18.04.09

Homilía de monseñor Osoro en su toma de posesión de la archidiócesis de Valencia

Excelentísimo y Reverendísimo Señor Nuncio de Su Santidad.
Querido D. Agustín.
Eminentísimos y Reverendísimos señores Cardenales.
Queridos hermanos en el episcopado.
Estimados sacerdotes y diáconos de esta Archidiócesis y de Oviedo y Santander.
Queridos seminaristas. Queridos miembros de la Vida Consagrada.

Molt Honorable President de la Generalitat Valenciana y Honorables Consellers.
Molt Excel.lent Presidenta de les Corts Valencianes.
Señor Delegado del Gobierno en la Comunidad Valenciana.
Excelentísima Señora Alcaldesa de Valencia y miembros de la corporación municipal.
Autoridades civiles, militares y académicas de Valencia, del Principado de Asturias, y de Cantabria.

Hermanos y hermanas todos en el Señor.

Gracias a todos los que estáis aquí presentes: mis queridos hijos y hermanos de Valencia. Con vosotros vengo a vivir y a ser vuestro pastor y hermano. En el camino de mi ministerio episcopal no puedo olvidar a la Diócesis de Orense y de recordar a Santa María Madre y a todos los cristianos de aquella tierra gallega que me ayudaron y me enseñaron a vivir mis primeros pasos en el ministerio episcopal.

Asturias ha sido mi segundo lugar de servicio y aprendizaje: queridos hermanos de Asturias, sacerdotes, religiosos y laicos, he vivido el ministerio episcopal intensamente con vosotros durante siete años; gracias por haberme dado algo de vuestro corazón lleno de riqueza. Tenéis un corazón muy grande (grandón decimos en Asturias), con él me habéis enseñado a vivir el Evangelio, el mismo que desde hace muchos siglos descubrieron, vivieron y transmitieron los asturianos; en ese corazón siempre hay un hueco para el otro, sea quien sea. Gracias por haberme ayudado a encontrarme más con Jesucristo en su Iglesia.

Queridos hermanos de Cantabria, queridos hermanos que venís del pueblo donde nací para este mundo y para Dios, Castañeda. A todos vosotros, queridos paisanos, os debo el haber conocido a Jesucristo en aquella tierra y haber aprendido a amar a la Iglesia; el haberme incorporado a la Iglesia de Jesucristo desde el nacimiento, el haber sido llamado al ministerio sacerdotal y al episcopal siendo miembro de aquel presbiterio diocesano; junto a vosotros tengo un recuerdo especial para mis padres que ya fallecieron y para mis hermanos y sobrinos que me acompañan hoy. Gracias de corazón a todos: orensanos, asturianos y cántabros.

Germans i germanes, fills molt estimats en Jesucrist, Nostre Senyor, vull que les meues primeres paraules com a Pastor vostre arriben als vostres oïts en la llengua que molts de vosaltres haveu escoltat als braços de les vostres mares. Al dirigir-me a vosatros així, ho faig amb la clara convicció i voluntat que el Senyor m’ha enviat a València per a ser pastor segons el cor de Crist i amb vosaltres anunciar-lo a tots el hòmens, i així mostrar, rescatar i reafirmar a Jesucrist que està en l’arrel de la vostra cultura i les vostres tradicions. Sé, com vosatros, que anunciar a Jesucrist no es fa des d’una transmissió memoritzada i gelada, ja que no és una doctrina. Ell és una persona, per això este anunci es fa fonamentalment amb el testimoni de la pròpia experiència de l’encontre amb Jesucrist, que té la força d’obrir els cors dels hòmens al contacte amb la Veritat. Aquella mateixa experiència que va fer valents a Pere i a Joan quant digueren: “Nosaltres no podem deixar de parlar d’allò que hem vist i sentit”, i que va fer al Sanedrí haver d’expressar-se d’esta manera: “és evident per a tots els habitants de Jerusalem, que ells han realitzat un senyal manifest i no podem negar-ho” (Fets 4, 13-21).

