propiamente y no sólo metafóricamente dichos, en la misma Naturaleza divina, por otro.
No alcanza, en efecto, con afirmar ambas cosas, para que ya por eso no sean contradictorias entre sí.
28 comentarios
Estimado Nestor,
Cual es la diferencia entre sustancia y forma?
Una contiene a la otra? La persona es sustancia o forma?
Segun la definición de Boecio me parece que no es sustancia, sino que "subsiste en la sustancia." por eso formule mi primera pregunta.
Espero muy agradecido me pueda enseñar.
Saludos cordiales
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La forma es el elemento determinante de la esencia de la cosa, mientras que la sustancia significa el modo de existencia de la cosa: sustancia es "aquello a lo que le compete existir en sí y no en otro".
Ese "en sí" se entiende por contraposición al "en otro" que es propio del accidente, y que consiste en ser modificación o propiedad de algo, de modo tal que no se subsiste independientemente, como la sustancia. Un ser humano, entonces, es una sustancia, mientras que su inteligencia, su altura o su color de piel son accidentes.
La forma, por el contrario, es lo que determina que la cosa sea lo que es, y por eso determina la esencia, que es "lo que algo es".
En los entes materiales, la forma determina la esencia determinando a la materia, que está en potencia para la forma, y ambas juntas constituyen la esencia de la cosa.
En los entes inmateriales, concretamente, en los ángeles, la forma y la esencia se identifican.
Se puede decir que la sustancia es la esencia considerada según el modo de existencia que le es propio: en sí y no en otro.
A su vez, en Santo Tomás, la forma, y por tanto, también la esencia, está en potencia, en los entes finitos, para el acto de ser, que es la perfección absolutamente fundamental.
De modo que en un ente material, el acto de ser actualiza a la forma, y ésta a la materia, mientras que en el ángel se da simplemente la actualización de la forma por el acto de ser.
La sustancia material se compone de acto de ser, forma, materia y accidentes; mientras que la sustancia inmaterial finita, el ángel, se compone de acto de ser, forma y accidentes.
El alma humana separada del cuerpo tras la muerte es inmaterial, y es forma, más acto de ser y accidentes, pero no es sustancia, porque su misma esencia no está completa, ya que le falta la materia.
Dios es Acto Puro de Ser sin potencia pasiva alguna, pura Forma, Esencia subsistente, idéntico todo ello al Acto Puro de Ser, y sustancia en cuanto al existir en sí, no en cuanto al ser sujeto de accidentes, que en Dios no hay.
La definición de Boecio de "persona", por lo que tengo entendido, dice "sustancia individual de naturaleza racional", y por eso, sí implica que la persona es una sustancia.
En el caso de la persona humana, la sustancia es el compuesto de materia, forma y acto de ser, y la forma es el alma espiritual.
En el caso de la persona angélica, la sustancia es el compuesto de forma y acto de ser.
Saludos cordiales.
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Muchas gracias. En general, cuando en las clases de Cristología en los Seminarios se usa como manual "Jesús el Cristo", de Kasper, o equivalente, no se puede esperar resultados demasiado ortodoxos.
Saludos cordiales.
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Esas mismas palabras del Señor nos dan la clave. En Dios todo es uno y lo mismo donde no obsta la oposición de relaciones. Es decir, lo único que el Padre y el Hijo no tienen en común es la Paternidad, que es propia, obviamente, del Padre, y la Filiación, que es propia del Hijo. Lo demás: Ser, Esencia, Inteligencia, Voluntad, Conocimiento, Omnipotencia, etc., es siempre una sola Perfección infinita que es común a las Tres Personas divinas.
Por tanto, no puede haber absolutamente nada que lo sepa sólo el Padre, sin que lo sepan también el Hijo y el Espíritu Santo.
Y por ello, hay que interpretar ese texto del Evangelio de forma que no niegue el misterio trinitario. Algo de eso ya hace San Gregorio en el texto que cito en el "post".
Una interpretación posible: el Hijo no lo sabe en tanto que hombre, lo sabe en tanto que Dios. Tiene en contra que en este caso parecería ser ignorancia privativa y no solamente negativa, porque conocer el Día de su Segunda venida parece que sí sería exigido por la misión del Hijo.
