Ahora, sabiendo que Dios no se deja ganar en generosidad, nos ha ofrecido la distribución gratuita de su obra a fin de difundir la verdadera estampa del cura gaucho, que se santificó no por hacer puentes o abrir caminos, sino por llevar las almas al cielo de tanto predicar, confesar y traquetear.
Reincidente en sus acciones, nos pidió también el prólogo, como en la primera edición, que más abajo reproducimos.
P. Javier Olivera Ravasi
Prólogo
El Profesor Daniel González Céspedes me ha pedido gentilmente que escribiera algunas líneas introductorias para el presente libro. Le agradezco su deferencia.
Lo he leído con enorme gusto e interés, pues me hallaba – a pesar de mi condición de sacerdote – entre el número de los incontables argentinos que casi desconocen la titánica figura del Santo Padre Brochero; es que en nuestro país, lamentablemente, hemos perdido bastante eso del culto de los verdaderos santos y de los verdaderos héroes. Casi nadie ha sentido nombrar a lo largo de su vida a San Héctor Valdivielso, al Beato Ceferino Namuncurá o a la Beata María Antonia de Paz y Figueroa, pero seguramente alguna vez hemos oído hablar de la “Difunta Correa”, del “Gauchito Gil” o de “san La Muerte”. Pocos de nuestros jóvenes sabrán quiénes fueron Pedro Giachino o Jordán Bruno Genta, aunque muchos tengan en sus remeras la cara del “Che” o de algún cantante de turno.
¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué estamos tan lejos de los verdaderos héroes, de los famosos santos, de los grandes hombres? En gran parte nos parece, porque no se los predica ni se los enseña. Antiguamente, no había una abuela que, a pesar de haber tenido una simple instrucción, dejase de narrar a sus hijos y nietos la vida de Nuestro Señor Jesucristo y la de los santos. ¿Quién no sabía cómo se convirtió San Pablo? ¿Quién no había escuchado la vida de San Francisco o, más cercanamente, alguna anécdota del santo Padre Pío de Pietrelcina? ¡Los santos eran más cercanos! ¡Más vecinos! Los santos estaban en la boca y en los corazones del pueblo: “hay que rezarle a San Antonio”, se decía cuando alguien deseaba casarse; a San Pascual Bailón se le pedía encontrar algo que se nos había perdido y Santa Rita alguna gracia difícil de alcanzar. Hoy sus nombres y por lo tanto sus vidas y virtudes se han ido perdiendo de nuestras memorias.
Pero Dios siempre se las ingenia para hacer de las suyas. En Argentina, en nuestra querida Patria, el Señor se ha empecinado en hacer germinar hombres y mujeres que, sin hacer enormes milagros y cosas extraordinarias llegaron a alcanzar el Cielo a fuerza de seguir las palabras de Su Hijo: “sed perfectos como vuestro Padre es perfecto” (Mt 5,48). Uno de ellos es el ahora Santo cura Brochero cuya vida tenemos en las manos.
El presente libro presenta hermosamente sus andanzas: excelentemente escrito, en un lenguaje claro, preciso y llano, termina por cautivar al lector haciendo que no se suelte el texto hasta el final. Son de esos libros que se leen “de una sentada”.
Además, resulta una magnífica semblanza del santo; su figura atractiva de por sí a partir de las anécdotas, terminan edificando enormemente al lector al enseñarle con hechos concretos cómo un hombre llegó a la santidad explotando al máximo los talentos y oponiendo a la malicia, milicia, como decía Santa Teresa de Ávila.
Pero lo principal es que en esta obra uno puede encontrar la verdadera imagen del biografiado; muchas veces, las vidas de los santos adolecen de dos defectos: o son inalcanzables o son chabacanas y burdas; en el caso de Brochero quizás se haya pecado más en el último modo. En efecto, no pocas veces se ha querido hacer del santo cura una figura folclórica y hasta alejada de lo sagrado (la acción social, los cigarros, el lenguaje, el poncho…), sin embargo, si hubo alguien en la Argentina que supo distinguir las prioridades fue él: primero hay que buscar el Reino de Dios.
Es cierto que Brochero fue el hombre de los caminos, de la acción social, del trabajo por los marginados, pero todo eso no fue sino un medio para llegar al fin, es decir, para salvar la mayor cantidad de almas posibles. “Lo primero en la intención es lo último en la ejecución”, dicen los filósofos, de ahí que si hubiese que titular esta titánica persona con alguna frase evangélica, diríamos: “he venido a traer fuego sobre la tierra y qué quiero sino que arda” (Lc 12, 49-53). El santo cura fue el hombre que encendió en las sierras cordobesas el fuego de la Fe con su predicación, los sacramentos, las confesiones: innumerables hombres y mujeres llegaron a Dios a partir de esta figura diminuta en lo corporal pero enorme en lo espiritual (las enormes tandas de Ejercicios Espirituales según el método de San Ignacio de Loyola, son sólo una muestra de esa apasionada búsqueda por la salvación de las almas). Muchas son las anécdotas que se verán a lo largo de esta obra.
Porque primero está Dios y luego el resto, primero la vida del alma y luego la del cuerpo, primero el cielo y luego la tierra, como él mismo repetía: “todos nosotros estamos actualmente de viaje para la eternidad”.
Brochero marcó el camino y también mostró los escollos del “mandinga”. Vivió para Dios y guió las almas para que no tropezasen al andar. Fue uno de los tantos hombres de Dios que tuvo nuestro país y al cual deberíamos imitar, cada uno en el lugar que le toca. Porque un país que admira a los santos está criando santos y un país que admira a los traidores cría traidores.
Por último, el incansable cura debe seguir actuando desde aquellas pampas y – quizás – en compañía de los bienaventurados con cierta sonrisa, diga una vez más al contemplar la publicación de este librito: otra vez “te fregaste, Diablo”.
Pbro. Dr. Javier Olivera Ravasi
(del Prólogo)