Demaneu al Senyor que jo visca així entre vosaltres i d’esta manera, amb el presbiteriat diocesà, que ho expresse amb la meua vida als seminaristes, futurs sacerdots i col·laboradors. Ajudeu-me vosatros, els sacerdots, a ser testimoni fidel de Déu, ací i ara, ja que l’home hui té fonamentalment ànsia de trobar la Veritat, de viure en la Veritat, de buscar la Veritat. Es per açò, perquè vos vull dir des de l’inici del meu ministeri que sols units a Jesucrist, sols amb Ell, l’arxidiòcesi de València trobarà el seu present i el seu futur i viurà amb passió la missió d’anunciar l’Evangeli.

Vull ser amb vosaltres pastor sant, perquè per a santificar-vos he vingut i desitge junt amb vosatros complir la missió que el Senyor encomana a l’Església. Ho vull fer a l’estil i manera dels meus predecessors, entre els que es troben grans sants i hòmens de fe i força evangelitzadora. Recorde ara als darrers arquebisbes D. Marcelino Olaechea Loizaga, el servent de Déu D. José Maria Garcia Lahiguera, D. Miguel Roca Cabanellas i D. Agustín Garcia-Gasco i Vicente, que hui m’acompanya i m’anima com a verdader pare i germà. Gràcies, D. Agustin.

Vengo como pastor de esta archidiócesis. El Señor Jesús eligió de entre sus discípulos a Doce para que estuvieran con Él. La elección de los Doce fue un acto de amor querido libremente por Jesús en unión profunda con el Padre y con el Espíritu Santo. Hoy doy gracias al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo porque aquel don espiritual de los comienzos ha llegado hasta nosotros mediante la imposición de las manos, es decir, la consagración episcopal, que otorga la plenitud del sacramento del orden. Así a través de los Obispos y de los presbíteros que les ayudan, el Señor Jesucristo, aunque sentado a la derecha de Dios Padre, continúa estando presente entre los creyentes. Doy gracias al Santo Padre el Papa Benedicto XVI, a quien de un modo especial Valencia se ha vinculado con su presencia entre nosotros con motivo del V Encuentro Mundial de las Familias, porque al nombrarme vuestro arzobispo, nos hace ver cómo el Buen Pastor no abandona a su rebaño, sino que lo custodia y protege mediante mi ministerio y en virtud de la participación ontológica en su vida y su misión, haciendo posible que se desarrolle de manera eminente y visible el papel de maestro, pastor y sacerdote. Actuaré en su nombre en el ejercicio de las funciones que comporta el ministerio pastoral porque he sido constituido como vicario y embajador suyo (cf. LG 21; 27).

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11.04.09

Homilía de monseñor Demetrio Fernández en la Misa Crismal

Homilía de MONS. DEMETRIO FERNÁNDEZ, obispo de Tarazona,
En la Misa Crismal, miércoles santo 8 de abril de 2009

Colegiata de Santa María de Calatayud.

Queridos hermanos sacerdotes, queridos seminaristas llamados por Dios al sacerdocio ministerial, queridos fieles todos, miembros de este pueblo sacerdotal, religiosas, fieles laicos:

Mi felicitación más cordial y sincera a todos vosotros, queridos sacerdotes, que concelebráis conmigo, como presbiterio diocesano de la diócesis de Tarazona. Celebro con vosotros por quinto año consecutivo esta fiesta preciosa, en la que aparece Cristo como sumo y eterno sacerdote, y en la que la Iglesia muestras sus mejores galas, como esposa engalanada para su esposo, que la ha constituido como pueblo sacerdotal.

Al interior de este pueblo santo y para su servicio, los presbíteros y los obispos hemos sido llamados por el mismo Cristo con amor de hermano para perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio. Hoy celebramos la fiesta de nuestro sacerdocio ministerial, adelantando la institución de este Sacramento por Jesucristo en la última cena del jueves santo, cuando dijo a sus apóstoles: “Haced esto en memoria mía”. Todos celebramos hoy de alguna manera el aniversario de nuestra ordenación sacerdotal, y venimos agradecidos a decirle a Jesucristo que queremos ser sus sacerdotes para siempre.