Otra interpretación posible: No lo sabe para comunicárnoslo a nosotros, lo sabe absolutamente hablando, incluso en tanto que hombre.
Y en general, cualquier otra interpretación que pueda surgir que no nos fuerce a poner una carencia cualquiera en Dios mismo (o a negar la Divinidad de Cristo si lo otro no se quiere hacer).
Saludos cordiales.
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El Catecismo dice:
"474 Debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar (cf. Mc 8,31; 9,31; 10, 33-34; 14,18-20. 26-30). Lo que reconoce ignorar en este campo (cf. Mc 13,32), declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (cf. Hch 1, 7)."
Según esto, no seria ignorancia privativa, puesto que revelárnoslo no formaba parte de la misión del Verbo Encarnado.
Saludos cordiales.
Son muchas las veces que Jesucristo se atribuye a sí mismo el título de Hijo del Hombre y en otro momento Hijo del Bendito.
Hijo del Hombre está tomado de Dan 7 y es un personaje celeste y no cualquier hijo de hombre y también lo nombra San Juan en el Apocalipsis.
Lo cierto es que los judios saben de qué habla Jesus y por eso lo condenan a muerte. "Veréis al Hijo del Hombre .......
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Muchas gracias. Con todo, "Hijo del hombre" no es un título, entiendo, que apunte directamente a la Divinidad de Jesucristo, sino ante todo a su Mesianidad, pretensión que en los Sinópticos aparece como motivo suficiente para la condena de Jesús. En San Juan los judíos quieren apedrear al Señor "porque tú, siendo hombre, te haces Dios".
Saludos cordiales.
"Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que Él toma de lo mío y os lo hará saber." (Jn 16, 14 - 15)
Todo lo que tiene el Padre es de Jesús, exceptuando, claro, la Paternidad misma, y por tanto, también todo conocimiento que tiene el Padre, lo tiene igualmente el Hijo, Jesucristo. Hasta el punto de que cuando el Espíritu Santo recibe del Padre lo que revela a los discípulos, dice Jesús que está tomando "de lo suyo", de lo de Jesús.
Y es que como el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, recibe de ellos, como de un solo principio, la naturaleza divina, y con ella, la misma Omnisciencia que el Hijo ha recibido también del Padre junto con la Naturaleza divina al ser engendrado por Él.
Saludos cordiales.
Solamente que me confundo, porque no sé cuando está hablando el articulista y cuándo está citando, y entonces me pierdo y tengo que estarme devolviendo.
¿No sería posible, en estos casos, usar dos tipos diferentes de letra, para que, a algunos, nos sea más fácil comprender?
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Cierto, a ver si ahora mejoró algo.
Saludos cordiales.
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Exacto. Es que es imposible que la naturaleza divina esté "aturdida", como viene a sostener la teología "kenótica": si pudiese estar "aturdida", esa naturaleza no sería, precisamente, divina. Y es absurdo sostener que la Omnipotencia divina incluye la capacidad de dejar de ser Dios. Como enseña Santo Tomás, la Omnipotencia es la capacidad de hacer todo aquello que no es contradictorio en sí mismo.
Saludos cordiales.
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Una nueva versión, esperamos que mejor orientada, del cartesianismo :)
Saludos cordiales.
www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_cti_index-members_sp.html
Cuando leí los párrafos que citás, estimé probable que Walter Kasper era miembro de la CTI que elaboró ese documento, lo cual luego confirmé en la página que enlacé arriba. Esto fue así porque sé que a Kasper le ha molestado durante décadas la impasibilidad divina, sobre la cual se expresó en estos términos en su libro publicado en 2012 "La misericordia. Clave del Evangelio y de la vida cristiana" (libro elogiado por Francisco el domingo 17/03/2013, en la alocución de su primer Ángelus como Papa):
"Pastoralmente, esta concepción de Dios es una catástrofe. [...] la proclamación de un Dios que es insensible al sufrimiento es una razón por la que Dios ha pasado a ser ajeno y finalmente irrelevante para muchos seres humanos."