En la Misa crismal son bendecidos los santos óleos y consagrado el santo crisma, por cuya mediación correrá por toda la diócesis como un río de gracia a través de los distintos sacramentos, Bautismo, Confirmación, Orden sacerdotal, Unción de enfermos, y en los demás ritos en que se emplea el santo crisma (altares, templos, objetos sagrados) para hacerles partícipes de la unción de Cristo.

Como si el costado de Cristo glorioso se abriera de nuevo en esta celebración, y de su corazón abierto brotara en abundancia el Espíritu Santo, que toma como vehículo en este caso el aceite bendecido o consagrado para llevar la gracia de Cristo a todas las parroquias de la diócesis. Bendecimos a Dios por el fruto de las olivas, de los olivos de nuestras tierras, de las almazaras y del trabajo de los hombres, que hoy queda consagrado para santificar a los hombres.

De este gran misterio a favor del pueblo santo, nosotros los sacerdotes somos ministros y dispensadores. Una vez más, queridos sacerdotes, repetimos con san Pablo, “doy gracias a Cristo Jesús que se fio de mí, me hizo capaz y me confió este ministerio… y eso que yo era un hombre pecador” (1Tm 1,12).

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5.04.09

La Passio Granatensis, un canto a la misericordia y a la dignidad humana

Carta del Arzobispo de Granada a todos los fieles cristianos granadinos, y a todos los hombres y mujeres que buscan a Dios.

Queridos hermanos y amigos:

Se acerca la Semana Santa, ese último eslabón antes de la fiesta grande de la Pascua. En ella recordamos —o hacemos memoria, que es algo más fuerte que sólo recordar; o celebramos, que sería la expresión más justa— que Dios es tan grande en su misericordia que no se ha echado atrás ante el océano de la miseria humana. Al contrario, se ha abrazado a ella —esto es, a nosotros—, de tal modo que, por una parte, la ha experimentado hasta el fondo de su ser. Ha bebido hasta el fondo esa copa de la soledad de la traición, y de la soledad del sepulcro. Por eso, desde aquella primera Pasión, no hay soledad humana, no hay tristeza humana, no hay pobreza humana de la que Dios esté ausente. No hay pecado por el que el Hijo de Dios no haya ofrecido su vida, ni pecador que no haya amado hasta la muerte, que no ame —¡hoy mismo, ahora!— con un amor infinito. Tú y yo, y todos, somos el objeto de ese amor.

Y por otra parte, como fruto de ese abrazo a nuestra condición mortal y pecadora —hasta hacerse uno con cada uno de nosotros—, nuestra humanidad ha sido ensalzada más allá de lo que nadie, en ninguna cultura, podría haber soñado o imaginado. Por eso, en la redención de Cristo, más que en ningún otro lugar, se revela la verdadera grandeza y la trascendencia de Dios. Y al mismo tiempo, y por eso mismo, se revela el fundamento más firme —en realidad, el único fundamento suficientemente firme— para afirmar la dignidad sagrada de todo ser humano, sin excepción, y desde el momento de su concepción hasta su muerte natural.

Celebrar la Semana Santa, celebrar el acontecimiento único de la muerte de Cristo y de su triunfo sobre la muerte y sobre el pecado, es, pues, celebrar también el valor de nuestra vida. Tal vez cuando acompañamos las estaciones de penitencia de nuestras hermandades y cofradías no siempre somos conscientes hasta el fondo de todo esto. Pero su belleza proclama a gritos esa otra belleza, sin la cual lo demás no sería más que una distracción vacía y sin sentido: la belleza de haber encontrado en Cristo una misericordia, una gracia, que “vale más que la vida”, sencillamente porque la vida sin esa misericordia no tendría más valor que el que nos asignaran los poderes del mundo, en función de sus intereses.

Este año, y coincidiendo con el centenario del Desfile Antológico de 1909 de la Pasión de Nuestro Señor, el día de Sábado Santo, el próximo 11 de abril, va a tener lugar en la ciudad de Granada una celebración extraordinaria de la Pasión del Señor. Con el nombre de Passio Granatensis (la Pasión Granadina), 22 pasos de gran belleza en los que se conmemoran diversos momentos de la Pasión de Nuestro Señor, recorrerán las calles de Granada, siguiendo una preciosa iniciativa de la Real Federación de Hermandades y Cofradías, que yo he recogido con gusto y que hoy quiero agradecer públicamente.

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19.03.09

Tras las huellas de Juan Pablo II, por monseñor Asenjo

Queridos hermanos y hermanas:

El Secretariado Diocesano de Peregrinaciones ha programado para los días 12 al 19 de julio una peregrinación a Polonia tras las huellas del Papa Juan Pablo II, en la que yo mismo participaré, al menos en algunas jornadas. Escribo estas líneas cuando están a punto de cumplirse cuatro años del tránsito de este Papa grande, acaecido el 2 de abril del año 2005. Como homenaje a su figura y también como motivación de nuestra peregrinación, quiero recordar algunos de los rasgos más sobresalientes de su servicio a la Iglesia universal. A su muerte fue calificado como campeón del ecumenismo, pues no regateó esfuerzos a la búsqueda de la restauración de la unidad querida por Cristo para su Iglesia. Se recordaron entonces sus iniciativas audaces en el campo del diálogo interreligioso y su compromiso con la verdad, en una época como la nuestra, marcada por el relativismo ideológico. Con su Magisterio, Juan Pablo II iluminó los más variados temas del dogma y de la moral, prestando así un espléndido servicio a la fe, especialmente con la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, auténtico compendio de la doctrina católica y verdadero vademécum para todo fiel cristiano que quiera hoy conocer y vivir las verdades fundamentales de la fe.

En su solicitud por todas las Iglesias, Juan Pablo II visitó la mayor parte de los países del mundo para anunciar a Jesucristo y confirmar a sus hermanos en la fe, dando así al pontificado una proyección verdaderamente mundial. No es posible olvidar su cercanía a los jóvenes, con los que llegó a establecer una comunión emocionante, a pesar de que el suyo fue un liderazgo exigente y nada halagador. No es posible soslayar tampoco su fecundo Magisterio sobre el papel de los laicos en la vida de la Iglesia, su doctrina sobre el sacerdocio y la vida consagrada y su compromiso con el Concilio Vaticano II, propiciando su interpretación más auténtica y genuina y señalándonos los ejes por los que debe discurrir la verdadera renovación de la Iglesia.

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12.03.09

Apóstol, por monseñor Diéguez Reboredo

“APÓSTOL”
Carta Pastoral en el día del Seminario

Llamada, encuentro y misión son palabras que expresan los rasgos que deben configurar la vida de los que van a servir al pueblo de Dios en el Sacerdocio ministerial.

En la fiesta de San José nuestra mirada se detiene especialmente en quienes han iniciado este camino en nuestros Seminarios de Tui (Menor) y de Vigo (Mayor). Sin abandonar a sus familias, viven la mayor parte del año en estos Centros, preparándose para asumir la tarea que han de realizar en servicio de la Iglesia y de la sociedad.

Ellos saben que están allí porque Alguien los ha llamado; como a Simón y a Andrés, también a ellos llegó la voz del Señor: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres". Sin esta llamada carecería de sentido su estancia en el Seminario, preparándose para asumir una responsabilidad que el Señor no les va a encomendar.

El Señor llama, y lo hace generosamente, para que nunca falten sacerdotes que anuncien el Evangelio, celebren los Sacramentos y sirvan a los fieles y las comunidades siguiendo los pasos del Buen Pastor, que no vino “para ser servido sino para servir".

¿Encuentra siempre esta llamada divina una respuesta positiva? El Señor invita, no coacciona: “si quieres venir conmigo…". En nuestra memoria está la respuesta negativa del “joven rico". Ante el “ven y sígueme” del Señor -narra el Evangelio-, “se marchó triste porque tenía muchos bienes". ¡Cuántas llamadas del Señor encontrarán la misma respuesta del “joven rico"!.

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