No, cardenal, no. Incluso desde la perspectiva estricta de mi necesidad, yo necesito que Dios entienda los males que me amenazan o afligen y sea capaz de librarme de ellos, no que Él mismo esté expuesto a padecer! Más aún, si Él estuviese expuesto a padecer no sería el Absoluto Infinito, la absoluta plenitud del Ser, con la consecuencia de que su adoración sería una idolatría.
Claramente la presencia de teólogos ortodoxos como Cafarra y Pozo en la CTI de ese tercer quinquenio no bastó para evitar que los heterodoxos hicieran de las suyas.
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En efecto, esos pasajes heterodoxos llevan el sello de Kasper. Y eso nos muestra como en un símbolo todo lo que se hizo mal en la Iglesia después del Concilio Vaticano II. Es cierto que la CTI no es un órgano de Magisterio eclesial, pero fue instituida por el Papa para ayudar, servir, al Magisterio. ¿Qué tiene que hacer en ella entonces un teólogo claramente heterodoxo como Kasper?
La Inmutabilidad y consiguiente Impasibilidad de Dios es uno de los blancos predilectos del progresismo, porque si Dios no cambia, entonces la verdad revelada por Dios tampoco puede cambiar, y al revés, si Dios cambia, es claro que con más razón todavía cambiarán los dogmas de la fe.
La misma visión marxista de la realidad, basada en la dialéctica de la contradicción como fuente de cambio, es incompatible, por supuesto, con la Inmutabilidad divina, y la misma inmutabilidad de las esencias de las cosas, fuente de todo conocimiento universal y necesario, depende ontológicamente de la Inmutabilidad de Dios.
En el documento de la CTI que cito en el "post" parece que se quisiese encontrar el justo medio entre la verdad y el error. Eso es lo mismo que favorecer al error. El error no necesita que se lo ponga por encima de la verdad, le basta con que se le permita equipararse con ella. Con eso ya ha ganado. Kasper no tenía nada que hacer en esa Comisión, y el resultado de su presencia en ella parece que fue una especie de "empate", que como dije, es ya un triunfo del error.
Que eso haya sucedido muestra cuál fue el clima filosófico y teológico post-conciliar, y confirma, una vez más, que el desastre actual no surgió de la nada.
Saludos cordiales.
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Claro, es ahí donde podemos y debemos hablar de la compasión de Dios, el sufrimiento de Dios, e incluso de la muerte de Dios: por lo que toca a la naturaleza humana de Nuestro Señor Jesucristo, es decir, a la Persona divina del Verbo, considerada según su naturaleza humana asumida solamente, no según su Naturaleza divina.
Saludos cordiales.
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Sí, claro, el "movilismo" heraclitiano ya está en Hegel y Marx lo que hace es "materializarlo". Pero hablé de Marx porque la guerra contra Santo Tomás y la Metafísica en la Iglesia tiene que ver directamente con la infiltración del pensamiento marxista en una parte del clero.
Saludos cordiales.
1. En mi opinión, que Jesús, durante su vida mortal, el conocimiento (siempre hablando de su intelecto humano) del día de su Segunda Venida no era necesario para su misión. Por lo que yo interpreto la cláusula "ni el Hijo" como que realmente Jesús no tenía ese conocimiento en ese momento. Luego de su glorificación "a la derecha del Padre" sí tiene en su naturaleza humana todo conocimiento sobre el universo creado, al igual que todo poder. (Conocimiento que sigue siendo menor al del intelecto divino porque éste conoce también todos los universos potenciales no creados.)
2. En mi opinión también, como parte del anonadamiento del Hijo al asumir una naturaleza humana, por el cual se sometió a las limitaciones intrínsecas de ésta, como fatigarse caminando cada vez que iba de Galilea a Jerusalén y viceversa en vez de teletransportarse, Jesús en su vida mortal no conocía (siempre hablando de su intelecto humano) a través de la visión beatífica los hechos concretos de la vida temporal que los seres humanos llegamos a conocer por los sentidos o por el testimonio de otros. Concretamente, sus preguntas "¿Quién me ha tocado?" en el episodio de la hemorroísa y sobre el lugar donde habían sepultado a Lázaro no eran preguntas retóricas: Jesús realmente no conocía esos hechos en su intelecto humano.
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Sobre ese tema hay dos pronunciamientos del Magisterio que atribuyen a la inteligencia humana de Cristo en su vida terrena la Omnisciencia relativa, es decir, el conocimiento de todo lo pasado, presente y futuro, o sea, todo lo que Dios sabe con ciencia de visión:
De la ciencia del alma de Cristo [De la Encíclica “Mystici corporis”, de 29 de junio de 1943]
D-2289 “Mas aquel amorosísimo conocimiento que desde el primer momento de la Encarnación tuvo de nosotros el Redentor divino, está por encima de todo el alcance escrutador de la mente humana; toda vez que, en virtud de aquella visión beatífica de que gozó apenas acogido en el seno de la Madre divina, tiene siempre y continuamente presentes a todos los miembros del Cuerpo místico y los abraza con su amor salvífico.”
Ese “apenas acogido en el seno de la Madre divina” muestra que habla del conocimiento humano de Jesucristo.
Sobre este punto tenemos el hecho interesante de que Santo Tomás, que acepta la teoría aristotélica de la "animación retardada", sin embargo, hace una excepción para el caso de Cristo, y dice que su alma le fue infundida en el instante de la concepción (que es lo que hoy día la Iglesia acepta para todo ser humano). Con esa alma ya estaba, lógicamente, también la facultad intelectiva, y siendo la visión beatífica algo sobrenatural, y que además la reconocemos ya en las almas de los santos que están en el cielo antes de la Resurrección futura, sin el cuerpo, por tanto, no hacía falta para ella ningún grado de desarrollo cerebral.
Acerca de algunas proposiciones sobre la ciencia del alma de Cristo
[Decreto del Santo Oficio, de 5 de junio de 1918]:
“Propuesta por la sagrada Congregación de Seminarios y Universidades la duda: Si pueden enseñarse con seguridad las siguientes proposiciones:
3645 I. No consta que en el alma de Cristo, mientras Éste vivió entre los hombres, se diera la ciencia que tienen los bienaventurados o comprensores.
3646 II. Tampoco puede decirse cierta la sentencia que establece no haber ignorado nada el alma de Cristo, sino que desde el principio lo conoció todo en el Verbo, lo pasado, lo presente y lo futuro, es decir, todo lo que Dios sabe por ciencia de visión.
3647 III. La opinión de algunos modernos sobre la limitación de la ciencia del alma de Cristo,no ha de aceptarse menos en las escuelas católicas que la sentencia de los antiguos sobre la ciencia universal.
Los Emmos. y Revmos. Sres. Cardenales Inquisidores Generales en materias de fe y costumbres, previo sufragio de los Señores Consultores, decretaron que debía responderse: Negativamente.
De esto se sigue que Jesús sí conocía el día del Juicio también con su inteligencia humana.
Jesús pudo ignorar, en su intelecto humano, ciertos hechos históricos por lo que se refiere a su ciencia adquirida experimentalmente, y conocerlos, en ese mismo intelecto humano, por lo que se refiere a su ciencia infusa o a la visión beatífica.
De todos modos tenemos que aceptar que el mismo sujeto Jesús conocía absolutamente todas las cosas reales y posibles por su Inteligencia divina.
Esto hace absolutamente imposible la tesis "escatologista" (Schweitzer) según la cual durante su vida terrena Jesús habría esperado la inminencia del Día del Juicio y habría muerto en esa errónea convicción, o la habría abandonado poco antes de su muerte.
Saludos cordiales.
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Es cierto, corrijo, gracias.
Saludos cordiales.
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Muchas gracias. Lo que se me ocurre responder es que la voluntad humana es una facultad de la naturaleza humana, más precisamente, del alma humana, y por tanto, un accidente (necesario) de la misma.
Mientras que la Voluntad divina, que es común además a las tres Personas divinas, es realmente idéntica con la Esencia divina.
En Cristo tenemos la Naturaleza Divina, y por tanto, la Voluntad divina, bajo la relación de Filiación, o sea, la Persona del Verbo, el alma humana, con su voluntad humana, y el cuerpo humano.
La Persona del Verbo es el único sujeto personal del alma humana de Cristo y de su cuerpo, y por tanto, de la voluntad humana del Señor.
Saludos cordiales.
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Según Santo Tomás, ahí no se trata de una diferencia entre la Voluntad divina y la voluntad humana del Señor, sin más, sino de una diferencia entre su voluntad humana sensible y natural, por un lado, y su voluntad humana racional, así como su Voluntad divina, por otro:
IIIa, q. 18, a. 5, c.:
“Como ya se ha expuesto (a.2 y 3), en Cristo, en cuanto hombre, existieron varias voluntades, a saber: la voluntad sensible, llamada voluntad por participación; y la voluntad racional, considerada bien como naturaleza, bien como razón. Y antes hemos dicho (q.13 a.3 ad 1; q.14 a.1 ad 2) que, por una dispensación divina, el Hijo de Dios, antes de su pasión, permitía a su carne obrar y padecer lo que es propio de ésta. Y lo mismo permitía a todas las facultades de su alma hacer lo que es propio de las mismas. Ahora bien, es evidente que la voluntad sensible rehuye, por naturaleza, los dolores sensibles y la lesión corporal. Igualmente, la voluntad como naturaleza rechaza también las cosas contrarias a la naturaleza y lo que es esencialmente malo, por ejemplo la muerte y otras cosas por el estilo. Pero la voluntad como razón puede, a veces, elegir tales cosas en orden a un fin; así, la voluntad sensible de un hombre normal, e incluso su voluntad absolutamente considerada, rehuyen el cauterio, que la voluntad como razón elige en orden a la salud. Pero era voluntad de Dios que Cristo padeciese los dolores, la pasión y la muerte; Dios quería tales cosas no por sí mismas, sino en orden al fin de la salvación de los hombres. Con esto resulta evidente que Cristo, con su voluntad sensible y con su voluntad racional considerada como naturaleza, podía querer algo distinto de lo que Dios quería. Sin embargo, con su voluntad como razón quería siempre lo mismo que quería Dios. Esto es manifiesto por sus propias palabras: No como yo quiero, sino como quieres tú (Mt 26,39). Con su voluntad como razón quería, efectivamente, que se cumpliese la voluntad divina, aunque diga querer otra cosa con su otra voluntad.”
Saludos cordiales.
En particular, la pregunta de Adrían Ferreira es probablemente respondida en un pasaje de un capítulo de la 2a. edición del libro, de 1993, cuando era sólo de Ocáriz, que está disponible online. Concretamente en la sección "6. La impecabilidad de Cristo, y su libertad" del capítulo disponible en:
www.mercaba.org/Enciclopedia/S/santidad_de_jesucristo.htm
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Respecto de ese tema, conviene plantear brevemente algunas dificultades y luego dar la solución que dan los tomistas, a la cual veo que también adhiere el texto al que lleva ese “link”.
Cómo Cristo fue libre en su vida terrena si no pudo pecar.
La libertad que es meritoria es la libertad de elección. Pero Cristo tuvo libertad meritoria. Por tanto, Cristo tuvo libertad de elección.
Pero la libertad de elección entre el bien y el mal Cristo no pudo tenerla, porque no podía hacer el mal. ¿Cómo pudo entonces elegir libremente el bien?
Se puede responder que el mérito de la obra buena está ante todo en elegir el bien, no en no elegir el mal.
Pero ¿cómo elegir el bien, si no se puede hacer otra cosa que el bien?
Se puede responder que Cristo no tenía respecto del bien libertad de especificación (hacer el bien o el mal) pero sí libertad de ejercicio (hacer el bien o no hacerlo).
Pero contra esto, no hacer el bien, cuando se debe hacerlo, es ya hacer el mal.
Se puede responder que la voluntad de Cristo puede ser considerada bajo dos aspectos: en cuanto que es una voluntad humana, y en cuanto su Sujeto personal es el Verbo de Dios. Bajo el primer aspecto habría podido elegir el mal, no bajo el segundo.
Pero a esto se responde que la voluntad humana del Señor no existió en concreto sino como voluntad humana del Verbo Encarnado, y que por tanto, simplemente hablando no podía elegir el mal.
Por tanto, la solución viene de la correcta definición del libre albedrío:
La libertad de elección consiste formalmente en la indiferencia de la voluntad ante el bien querido, que consiste en la ausencia de necesidad basada en ese objeto que determine a la voluntad a querer ese bien, y esa indiferencia se da en la voluntad, que tiene por objeto el bien en toda su amplitud, respecto del bien finito, o respecto del Bien Infinito no claramente visto.
Recordar que las potencias y facultades se definen y especifican por sus objetos.
Pero la voluntad humana de Cristo tuvo indiferencia respecto de los actos moralmente buenos y meritorios que realizó en su vida terrena, pues todos ellos eran bienes finitos y tenían por objeto, sea bienes finitos, sea el Bien Infinito pero no en tanto que contemplado claramente. Luego, la voluntad humana de Cristo tuvo libertad de elección.
Esa indiferencia de la voluntad en su relación con el objeto de su querer es compatible con una necesidad en ese querer que proceda, no del objeto del mismo, sino del Sujeto divino de esa voluntad humana que es absolutamente incapaz, como Dios que es, de pecar.
Por lo que toca al mandato divino, Cristo no podía desobedecerlo, pero de todos modos quería contingentemente lo que quería obedeciendo a ese mandato divino, mirando al objeto de su querer, que no era Dios visto claramente, sino la muerte en Cruz, por ejemplo, y por tanto, lo quería libremente con libertad de elección.
Por eso dice Santo Tomás en IIIa, q. 18, a. 4, ad 3um:
“Aunque la voluntad de Cristo esté determinada al bien, no lo está, sin embargo, a este o aquel bien concretos. Y, por ese motivo, a Cristo le competía elegir mediante su libre albedrío confirmado en el bien, lo mismo que acontece en los bienaventurados.”
A la objeción, por tanto, que dice:
“No se puede elegir libremente aquello cuyo contrario no se puede hacer. Pero Cristo no podía pecar. Por tanto, tampoco podía elegir libremente las buenas obras que hacía”
se responde:
Distingo la Mayor: 1) No se puede elegir libremente aquello cuyo contrario no se puede hacer por razón del objeto del querer de la voluntad, que determina a ésta a querer: Concedo. 2) Aquello cuyo contrario no se puede hacer por razón solamente del Sujeto divino de esa voluntad, que como tal, no puede pecar: Niego.
La determinación que viene del sujeto de la voluntad no quita la indeterminación que viene del objeto de la misma, ni tampoco, por tanto, el libre albedrío.
Contradistingo la Menor: 1) Cristo no podía pecar, por razón del Sujeto divino de su voluntad humana: Concedo. 2) Por razón del objeto de su voluntad humana cuando elegía libremente hacer el bien: Niego.
En efecto, se trataba siempre de un objeto finito, o del Bien Infinito no claramente visto, que por tanto, no podía determinar a la voluntad a quererlo.
Niego por tanto la Conclusión.
Esto es armónico con el concepto tomista del libre albedrío creado, que siempre es movido eficazmente por Dios a elegir libremente lo que elige, porque así como la necesidad que viene, en Cristo, del Sujeto divino de la voluntad humana del Señor, no quita la contingencia en la relación de esa voluntad con su objeto particular y finito, así también la necesidad (en sentido compuesto) que viene de la infalible moción divina eficaz no quita tampoco la contingencia de la relación de la voluntad creada con el bien finito libremente elegido por ésta.
Saludos cordiales.
Que Dios le bendiga.
Saludos
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Muchas gracias y saludos cordiales.
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Lo que quiere evitar humanamente, dice Santo Tomás, con su voluntad humana sensible y su voluntad humana natural, no con su voluntad humana racional, que siempre está acorde con su Voluntad divina.
Sin duda, la voluntad humana del Señor es movida eficazmente por la Voluntad divina a la realización de sus actos libres, y sin esa moción no realiza acto alguno, como sucede con la voluntad de toda naturaleza racional creada.
Saludos cordiales.
En un librito en el que presuntamente se estudia y analiza el evangelio de san Lucas. Se vende como "guía para una lectura comunitaria comunitaria del evangelio de Lucas" por parte del mismo obispado de mi diócesis?
En la página 50 se puede leer:
"El mismo Jesús ha comprendido su misión a la luz de la palabra y las acciones de los profetas (Lc 4, 36ss)".
Abro la Biblia y Lc 4, 36ss y leo:
"Vino a Nazaret, donde se había criado, entró, según su costumbre, en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías, desenrolló el volumen y halló el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor sobre mí,
porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
Enrolló el volumen, lo devolvió al ministro y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy.»".
Yo no considero que Jesús comprendiese su misión leyendo al profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret.
En la página 54, se dice: "En el el comienzo de su ministerio, Jesús adquiere una conciencia más clara de la misión que Dios le encomienda"
¿Te parece que es esto cierto?
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Empezando por el último texto que citas, el asunto es que, sin entrar en el tema del conocimiento humano que tuvo Jesús y de cuál fue su alcance y cuáles fueron los elementos sobrenaturales que hubieron en ese mismo conocimiento humano del Señor, de hecho el que lee ese texto saca la impresión de que ahí se está hablando de un progreso en el conocimiento de Jesús simplemente hablando, sin más, lo cual es incompatible con el hecho de que Jesús, Verbo Encarnado, es Sujeto personal de la Inteligencia divina, según la cual sabe absolutamente todo desde toda la Eternidad.
Y en cuanto al primer texto, hay que considerar que los profetas trasmitieron lo que recibieron de Dios, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, y que por tanto, en vez de ser Jesús el que es aleccionado por los profetas, son los profetas los que recibieron de Jesús, es decir, del Verbo de Dios, pues ambos son una única y misma Persona, lo que luego anunciaron a los hombres. Y es claro que el Verbo, al encarnarse, no se olvidó de lo que había comunicado a los profetas, contra lo que podría decir una teología "kenótica", como digo en el "post".
Lo que responderían seguramente los autores de ese texto es que ahí están hablando de Jesús según su naturaleza humana, no según su naturaleza divina. Pero eso es lo que digo en este "post" y en el anterior: el Sujeto personal de ambas naturalezas es el mismo y único Verbo de Dios, encarnado, y por eso mismo, es el Sujeto personal de ambas inteligencias, la divina y la humana, y entonces, en virtud de su Inteligencia divina ese mismo y único Sujeto, el hombre Jesús, no puede ignorar nada absolutamente hablando y no puede progresar en su conocimiento, tampoco, absolutamente hablando, y textos como esos, en una lectura ingenua y directa, dan la impresión de que sí hubo en Jesús tal ignorancia y progreso absolutamente hablando, con lo cual no veo, como digo en el "post", cómo se pueda escapar en esa hipótesis a la alternativa entre nestorianismo o adopcionismo, por un lado, o "kenotismo", por otro.
Saludos cordiales.
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Gracias, igualmente, Feliz Navidad para tí también y para todos los lectores y comentaristas.
Saludos cordiales.
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Sobre el tema de la ciencia humana del Señor tengo un "post" en preparación. No es que Jesús humanamente sepa absolutamente todo, porque con esa extensión sólo puede conocer el Señor mediante su Inteligencia divina. Sí es cierto que por esa misma Inteligencia divina el hombre Jesús sabe absolutamente todo.
El caso es que tradicionalmente la teología católica ha reconocido además, en la inteligencia humana de Cristo, ya en su vida terrena, la visión beatífica, y según eso, el conocimiento de todo lo que Dios sabe con ciencia de visión, que es la ciencia divina que tiene por objeto lo actualmente existente, pasado, presente y futuro.
Desde ahí es claro que el Señor conoce también como hombre, con su inteligencia humana, el Día del Juicio, y el pasaje en cuestión se vuelve objeto de interpretación.
Pero basta con la Divinidad de Jesús, rectamente entendida, para que ya no se pueda afirmar esa ignorancia del Día del Juicio, simplemente hablando, en Jesucristo, según vengo diciendo en estos "posts".
Los Testigos se apartan de esta fe católica desde la base, porque no creen en la Divinidad de Jesucristo, es decir, son arrianos, y creen que el Padre es la única Persona divina, siendo el Verbo y el Espíritu Santo algo así como grandes creaturas.
Hay pasajes bíblicos que corrigen la impresión que podría hacer ese texto sobre la ignorancia del Día del Juicio. Por ejemplo, en San Juan Jesús dice "Todo lo que tiene el Padre es mío" (Jn. 16, 15), lo cual ha de entenderse, obviamente, a excepción de la misma Paternidad, y entonces, sin duda que el Padre tiene la Omnisciencia y que entonces también la tiene el Hijo, porque sin duda, antes, que el Padre tiene la Naturaleza divina, y entonces, la tiene también el Hijo, que es así Dios.
Y vuelve a decir al Padre el Señor en San Juan: "Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo, mío" (Jn 17, 10).
El asunto principal aquí es que tenemos que distinguir muy bien dos cuestiones diferentes: 1) Qué debemos creer como católicos 2) Con qué argumentos podemos hacer frente a los que cuestionan nuestra fe. Lo importante es que la primer cuestión es independiente de la segunda. Ante todo, creer con fe católica. Luego se verá cómo y hasta qué punto se puede argumentar frente a los que niegan la fe.
Digo esto porque en las últimas décadas, con el argumento de que a los no creyentes no se les puede decir esto y aquello, nos han terminado queriendo vender otra fe que no es la católica, sino en todo caso nestoriana o alguna otra cosa igualmente herética.
Saludos cordiales.
Saludos cordiales.
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Muchas gracias y Feliz Navidad para Ud. también, y que el único Maestro nos enseñe a todos y haga que nos dejemos enseñar por Él.
Saludos cordiales.
“Son incapaces de seguirle en su pasión porque no han tenido el coraje de permanecer con Él en vela durante la larga noche de Getsemaní, precisamente allí donde Jesús ha descubierto lo que Dios le pide (Mc 14, 32-42)”.
“Jesús hablaba de lo que constituía su sueño y su proyecto: la buena noticia del reino de Dios”.
“Jesús no busca la provocación por la provocación, ni el conflicto por el conflicto. Si actúa de este modo es porque ha tenido una experiencia singular de Dios”.
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A la segunda frase se la podría torturar un poco para que arrojase un sentido ortodoxo, metafórico, obviamente, pero las otras dos, la primera sobre todo, son ejemplo claro de lo que critico en el "post".
Sin duda que ha sido singular la experiencia de Dios de Jesús, que ha consistido nada menos que en ser consciente de ser Dios hecho hombre y eso, según su Inteligencia divina al menos, desde su misma concepción.
Todas las frases de este tipo parecen suponer el olvido de la Persona divina de Nuestro Señor Jesucristo y revelan así un nestorianismo al menos inconsciente que es lamentablemente como una especie de telón de fondo en la mente de muchos católicos hoy día.
Saludos cordiales.
Me veo más reflejado en un Jesus en cuya oración y día a día va siendo iluminado por su inteligencia Divina , por Es Espíritu Santo y por el Padre como nos pasa a nosotros hasta llegar a su madurez ... aunque se que Santo Tomas de Aquino no lo cree así
Cuando fue 100 % consciente? Entiendo que cuando empezó su predicación, aunque comprendo que es discutible
Gracias
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En la autoconciencia no hay porcentajes. O alguien se considera puro hombre, o se considera Dios hecho hombre, y no hay término medio entre ambas cosas, ni posibilidad tampoco, por tanto, de pasaje gradual de una a la otra, además de que, como digo en el "post", es monstruoso el sólo pensar que por un instante el Verbo Encarnado se consideró a sí mismo un puro hombre e ignoró su naturaleza divina, y además es incompatible, como he dicho también, con el hecho de que ese mismo Verbo Encarnado es sujeto personal de la Inteligencia divina absolutamente Omnisciente.
Santo Tomás distingue, con toda la tradición teológica católica, cuatro ciencias en Cristo: 1) La divina 2) La humana en la forma de visión beatífica 3) La humana en la forma de ciencia sobrenaturalmente infusa 4) La humana en forma de ciencia experimentalmente adquirida.
Es según esta última que acepta un crecimiento de Jesús en el conocimiento a lo largo de su vida.
Eso implica, obviamente, que dicho crecimiento se puede afirmar solamente respecto de la ciencia adquirida del Señor y no absolutamente hablando.
Tampoco en la visión beatífica caben grados: o se ve a Dios, o no se lo ve, y no haya tercera posibilidad ni tampoco desarrollo posible desde ese punto de vista.
Saludos cordiales.
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